Lehendakari muerto, a ti sí te creo

El juzgado de lo Penal número 4 de Pamplona ha absuelto del delito de agresión sexual al guitarrista de Lendakaris Muertos, denunciado por haber pellizcado el pecho a una chica en el interior de un bar del Casco Viejo de Pamplona. El procesado siempre sostuvo que no le había pellizcado el pecho sino el brazo, alegando que era la forma en que se saludaba con sus amigos. La sentencia da veracidad a esta versión y el juez indica que la acusación no se vio apoyada por la declaración de ningún testigo, frente los testigos directos como el camarero que ratificó que el tocamiento se había producido en el brazo y otro cliente que junto al camarero negó que vieran a la víctima llorando y con ansiedad. El grupo musical, sin embargo, prescindió de los servicios del guitarrista hace cinco meses y el acusado declaró en el juicio haber padecido «un daño irreparable, porque ha habido un juicio paralelo y social bárbaro. Me han despedido y me he quitado todas las redes para que no me insulten».

Nos encontramos por tanto ante otra acusación o falsa o por lo menos no probada, en la que la sola palabra de una mujer basta para destruir la presunción de inocencia y acabar con el trabajo y la reputación de un hombre cualquiera, aunque en esta ocasión sea el guitarrista de Lehendakaris Muertos. Esta sentencia llega en un momento en que se está poniendo en cuestión la presunción de inocencia no sólo a nivel social, mediático o laboral, sino también hasta judicial.

No se puede dudar a estas alturas de que se ha creado un clima de persecución extrema en el que cualquier hombre puede ser puesto en cualquier momento en la picota. Por supuesto hay que acabar con las agresiones sexuales, como con cualquier delito, pero como cualquier delito aportando las pruebas correspondientes y superando el proceso correspondiente. Por otro lado ni tiene sentido que nada sea delito ni que todo lo sea. Un pellizco en el brazo, un piropo, un chiste, un comentario, una grosería, una falta de educación, un intento torpe de ligar, no pueden ser cuestiones equiparadas a una violación. Todo el que alimente semejante discurso será devorado por él.

En medio de este clima de persecución de género contra los hombres no es de extrañar que proliferen denuncias escasamente fundamentadas o alimentadas por intereses oportunistas o bastardos, ya sea para promocionar una carrera, un producto, o llamar la atención y obtener notoriedad. En este sentido, como nadie puede sostener el yo sí te creo al 100%, sólo falta que el yo sí te creo dependa de la ideología del acusado o de la acusadora.

El colmo de este ambiente de pre-culpabilidad de género al que hemos llegado es no sólo que la presunción de inocencia sea cambiada por una presunción de culpabilidad, sino que la presunción de culpabilidad sea además imposible de destruir. Sólo sí es sí, se nos dice, pero también se nos dice que el “sí” se puede producir bajo miedo o coacción, y que ningún signo exterior puede destruir la presunción de que el sí exterior puede ser en realidad un no interior. De este modo nada cuenta que la denunciante se muestre archifeliz tras la supuesta agresión, no manifieste congoja exterior alguna, se vaya de fiesta, mande mensajes afectuosos a su agresor, bromee sobre su supuesta agresión o se tatúe la cara de su agresor. Nada de todo eso puede destruir la presunción de que esté llorando por dentro y de que aunque por fuera dijera que sí por dentro dijera que no. Es más no cabe dudar ni aunque la denunciante se de cuenta de que en realidad quería decir no en vez de sí meses o años después de los hechos. Estamos llegando a un punto en que no sólo se establece una presunción de culpabilidad sobre el hombre sino que esta se asume bajo un marco que hace imposible probar la inocencia. El resultado es la proliferación de denuncias a las que estamos asistiendo con el problema de que las denuncias reales acabarán fundidas en el mismo magma que las falsas, por negar la evidencia de que hay denuncias ciertas y denuncias falsas y que toda culpabilidad debe ser probada.

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