Dicen que hay dos tipos de novelistas: los que empiezan a escribir con el esquema de la novela ya trazado con todos sus detalles en la cabeza, y los que no tienen ni idea de cómo van a escribirla ni de qué va el siguiente capítulo. Lo único acaso que tienen claro estos segundos novelistas es a dónde quieren llegar al empezar, cuál es el final o qué es en definitiva lo que quieren contar. Por eso al primer tipo de novelistas se les llama escritores mapa y a los segundos escritores brújula. Unos saben exactamente desde que comienzan su andadura el camino que van a tomar y los lugares por los que van a pasar. Otros sólo saben el punto al que quieren llegar y si está al norte o al sur, les da exactamente igual por donde ir o cómo llegar. Es más, no tienen ni idea de por dónde ir o cómo llegar.
No cabe duda de que este mismo esquema resulta perfectamente trasladable a los políticos. En este sentido tampoco puede cuestionarse que, si hay políticos mapa y políticos brújula, Pedro Sánchez es un claro ejemplo de político brújula. Es más, Pedro Sánchez es el arquetipo de los políticos brújula.
Pedro Sánchez sabe exactamente a dónde quiere llegar. Tiene claro el objetivo. Ese objetivo es seguir una noche más en Moncloa. La flecha de su brújula se vuelve desde cualquier dirección hacia ese punto que no es el norte sino la presidencia. Ser presidente. Vivir en Moncloa. Pasar escuchando aplausos entre un pasillo formado por sus ministros. Sabe que todo eso se acabará en el aciago momento en que caiga su presidencia.
Más allá de su vanidad, Sánchez también sabe que su situación procesal y la de su mujer, o la de su hermano, se está complicando tanto según se van acumulando las informaciones publicadas que seguir en Moncloa es un seguro de vida. Fuera del gobierno Sánchez estaría sólo ante la Justicia. Mientras siga en Moncloa, sin embargo, Sánchez cuenta con el respaldo de los resortes del estado, empezando por la Fiscalía, para hacer a su alrededor de muro defensivo. Los resortes del estado, mientras sea presidente, también le sirven a Sánchez para lanzar ofensivas contra sus enemigos. Todo el aparato político-mediático que le respalda también depende de su continuidad en Moncloa. Es más, si su presidencia cayera, no ´solo perdería el escudo defensivo sino que pudiera ser que su propia gente empezara a pasarle facturas. Seguir una noche más en Moncloa ya no es por tanto sólo una cuestión de ambición o soberbia, sino una cuestión de supervivencia. No puede equivocarse su brújula.
Puesto que lo único cierto e innegociable es la permanencia en Moncloa, todo lo demás es fluido y se subordina a la consecución de este objetivo. Es probable que Sánchez no tenga ni idea de qué estará haciendo o qué tendrá que defender dentro de 6 meses para seguir en el poder, pero lo que tiene claro es que pactará, venderá o sacrificará lo que haga falta para dentro de 6 meses seguir en el poder. El fin no se puede discutir, los medios para conseguirlo sí. Lo único escrito es el final de la novela, cómo se vaya escribiendo cada capítulo o cuántos personajes haya que sacrificar por el camino le da igual. No es una veleta. Lo que cambia constantemente es el rumbo, no el puerto al que quiere llegar. ¿Cómo de lejos está dispuesto a llegar Sánchez para conseguir su objetivo? Hasta el final. Para Sánchez las cosas no se dividen en morales o inmorales, o legales e ilegales, sino en posibles e imposibles. Si es posible, aunque ilegal o inmoral, o si la ley se puede rodear, entonces la única duda es si sirve para conseguir su objetivo o no.
Todo esto es algo más que una mera semblanza anecdótica del presidente. Cualquier análisis político que no parta de un diagnóstico certero del personaje carecerá de fundamento. La naturaleza del personaje resulta fundamental para poder comprender sus decisiones, las que ya ha tomado y las que puede estar por tomar. El problema es que efectivamente da miedo pensar en las decisiones que una persona así puede llegar a tomar.