La boya de la ría de Vigo que hace tambalear el consenso sobre el calentamiento global

La noticia curiosa de las últimas horas es que una osada boya del Instituto Español de Oceanografía situada en la ría de Vigo niega el cambio climático. Tras 34 años recogiendo datos, el citado Instituto no detecta ningún cambio significativo en la temperatura ni en la salinidad de las aguas. No se descarta por tanto que la boya pueda ser detenida y puesta a disposición judicial  en las próximas horas, acusada de un delito de herejía climática.

Obviamente el cuerpo de la noticia explica que el caso de esta boya es excepcional, que el entorno de la Ría de Vigo es peculiar, que el resto de mediciones en los océanos sí que muestran aumentos de la temperatura, y que por una anomalía en Vigo no se puede dudar del calentamiento global. La excepción confirma la regla, podríamos concluir.

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O no.

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Respecto al calentamiento global cabe preguntarse si el consenso político y mediático sigue al consenso científico o si es lo contrario. En este sentido, dos noticias recientes se juntan en el plato incorrecto de la balanza junto a la boya de Vigo. La primera noticia es el manifiesto de 1.600 científicos y profesionales, encabezados por dos premios Nobel, cuestionando el calentamiento global. La segunda es la confesión de un reputado climatólogo, reconociendo que para ser publicado en revistas en principio tan inobjetables como Science o Nature hay que cargar las tintas sobre el calentamiento global.

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Más allá de estas noticias puntuales que son como boyas viguesas en el océano mediático de la armonía apocalíptica, el problema con el calentamiento global es la precisión y validez de los datos. O sea, hace sólo unas décadas que tenemos datos precisos y globales sobre la temperatura del planeta, por tanto no podemos analizarlos con perspectiva. Antes de los satélites, teníamos estaciones climatológicas normalmente en algunas ciudades, sólo en algunas ciudades, y normalmente del mundo desarrollado y sólo desde una época relativamente reciente. Las ciudades además crecieron extendiendo su manto de asfalto alrededor de estas estaciones y de la isla de calor que constituía la propia ciudad. Los vikingos obviamente no medían la temperatura aunque a Groenlandia  la poblaron y  le pudieron el nombre por ser verde en vez de estar helada como ahora. El Sahara hace unos pocos miles de años era una pradera, pero se convirtió en un desierto sin que se conozcan exactamente las causas y sin que el ser humano interviniera lo más mínimo en ello. O sea, que tenemos problemas para determinar el calentamiento global, tenemos problemas para saber si es un cambio apocalíptico y tenemos problemas para estar seguros de que esté provocado por el hombre. Los datos fiables datan sólo a partir de 1961, como el año pasado se le escapó en una declaración pública al propio Sánchez Castejón.

Todo esto no implica necesariamente abrazar una postura negacionista, pero sí que invita a abrazar una actitud crítica. Porque de lo que no se pueden tener dudas es de que la lucha contra el calentamiento global es para unos un negocio descomunal, del que por tanto no pueden permitir que se dude, y para otros es un instrumento para implantar como una apisonadora toda una agenda política “salvadora”, que en gran medida no tiene nada que ver con el clima pero que se impone sin permitir discusiones a cuento del cambio climático. Obviamente el calentamiento global podría ser cierto a pesar de ello, pero pensemos con calma, exijamos pruebas seguras y no demos nada por hecho. Suicidarnos para salvarnos de la muerte tampoco tendría mucho sentido.

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