La nueva ministra de Sanidad cree que el latido de un feto no es un signo de vida

Mónica García es la nueva ministra de Sanidad del Gobierno de España. Algunos la han presentado como el azote de Ayuso en el parlamento de la Comunidad de Madrid, aunque entre Ayuso y García la azotada suele ser García. En las urnas desde luego la azotada es Mónica García. No parece tampoco que Ayuso se haya sentido muy aliviada por la marcha de García hacia otros pagos. Puede más que sea Mónica García la que haya sentido gratificada por no tener que medirse constantemente con Ayuso. El caso es que después de no poder con Ayuso tenemos a García al frente del Ministerio de Sanidad, un ministerio por otro lado bastante hueco en la medida en que las competencias de Sanidad se encuentran básicamente transferidas a las comunidades autónomas. Mientras no llegue otra pandemia podemos sentirnos por tanto más o menos seguros aunque la ministra de Sanidad sea Mónica García.

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Los que desde luego no se pueden sentir muy seguros con Mónica García son los fetos. Uno de los episodios más rocambolescos de esta médico-política fue el momento en que en un debate sobre el aborto y el latido fetal en la Asamblea de Madrid, en el año 2019, aseguró dirigiéndose a la también médico y diputada de VOX Gádor Joya y refiriéndose a los fetos que «aquellos fetos que ustedes consideran que por tener latido ya tienen vida. Pues no, señora Gádor».

Si la declaración anterior resultaría pintoresca en cualquier persona, desde luego lo es mucho más en un médico. Parece que nos encontramos en uno de esos casos en los que cabe preguntarse por el nivel de la universidad española, incluso en una carrera exigente como Medicina, o cabe preguntarse hasta qué punto la ideología puede predominar en una persona sobre la evidencia biológica.

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Las hembras de la especie humana no quedan embarazadas más que de seres humanos.

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Los seres humanos no tienen más que un corazón.

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Un corazón va unido necesariamente a la existencia de un ser vivo.

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Por eso el latido fetal es una información tan relevante y significativa para la mujer embarazada.

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Desmiente que abortar sea decidir sobre el propio cuerpo, sino que es una decisión sobre otro cuerpo con otro corazón y otra vida. El cuerpo del niño no nacido está dentro del cuerpo de la madre pero es otro cuerpo distinto, con otro cerebro, otro ADN, otras piernas, otros brazos y otro corazón. Por eso una mujer embarazada no es una mujer con dos cabezas, con dos géneros o con dos corazones. Hay una mujer con un corazón y un niño con otro corazón, totalmente distinguible del de la madre. Abortar no es que una mujer decida sobre su cuerpo sino sobre el de su hijo.

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Hay seres vivos sin corazón, y la abortista Mónica García podría ser uno de esos seres, pero no hay corazón sin ser vivo. Si una sonda enviada a Marte descubre un corazón entre las piedras sería un evidente signo de vida. Habría que preguntarse cómo había aparecido allí ese corazón pero no cabría duda sobre la evidencia de vida y que ese corazón pertenecería o habría pertenecido a un individuo de una especie concreta. Para ofrecer un corazón a uno de los amables dioses precolombinos había que sacrificar a un ser vivo, probablemente uno que vio llegar a los chicos de Cortés con alivio. Los corazones latientes no caen del cielo, para conseguir un corazón humano había que sacrificar a un ser humano. Las hembras humanas no se quedan embarazadas más que de seres humanos y el latido fetal no puede corresponder por tanto más que al corazón de un ser humano. Si arrancas el feto a una embarazada y le sacas el corazón no tendrá un corazón de gato o de cerdo, sino un corazón humano. El ser vivo que estás matando al abortar es por tanto un ser humano, no un gatito aunque algunos tendrían más empatía con un gatito que con un niño.

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Todo lo anterior puede parecer muy elemental, pero se puede ser médico, diputada autonómica y ministra de Sanidad sin saberlo. O sea, que o no es tan elemental o la ceguera ideológica afecta hasta a las evidencias más elementales. El aborto, de hecho, no podría haberse normalizado tanto sin una ceguera ideológica capaz de ignorar las más elementales evidencias biológicas y morales. En realidad el proceso de aceptación del aborto seguramente ha sido el inverso. No había duda de que era matar a un niño, pero un niño indeseado y molesto. No cometemos abortos porque son aceptables, los hemos convertido en aceptables porque los cometemos. No es que abortamos porque hemos llegado a la conclusión de que los niños eliminados no son seres humanos, sino que hemos llegado a la conclusión de que los niños que eliminamos no son humanos porque los abortamos. ¿Qué clase de monstruos seríamos de otro modo? Y así llegamos al punto en que una diputada o una ministra que es médico es capaz de sostener que un feto con un corazón latiendo no es vida, o que un feto con el corazón parado y otro con el corazón latiendo están igual de no vivos. En manos de estas personas y de estos ministros estamos.

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Un comentario

  1. El tema es que no les importa lo que saben, ni dejan de creerlo porque pertenecen a una ideología concreta.
    El tema es que -sabiendo lo que saben-, pretenden a fuerza de cinismo convencernos de lo contrario de lo que saben.
    Y es una verdad demostrada hasta la saciedad, que la repetición de una mentira la convierte en verdad.
    Y hoy los ideólogos que dominan el Mundo quieren el aborto, como quieren la eutanasia y el emparejamiento de los humanes dentro del mismo sexo, porque tienen una meta: la reducción drástica de la población mundial.
    Está en la agenda 2030 y lo han expresado sin ambages desde Bruselas.
    Lo dicen con todas las letras, para que nadie se llame a engaño. Lo que pasa es que las personas solo vemos lo que nos cuentan aquellos a quienes votamos.

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