Queramoslo o no nos encontramos en pleno conflicto, no ya de una guerra de aranceles, sino de una guerra de imperios, el estadounidense y el chino. Y España ha escogido bando: el chino. O sea, no ha escogido realmente España sino Pedro Sánchez, el presidente del gobierno, ¿en qué lío has vuelto a meternos, Pedro?
España y China celebran este año el 20 aniversario de su asociación estratégica integral.
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) April 11, 2025
Con el presidente Xi Jinping, he abordado el nuevo impulso que hoy damos a esa asociación, con la mirada puesta en el desarrollo de unas relaciones equilibradas y mutuamente beneficiosas y… pic.twitter.com/TG3r1KLBxm
Desde luego cabría plantearse en qué lado le conviene estar a España en todo este conflicto, pensando en los intereses de España, y podría haber quien pensara que nuestro papel en toda esta batalla no es protagonista. O que todavía hay que esperar acontecimientos y una clarificación del panorama. Lo que desde luego no tiene sentido es ser los primeros en echarnos en brazos de China, por muchos motivos. Para empezar, China es la mayor dictadura del mundo, y una dictadura comunista. Si no por un sentido económico, ya sólo por un sentido de la ética no nos podemos convertir en el mejor aliado de la mayor dictadura mundial.

Comercialmente, España importa de China casi 7 veces más de lo que exporta. Es decir, si Trump tiene motivos para estar preocupado por el déficit exterior con China, no digamos España. En un conflicto comercial con China, aunque este tipo de cálculos son muy complejos, a primera vista es China la que tiene más que perder que nosotros.

Uno de los problemas que tenemos con China, como se vio en la pandemia, es la dependencia industrial que tenemos respecto a ella. Esto no es ya un problema económico sino estratégico. A la dependencia exterior para muchos productos clave, se suma el hecho de que esa dependencia sea de un sólo país y un país que además es una dictadura comunista. En este sentido a lo mejor a Trump no le falta razón en el sentido de que hay que replantearse las relaciones con China pensando no sólo en términos económicos sino también términos geoestratégicos, incluso aunque esto pudiera significar el tener que atravesar una etapa de sacrificio económico.

Respecto a China, por lo demás, podemos tener por otro lado una visión un tanto mitificada. ¿Cuál es la fuerza real de China? China se ha convertido en la segunda potencia mundial, pero casi exclusivamente por el peso de su población. Es decir, el PIB per cápita de un chino es de 12.614 dólares frente a los 82.769 dólares de un estadounidense. En este sentido, los datos de natalidad de China y EEUU resultan llamativos. Atrás quedan los tiempos en que la población china crecía exponencialmente. Las políticas antinatalistas del régimen comunista han rebajado la fecundidad de manera salvaje, de modo que ahora China pierde población rápidamente. Según las proyecciones de la ONU, en 2100 la población de los EEUU rondará los 425 millones mientras que la de China sólo alcanzará los 600. ¿Podrá seguir siendo China primera potencia con la mitad de su población? Para ello tendría que multiplicar por varias veces su PIB per cápita pero entonces, ¿cómo va a competir en costes si su nivel de vida empieza a acercarse demasiado al occidental? Alternativamente, ¿importará 600 millones de africanos para mantener la población y las pensiones según aconseja el recetario woke que por cierto financia la propia China? Interesa tener también este tipo de cuestiones en cuenta porque tendemos a pensar que China no tiene debilidades, cuando la realidad es distinta.

Hablando de las debilidades Chinas, otra de ellas es que su impulso no es propio. La economía de china es una economía parásita en un doble sentido. En primer lugar porque depende totalmente de las ventas al exterior. El éxito chino sólo se explica por la deslocalización de las empresas occidentales en busca de menores costes de producción y por la venta después de esos productos en los mercados occidentales. China por sí misma es sólo un gigantesco campo de arroz. En segundo lugar, China no es la locomotora tencológica del mundo tampoco, sino una mera fotocopiadora. Una vez más se evidencia la naturaleza parásita y dependiente de Occidente del llamado milagro chino.

Como consideración final, el ser una dictadura comunista puede parecer una fortaleza, pero en realidad es una debilidad, por lo menos para los que creemos en la libertad. China no va a poder terminar de llegar a los estándares económicos occidentales porque el régimen comunista al final es un tapón al crecimiento y a la creación intelectual. Todo el crecimiento chino se ha producido en la medida en que ha ido abandonando la ruinosa ortodoxia comunista. Casi toda esa ortodoxia económica ya ha caído, pero queda la ortodoxia política. Lo que sucede es que al final o eres un libre mercado, eliminas las barreras y terminas de progresar, o eres un cuartel convertido en fábrica que trabaja para el mundo exterior. La principal barrera china para su desarrollo es su propio régimen político comunista, y cuando el desarrollo chino llegue a su tope por la clase de régimen existente, se producirá una convulsión. El régimen comunista chino tiene fecha de caducidad. También las dictaduras comunistas se encuentran bastante idealizadas en el sentido de que parecen indestructibles. Sin embargo, son las democracias -con todas sus imperfecciones- los regímenes más longevos. Haciendo bueno el refrán no hay dictaduras comunistas con más de 100 años.
Trump 'optimistic' China will make tariff deal, White House says https://t.co/AZTTEUcQ3l
— FOX Business (@FoxBusiness) April 12, 2025
Dicho todo lo anterior, a la cuestión moral de si podemos convertirnos en el socio político de la mayor dictadura planetaria hay que añadir la pregunta de si China es tan fuerte como parece, si no hay muchas cosas a ajustar en nuestras relaciones con China, si Trump no tiene buena parte de razón en este sentido, y si llegado el momento China, pese a su aparente fortaleza, va a poder afrontar una crisis económica sin que esta acabe derivando en algún momento en una crisis política. Sólo falta que Pedro Sánchez nos coloque incondicionalmente al lado de China para que después Trump llegue a un acuerdo comercial con China y nos quedemos colgando de una brocha de Aliexpress de dos euros. ¿Dónde nos llevas, Pedro?