Jenni Hermoso la incuestionable

Al fin ha llegado el juicio a Luis Rubiales por el beso a Jenni Hermoso, el beso más trascendente de la historia desde Judas. O a lo mejor es que hemos sacado totalmente de quicio este asunto, es sólo una hipótesis. El caso es que delante de un estadio lleno de gente, enfrente de todas las cámaras de todas las televisiones del mundo, rodeado de policías, Luis Rubiales le plantó un pico a la jugadora de fútbol en el marco de la celebración de la victoria de la Selección Española y la entrega de los trofeos. ¿Fue un acto inapropiado? Eso nadie lo pone en duda. No hay un acto en la vida de Luis Rubiales que haya sido apropiado. Es reprochable, seguro que sí. ¿Es este beso un motivo sumado a otros catorce mil motivos para convertir a Rubiales en una persona inadecuada para el cargo que ocupaba? Naturalmente. ¿Pero es una agresión sexual? ¿Una violación? ¿Un gravísimo delito que ni la policía, ni el público, ni los medios apreciaron en el momento?

Tras el beso en cuestión, Jenni Hermoso lo tomó con sus compañeras como una cuestión anecdótica, se rieron de ello, bromearon… Ni siquiera la supuesta víctima le dio por tanto mayor importancia. Medios que ahora braman tampoco lo hicieron. ¿Qué pasó entonces? Apareció la inquisición woke con sus antorchas, incialmente de forma muy minoritaria, gritando “¡agresión, agresión”! Las mismas políticas que con sus nuevas normas soltaban violadores a la calle por esto gritaban Rubiales a prisión.

Lo que a partir de aquel momento contribuyó a crear la gigantesca bola de nieve seguramente fueron tres factores presentes en este caso, pero que para imponer el discurso woke dominante e indiscutible operan constantemente en todos los apartados de la realidad.

En primer lugar, la acusación de agresor sexual contra un hombre se ha convertido en indiscutible, la lleve a cabo la propia víctima, que inicialmente no fue el caso de Rubiales, o la lleven a cabo las mujeres que dirigen un partido o un ministerio. No sólo es que el hombre sea presuntamente culpable hasta que se demuestre lo contrario, es que además demostrar lo contrario es imposible. Como en los casos de Jenni Hermoso o Elisa Mouliaá, da igual la reacción de la supuesta víctima. Haga lo que haga la víctima, ninguna de sus actos sirve para cuestionar su acusación. Tanto da si tira cohetes o si se encierra en una cueva a llorar, no hay ningún comportamiento que se pueda usar para poner en solfa la acusación. Todo prueba la agresión. Que la acusadora ha sido víctima de una agresión no es la conclusión del proceso después de ver todas las pruebas, sino la premisa del proceso que las pruebas no pueden desvirtuar. Puede que la víctima riera por fuera o mandara invitaciones al supuesto agresor para seguir viéndose, pero estaba rota por dentro.

Naturalmente eso ni se puede probar ni la defensa lo puede desvirtuar. A la víctima, si la premisa del juicio es que es víctima, no se la puede interrogar para averiguar si es víctima, porque eso es atacar a la víctima y poner en duda la premisa del proceso. Eso es machismo y no se puede tolerar. Pero entonces, ¿para qué hace falta el proceso? El juez puede ser caústico o incisivo interrogando a Errejón, pero no puede poner en cuestión a la acusadora. Esta imposibilidad de cuestionar los actos de la víctima destruye hasta la doctrina del “sólo sí es sí”, porque la víctima puede alegar que decía sí y sonreía por fuera, o celebró públicamente los días posteriores, pero estaba rota y en shock por dentro y no se puede cuestionar su interior.

En segundo lugar, se ha generado un escenario en el que nadie puede ser menos feminista que el vecino, no digamos que el rival político. Si uno es menos feminista que otro, puede ser acusado de machista por el otro, lo cual equivale a una cancelación. El nivel de feminismo adecuado lo marca necesariamente en este contexto el feminismo más radical. Si alguien no secunda la penúltima ocurrencia del feminista más extremo, parece menos comprometido con la causa de la mujer, menos beligerante contra la violencia machista, más machista. Por tanto, en cuanto Podemos comenzó a denunciar que Jenni Hermoso había sido víctima de una agresión sexual ya nadie lo pudo poner en cuestión. Todos los medios de izquierda que inicialmente no habían percibido tal cosa poco a poco abrazaron en masa la tesis de la agresión sexual, porque la alternativa era ser acusados de machistas. Si la inquisición está haciendo una denuncia, no te puedes oponer a la inquisición.

En tercer lugar, empezamos a asistir al fenómeno de que denunciar una agresión sexual tiene diversos tipos de recompensas. Estas pueden consistir desde la contratación en programas de televisión, a dar las campanadas en Nochevieja, pasando por documentales o publicidad gratuita para promocionar una carrera profesional en declive. Si denuncias eres una heroína y recibes una lluvia de beneficios. Si no denuncias eres una cobarde vendida al heteropatriarcado y una traidora a tu propio género. Llegados a cierto punto, ¿tenía Jenni Hermoso otra opción que hacer lo que hizo? ¿Qué coste hubiera tenido para ella no sumarse al linchamiento político-mediático de Rubiales?

Obviamente esto no significa que no haya agresiones sexuales, comportamientos inadecuados o faltasde respeto, que no haya que perseguirlos o que haya que normalizarlos, pero todo ello bajo las premisas lógicas de la proporcionalidad y llegados al caso del derecho, en virtud del cual existe la presunción de inocencia y el principio de que quien acusa debe probar. Estos principios del derecho, además, deberían ser bastante tenidos en cuenta en las tertulias y en los medios. Asistimos sin embargo a lo contrario, a la dificultad para un juez o tribunal de dictar sentencia en un sentido contrario al ya determinado por los medios y por el poder político. Todo el mundo puede acabar devorado por este marco porque es ilógico, expansivo y atroz.

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Un comentario

  1. Rubiales es un impresentable, pero por el caso del piquito, no se le puede acusar de agresion sexual, porque una agresión sexual es algo mucho mas grave. Pero claro a las feministas radicales les basta cualquier excusa para pornerse histéricas. Son mujeres al borde de un ataque de nervios.

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