¿Por qué los materialistas no saben cuál será el próximo Papa?

¿Quién será el próximo Papa? Entre quienes tratan de ofrecer una respuesta tenemos a los quinielistas y a los adivinos. La ventaja de los quinielistas es que hay tantos que sea quien sea elegido Papa casi seguro que estaba en alguna quiniela, por tanto sin duda podrá salir un quinielista presumiendo de su acierto. Es tan complicado adivinar quién será el Papa, eso sí, como adivinar quién será el quinielista que acierte. Los quinielistas por tanto no ofrecen mucha ayuda a la hora de aclararnos un poco. Tenemos en cambio por otro lado a los adivinos, aunque la verdad es que son un género que no prolifera mucho ahora mismo. El nombre que de hecho más está repitiéndose es el de Nostradamus.

El problema con Nostradamus es que suele ser, como todos los buenos adivinos, alguien que en realidad predice el pasado. O sea, fíjense que Nostradamus aparece ahora después de la muerte del Papa, en medios que incluso aseguran que la muerte de Francisco había sido predicha por Nostradamus. ¿Cómo es entonces que esos mismos medios no publicaron la profecía antes de la muerte de Francisco? Hablar de una guerra, un hombre pálido y una señal de oriente (acabamos de inventarlo) puede servir para cualquier cosa, como que no va a haber guerras, hombres pálidos y cosas que pasan en oriente. Cuanto más vaga es una profecía, menos útil para predecir nada, pero más fácil de usar para tratar de reinterpretarla a posteriori. Lo único seguro que se puede predecir respecto a Nostradamus es que DESPUES de cada evento histórico relevante muchos medios seguirán tirando de Nostradamus para llenar espacio. La vigencia de Nostradamus no habla tanto de la utilidad de la adivinación como de la eterna crisis de los medios cuyo fin ni Nostradamus fue capaz de entrever en ninguna revelación.

Apuntemos sin embargo más al fondo en toda esta cuestión del futuro y la adivinación. El problema con el futuro es que para poder preverse tiene que estar escrito. Si no está escrito, no se puede saber. Y si está escrito, no se puede cambiar. De este modo, un adivino no le puede decir que mañana a las 12 le caerá un piano en la cabeza si no está escrito en el destino, pero si está escrito en el destino no podrá dejar de caerle el piano en la cabeza aunque mañana a las 12 se esconda en una alcantarilla. Todo es por tanto bastante paradójico. ¿De qué nos serviría saber el futuro si no podemos cambiarlo? ¿Cómo podríamos saber el futuro si pudiéramos cambiarlo?

En un universo meramente material, sin embargo, deberíamos poder saber el futuro. Es decir, en el universo material todo es una sucesión de causas y efectos. Nada es incausado. Toda acción provoca una reacción. Toda acción es reacción de una acción anterior. Por eso es posible jugar al billar o predecir un eclipse. Partiendo del estado presente del universo, debería ser posible predecir cualquier estado futuro del mismo si dispusiéramos de todos los datos. Si no podemos predecir algo en el universo material sería por falta de datos o por la complejidad de manejar todos los datos y no porque pasaran cosas incausadas ni impredecibles. Un científico que no es capaz de predecir el futuro es en realidad un farsante. ¿Vivimos sin embargo en un universo predecible? ¿Por qué entonces los periódicos nos cuentan las noticias de ayer en vez de las de mañana?

Hay dos posibles motivos por los que no podemos saber que un señor matará a su mujer dentro de un mes, en el salón, con un candelabro, como en el Cluedo. El primer motivo, como apuntábamos, es que todo es demasiado complejo como para saber lo que va a suceder aunque se encuentre escrito, pero el segundo y más interesante es que en realidad en ninguna parte está escrito que la señorita Amapola matará al coronel Mostaza. Y esto por una razón fundamental, y es que la señorita Amapola es libre. La decisión de matar o no matar a otra persona es suya, no está escrita desde el Big Bang en la cadena causal de acontecimientos universales.

Cuentan que un discípulo discutía con un filósofo sobre la existencia de la libertad hasta que el filósofo, cansado del empecinamiento de su discípulo, empezó a golpear la cabeza de su discípulo con un garrote. Cuando el discípulo empezó a suplicarle que dejara de pegarle, el filósofo le preguntó: ¿entonces piensas que soy libre para decidir dejar de pegarte? Pensar que el universo es materia y sólo materia es algo más que una teoría, significa asumir que la señorita Amapola es inocente del asesinato del coronel Mostaza, o que Hitler fue totalmente inocente del Holocausto, y que simplemente formaron parte de una cadena de acontecimientos, iniciada desde el comienzo de los tiempos, que dio lugar inevitablemente a la muerte del coronel o a los campos de exterminio. En un universo material seríamos por tanto muy injustos con Hitler culpándole del genocidio de los judíos. Un universo material y sólo material es incompatible con la libertad y por tanto con la responsabilidad. En un universo material no tendrían sentido las cárceles ni los contratos. Nadie sería responsable de sus actos ni por tanto sería justo pedirle cuentas por ellos. Un universo material no podría ser por tanto tampoco un universo moral.

Naturalmente aquí es cuando tenemos que preguntarnos si la realidad se comporta como si existiera la libertad o como si no. ¿Tratamos a los demás como si no tuvieran ninguna responsabilidad? ¿Nos sentimos totalmente irresponsables de nuestros actos? ¿Está escrita su respuesta a estas preguntas? ¿Podemos convencerle de algo? ¿Por qué está leyendo esto o cualquier otra cosa si lo que va a pensar ya está decidido de antemano? Si alguien predice que mañana morirá su vecino y al día siguiente mata a su vecino, ¿es un profeta o un asesino? O creemos en un universo determinista en el que sólo hay materia, o creemos en un universo en el que quizá hay presiones e influencias, pero hay algo más que materia, y sólo habiendo algo más que materia existe la libertad. En un universo meramente material cabría acaso el caos, pero nunca la libertad. No parece no obstante que vivamos en un universo caótico. El conductor de un autobús podría decidir parar antes de entrar al túnel de Velate, dar la vuelta y poner rumbo a Benidorm en vez de a Irún, pero lo que no es probable que suceda es que entre en el túnel y a la salida aparezca en Honolulu o en Tombuctú, como debería pasar en un universo caótico. Los científicos tienen a este respecto un problema importante con el universo a escala cuántica. ¿Puede haber una escala en la que el universo es caótico y Dios juega a los dados y a la vez y por encima otra en la que sin embargo todo es determinista? ¿Hay de todos modos alguna escala en la que sepamos en el fondo gran cosa?

Volviendo a la cuestión inicial, la conclusión más simple es que no sabemos quién va a ser el próximo Papa porque no está escrito en ninguna parte el nombre del próximo Papa. Por eso el nombre lo publicarán los medios después de la elección en vez de antes. Por eso podemos hablar siquiera de elección. Por eso los profetas y adivinos lo tienen mal. Por eso a los escritos de Nostradamus sólo se les puede intentar dar sentido a posteriori y a priori son lo bastante vagos como para que lo mismo se pueda pensar que están hablando de una invasión alienígena que del descenso a Tercera del Sporting de Gijón. No saber lo que va a pasar es sin embargo un hecho maravilloso, significa que vivimos en unas coordenadas en las que existe la libertad.

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