La criminalización del piropo y el ligoteo

La nueva Ley de Libertad Sexual de Irene Montero prevé una multa de entre seis meses a dos años a “quienes se dirijan a otra persona con expresiones, comportamientos o proposiciones sexuales o sexistas que creen a la víctima una situación objetivamente humillante, hostil o intimidatoria, sin llegar a constituir otros delitos de mayor gravedad”. Esto significa que a partir de la aprobación de la ley puede ser delito el decir un piropo a una mujer. A cualquier mujer. Incluso a tu mujer. La redacción de la ley resulta tan ambigua que la única forma de estar seguro de no cometer un delito es no no decir nunca nada agradable a una mujer. En realidad no hablar nunca con una mujer.

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Desde luego hay comportamientos que se entiende perfectamente que pueden resultar groseros, desagradables e inapropiados. Elevarlos a delito es un problema complicado. La clave es el término “objetivamente”. ¿Qué significa que la expresión o la proposición a una mujer tiene que crearle a la víctima una “situación objetivamente humillante”? Por lógica, una situación objetivamente humillante es que si una mujer se puede sentir ofendida y otra no entonces no nos encontramos ante una situación objetivamente humillante. Es decir, si hay una mujer en el mundo que no se hubiera ofendido por la expresión o la proposición efectuada a otra mujer, es que la ofensa es subjetiva y depende de la mujer. Esto significa que el delito que prevé la nueva ley de Irene Montero puede resultar totalmente inaplicable. Y seguramente mejor que así sea, porque en caso contrario cualquier expresión o cualquier proposición a una mujer podría ser delito, dependiendo de la mujer.

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La redacción del artículo que acaban de leer resulta tan ambigua que equipara el comentario o la proposición que se pueda hacer en una discoteca o un bar lleno de gente un fin de semana con abordar a una mujer en una calle oscura y solitaria un martes. Tampoco se puede descartar que el mismo comentario de un hombre a una mujer suscite agrado o rechazo dependiendo del hombre. ¿Y cómo sabe el hombre si es del primer grupo o del segundo? ¿Le llama a preguntar a Irene Montero? ¿No se les reconoce a los hombres un porcentaje de fallos cuando se acercan a una mujer, algo así como un carnet de ligar por puntos? Claro que hay formas de dirigirse a una mujer inadecuadas pero, ¿cómo distinguirlas claramente para meterlas nada menos que en el Código Penal? ¿Cuál va a ser la difusa frontera entre ser torpe o grosero y delinquir?

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Resulta irónico que la nueva izquierda radical esté trasladando no ya a su discurso, sino hasta al Código Penal, un puritanismo que deja en pañales al más radical de los clérigos calvinistas o talibanes. Cosas de las que cómicos y monologuistas hubieran hecho befa hace unos años si las hubiera dicho un obispo, ahora forman parte del discurso indiscutible de la izquierda, perdón por la redundancia. De hecho llegados a este punto seguramente los obispos son más permisivos que los comunistas y apenas estamos empezando con este talibanismo laico. O sea, uno de los problemas con el activismo permanente y el radicalismo como motor y no como consecuencia del discurso es que nunca se llega a un estado en que se han alcanzado los objetivos y se puede soltar el acelerador. La revolución no se acaba nunca. Cuando el radicalismo es casi una religión, tras la consecución de un objetivo hay que ir más allá. El proceso no tiene fin. Ni lógica. La lógica es avanzar sin parar. Irene Montero no puede decir que ya ha conseguido lo que quería, que ya se pueden desmovilizar sus seguidores y que ella se va a la playa. El discurso de los Iglesias no tiene tanto como fin conseguir tal o cual cosa como movilizar y mantener permanentemente excitada a su parroquia experimentando un odio constante hacia un enemigo.

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Dicho todo lo anterior, seguramente a muchas mujeres les ofende mucho más oír que alguien se caga en la Virgen María a que un hombre les silbe. Sin embargo lo de cagarse en la Virgen María se puede decir sin ningún problema. ¿A cuántas mujeres les ofende que alguien brinde en las fiestas de su pueblo por los presos de ETA y esa ofensa no le importa nada a Irene Montero? ¿Por qué sólo son reprobables las ofensas sexuales? Cagarse en Dios es libertad de expresión, decirle a una mujer que es guapa no. O sea, que la libertad de expresión tiene límites, pero sólo los que la izquierda quiere. Si alguien silba al paso de una mujer a lo mejor es delito. Si silba al himno de España no pasa nada. Si alguien silba a una mujer mientras suena el himno de España explota la cabeza de la jueza o el juezo.

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Un comentario

  1. El último párrafo es demoledor. Vivimos en un país increíble, en el sentido de que para una persona con dos dedos de frente no es creíble todo lo que está pasando. Y todo porque un infame personaje está anclado en un sillón de la Moncloa.

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