Ser católico o anormal

Según datos de la Conferencia Episcopal de Francia, reflejados por infovaticana.com, esta Pascua se ha producido un aumento récord en el número de personas que solicitan el sacramento del Bautismo, especialmente entre adultos de familias “no religiosas”.

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En la celebración de Pascua de este año se han bautizado 7.135 adultos (un 31% más que el año pasado) y 5.025 adolescentes (casi el 50% más que en 2023). Las cifras muestran que este aumento es especialmente acusado entre los jóvenes de 18 a 25 años, que antes de la pandemia representaban sólo el 23% y este año serán el 36% de los catecúmenos. Un crecimiento de alrededor del 150% en 5 años.

Independientemente del aumento en el número de bautismos, por si no fueran ya lo bastante políticamente incorrectas las cifras, resulta que las mujeres demandan los sacramentos de la iniciación cristiana en mayor proporción que los hombres: un 62% mujeres frente al 38%. O sea, que tenemos una brecha de género también en la religión, lo que le faltaba al progresista promedio para atragantarse con la información.

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Más allá de las cifras, ¿existe un regreso a la religiosidad y lo tradicional? ¿Y por qué se está produciendo? ¿Será un fenómeno francés o un patrón que se puede repetir en todo el mundo occidental?

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Con el afán provocativo que nos caracteriza, decíamos que la modernidad, sea lo que sea eso, está colocando a la gente en la tesitura de tener que elegir entre el catolicismo o la anormalidad. Es decir, frente a las disparatadas ocurrencias de la dictadura social woke, precisamente por su carácter dictatorial, no queda en muchos ámbitos otra resistencia que la Iglesia Católica. La prueba es el odio que al mundo woke le suscita la Iglesia Católica.

Cuanto más rechiflados y huecos son los planteamientos del discurso dominante, cuanto más alejados de la normalidad, de la tradición de las cosas probadas y hasta de la biología, más se levanta el catolicismo como la alternativa de la normalidad y el sentido común. Citábamos a la biología porque junto a la Iglesia se ha convertido en la otra gran enemiga de la modernidad, al punto que se está llevando a cabo su negación. No existe el género. No existe la biología o es irrelevante. Todo es fluido, todo es educación, todo es cultural. No deja de ser curioso que el progresismo ateo LGBT haya convertido en aliadas a la biología y la religión.

El problema fundamental de la ideología woke, como el comunismo, es que sus planteamientos de base, por equivocados, no conducen a la felicidad sino al desastre. La autodeterminación de género, las relaciones abiertas, la destrucción de la familia, la negación por un lado de la dimensión espiritual del ser humano, y por otro la negación de su dimensión biológica, están conduciendo a millones de personas a una existencia vacía consistente en una acumulación de traumas personales y relaciones desquiciadas. No parece tan extraño, por consiguiente, que cada vez haya más personas que se pregunten cuál es la alternativa o regresen al modelo tradicional, ya sea por haber experimentado en carne propia las consecuencias catastróficas del discurso woke, o por haber visto esas consecuencias en las personas de alrededor.

Venimos de unos tiempos y de un modelo de sociedad en los que, con todas su imperfecciones, el modelo estandarizado de familia era el modelo tradicional. Hasta cierto punto es normal por tanto que toda persona descontenta  por una razón o por otra con ese modelo, o con la concreción de ese modelo en su familia a través de sus miembros, buscara acaso otras alternativas. Es decir, la familia es lo más importante para las personas también cuando la familia funciona mal, por eso es tan importante esforzarse en que la familia funcione bien. La cuestión es precisamente que ahora es más visible, por su proliferación, el contraste entre la familia tradicional y los modelos alternativos propuestos por la modernidad. Esto podía haber sido una gran amenaza para la familia si esos modelos alternativos estuvieran produciendo sistemáticamente gente feliz, equilibrada y funcional, pero lo que está sucediendo es todo lo contrario. Frente a todos esos modelos alternativos que se están convirtiendo en una fábrica de producción en serie de clientes para el diván del psiquiatra, mucha gente regresa al modelo tradicional de valores. Unos por conversión y otros porque, simplemente, ven por prueba-error que funciona mejor.

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