Tener que elegir lo mismo que los demás es lo contrario de ser libre. Por eso la igualdad es incompatible con la libertad. La igualdad es poder ser todos igual de libres para elegir, no elegir todos lo mismo. Si todos no elegimos lo mismo, porque elegimos libremente, entonces es imposible la igualdad. Porque elecciones diferentes nos llevarán a lugares diferentes. Este es el problema con el socialismo y el feminismo no ya actual, sino esencial.
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Para un socialista el mundo ideal es aquel en el que todo el mundo gana lo mismo, tiene el mismo tipo de casa, el mismo tipo de vida, el mismo tipo de dieta, el mismo tipo de horario… y por supuesto el mismo tipo de ideas. Claro, es difícil tener el mismo tipo de casa o de ropa o de dieta si no cobras lo mismo. Todo está relacionado. ¿Qué sentido tendría ganar 20 veces más que el de al lado para vivir en el mismo sitio, ir a los mismos restaurantes, hacer los mismos viajes y veranear en el mismo lugar? Naturalmente alguien puede ganar 100 veces más que su vecino y conducir un Renault de 30 años, pero puede que le guste presumir de austero, o que esté enamorado de su Renault, o que de su dinero a las Hermanitas de la Caridad. Como nos gusta la libertad, nos da igual.
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Para una feminista, en su mundo ideal tiene que haber un 50% de ingenieros y un 50% de ingenieras, un 50% de enfermeras y un 50% de enfermeros, un 50% de camioneros y un 50% de camioneras. ¿Pero y si las mujeres eligen libremente que mayoritariamente quieren ser más enfermeras que camioneros o juezas que ingenieros? Pues para que a la feminista no se le resquebraje su mundo ideal, para lograr una igualdad efectiva de resultados habría que obligar a la mujer que quiere ser maestra a que sea ingeniera o camionera, y a esa imposición se le llamaría «liberación de la mujer». Otras alternativas son establecer cuotas limitando el número de hombres que pueden ser ingenieros o camioneros. Esto también significa establecer una desigualdad en las aptitudes de acceso. En un caso el criterio sería el mérito y en el otro el número. En nombre de la igualdad en los géneros se crea una desigualdad en los méritos. Y en cualquier caso siempre hay que sacrificar la libertad de lo que la gente quiere para obtener un porcentaje.
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La pregunta es hasta dónde tiene que llegar el gobierno. El gobierno, más bien la ley y los jueces, deben garantizar la igualdad de derechos, pero no la igualdad de resultados. Imponer la igualdad de resultados a la igualdad de elección es como obligar a que en un multicine en el que se proyectan 4 películas todas las películas tengan que tener los mismos espectadores. ¿Pero y si lo que quiere el 75% de los espectadores es ver una de las películas? ¿Y si hay una de las películas que sólo quiere verla el 1% de los espectadores? La única forma de que todas las películas tengan un 25% de espectadores es cargarse la libertad de elección del espectador. Si obligas a que en una heladería con 10 sabores de helados haya que vender un 10% de cada helado no sólo te cargas la libertad de elegir el sabor, también el estímulo para esforzarte en hacer un helado diferente, o de mayor calidad, o más barato, si total se va a vender igual que el de al lado.
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Finalmente, si otorgamos al gobierno el poder de condicionar nuestras elecciones entonces no podemos elegir el gobierno. No es posible en el fondo lo primero sin lo segundo. Socialismo o libertad. A lo que podríamos añadir feminismo o libertad. O feminismo y personalidad, porque no hay personalidad sin libertad. Porque personalidad es poder no elegir lo mismo que los demás. No ser un replicante. Poder ser el resultado de tus elecciones y no de la necesidad de alcanzar un porcentaje. O eres una mujer o un hombre libre o eres una repetición.
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