Más estado, más corrupción

Tenemos un problema con la corrupción. A nadie se le escapa que tenemos un problema con la corrupción. Nadie con ojos en la cara puede negar que afrontamos un grave problema de corrupción. Los partidos se pueden intentar echar la culpa unos a otros para compensar el daño electoral, para lavar la culpa propia con la culpa del otro y para evitar la fuga de votos al otro lado del muro, pero el hecho es que la corrupción es un fenómeno transversal y que, ya puestos, es un fenómeno que nace de la propia naturaleza pecadora y falible del ser humano. Acabar con la corrupción no pasa, o no sólo, por votar por un partido o por otro.

La corrupción es un mal que no puede ser totalmente erradicado, por nuestra propia naturaleza, igual que no pueden ser erradicadas la ira, la mentira, la infidelidad, la concupiscencia o el robo. Siempre vamos a ser tentados por el mal y siempre va a haber ocasiones en que caigamos en la tentación, unos más y otros menos, pero todos humanos al fin y al cabo.

De lo que no cabe duda, sin embargo, es que teniendo en cuenta nuestra naturaleza imperfecta hay sistemas más y menos propicios para que el mal tenga o no tenga todas las facilidades y todas las puertas abiertas. El principal peligro, de hecho, es organizar un sistema político o una administración pública que no contemple la posibilidad del mal, que tenga idealizada la naturaleza humana y que no prevea barreras y contramedidas ante la posible corrupción de los administradores del dinero común. O un sistema político y administrativo se intenta construir a prueba de los posibles excesos del poder, o ya de entrada no sirve para nada. El buenismo es mortal porque no se corresponde con la cruda verdad del mundo real y provoca la indefensión ante el mal.

Dicho lo anterior, una imprescindible barrera frente al mal es por ejemplo una Justicia independiente. El gobierno no puede gestionar el dinero de todos y encima controlar la Justicia, o no existirá ningún posible control sobre su gestión del dinero. Un juez nombrado por el partido al que tiene que juzgar no es un juez, es un jugador más del equipo. Una Justicia independiente no garantiza que no vaya a haber pese a todo algún caso de corrupción, pero una Justicia que dependa del gobierno lo que garantiza es la corrupción sistémica y la impunidad. No es casualidad que la corrupción del sanchismo haya corrido pareja a su obsesión por controlar la Justicia.

Tampoco fiemos todo a la Justicia porque también la Justicia es imperfecta y los jueces son humanos. En este sentido y recuperando el enunciado del título, es evidente que a más gobierno más corrupción. El tamaño de la administración y el volumen de dinero que maneja el gobierno es proporcional a los casos de corrupción. Cuanto más políticos haya manejando el dinero, decidiendo sobre más cosas, y manejando cantidades mayores, más serán las oportunidades de corromperse y más los casos de corrupción. Si los políticos e intermediarios fueran menos, las cantidades de dinero que manejan menores, y las cosas sobre las que deciden abarcaran un espectro mucho menos amplio que el actual, lógicamente habría muchos menos casos de corrupción, simplemente porque habría menos posibilidades de corromperse.

Acabar con la corrupción por completo es por tanto imposible, porque partimos de la base de la imperfección de nuestra condición humana, pero el tipo de sistema en el que elijamos vivir, el tamaño del gobierno, el poder que dejemos en manos de los políticos, la cantidad de recursos que pongamos en sus manos, claramente es algo que va a tener una incidencia sobre el volumen de casos de corrupción. Todo partido o toda ideología que quiera dar cada vez más poder a los gobernantes y tener un estado cada vez más grande e intervencionista, no puede pretender al mismo tiempo presentarse como el gran paladín de la lucha contra la corrupción sin contradecirse. Sin querer reducir el perímetro del gobierno, tratar de reducir el perímetro de la corrupción es iluso.

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