Cuando Iñaki Iriarte dice que «Hay que luchar contra cualquier muestra de odio», ¿le siguen la izquierda y el nacionalismo?

UPN publicaba hace un par de días una intervención de su diputado Iñaki Iriarte en el Parlamento de Navarra, en la que Iriarte denunciaba las muestras de odio contra colectivos como los menas, los gays, los musulmanes, los inmigrantes o los gitanos, como no podía ser menos, pero recordando también  los gritos de cientos de jóvenes en Alsasua gritando “¡Españoles hijos de puta!¡Españoles hijos de puta¡”.

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Antes de nada interesa confirmar aquellos gritos y rescatar los correspondientes vídeos para verificar las palabras de Iriarte y la actitud de esos cientos de jóvenes en Alsasua.

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Como acertadamente indicaba Iriarte, si cientos de jóvenes se manifestaran en una localidad navarra gritando “inmigrantes hijos de puta”, “homosexuales hijos de puta”, o “vascos hijos de puta”, todos nos preguntaríamos de dónde salían esos salvajes, a quiénes votaban, a quiénes leían, en dónde estudiaban, qué subvenciones recibían los medios que leían. Sin embargo, esto no pasa cuando esos cientos de jóvenes gritan “españoles hijos de puta”, y mucho menos si eso sucede en Alsasua. De hecho, el entonces cuatripartito, pese a todo lo visto, como puede comprobarse en el enlace de Facebook felicitó a todos los vecinos de Alsasua por su comportamiento, su “ejercicio de civismo” y su “madurez democrática”, a la par que calificaba de “invasión” y “provocación” la presencia de sus rivales políticos agredidos e insultados.

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https://www.facebook.com/watch/?v=177436823191066

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Podríamos concluir que las muestras de odio y los discursos de odio se encuentran perfectamente normalizados por la izquierda y el nacionalismo siempre y cuando se dirijan contra los partidos de la derecha y quienes no piensan como ellos. O sea, la violencia o los insultos reciben una condena unánime cuando se dirigen a inmigrantes, gays, musulmanes, izquierdistas o nacionalistas, pero cuando padecen la violencia o los insultos personas o partidos de derechas, la condena ya no es unánime, la izquierda no condena y el agredido es convertido en un provocador. Todo ello se puede comprobar fácilmente en todos los vídeos anteriores, sin ir más lejos.

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Por consiguiente el discurso de odio más peligroso ahora mismo es el que se refiere a la violencia política de la extrema izquierda, porque todas las demás violencias al menos reciben una condena unánime. Existe por ejemplo una cierta violencia de extrema derecha, pero esa la condena todo el mundo, incluyendo la derecha. La única violencia que no es condenada por todo el mundo, cuya existencia se niega, o a cuyos autores se aplaude, es la violencia de extrema izquierda. Tolerar la violencia y el insulto contra el que piensa diferente es poner en riesgo de quiebra la convivencia. La pregunta es si la izquierda y el nacionalismo quieren acabar con el odio y la violencia en Alsasua o, por el contrario, extender a todas partes ese odio y esa dificultad para que sus rivales  puedan llevar a cabo con normalidad un acto político y convertir al «txabal», a través de la educación y los medios, en molde y estereotipo.

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2 respuestas

  1. Quieren arrogarse la potestad de a quién se puede insultar, odiar, asesinar, y a quién no. Juegan a ser Dios y eso acaba siempre mal.

  2. Si no deduzco mal de las palabras de Iñaki Iriarte resulta que el Estado debe asumir la labor de hacernos mejores personas. Y dicho así, parece que es muy loable. Pero con un breve examen se verá que no es tan buena idea.

    En primer lugar resulta sorprendente que en la era de la plena «autodeterminación» (género, decisión de morir, etc.) se pongan de acuerdo todos los partidos estatales en que hay que cumplir unas reglas morales. Es decir, que de autodeterminación, nada. Los que mandan son ellos.

    Y cuando los políticos nos dictan las reglas morales, en realidad nos dan una buena dosis de ideología. Y como actuan con leyes, cuando nuestra conducta no se ajusta a su ideología, no recibimos un reproche moral sino una multa (o cárcel).

    Así que no Sr. Iriarte (o Sra. Chivite, o Sra. Barkos) no quiero que me diga cómo ser buena persona. Su misión es más simple administrar la cosa pública.

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