Los animales de la izquierda

Ocupados como andamos con los problemas de las personas, no es extraño que la nueva Ley de Protección Animal que pergeñan PSOE y Podemos le ande pasando a casi todo el mundo un tanto inadvertida. Conforme al entusiasmo de la izquierda por regularlo todo y dividir las cosas entre lo que le gusta a la izquierda y lo ilegal, esta nueva ley establece todo tipo de deberes, obligaciones y limitaciones respecto a los animales. Por ejemplo, el proyecto de ley establece que los ayuntamientos serán responsables de “la recogida de animales extraviados y abandonados y su alojamiento en un centro de protección animal”, para lo que deberán tener “un servicio de urgencia para la recogida y atención veterinaria de estos animales, disponible las veinticuatro horas del día”. O sea, que a lo mejor usted en un pueblo no tiene donde ser atendido por un problema de salud 24 horas, pero puede intentar ir al centro de recogida de animales extraviados a ver si le atiende el veterinario. En caso de que se niegue puede probar a entrar andando a cuatro patas y afirmar que se autodetermina animal y se autopercibe como un pastor escocés.

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Toda la colección de prohibiciones y obligaciones respecto a los animales, sin embargo, con ser importantes podría considerarse que son lo de menos. El punto clave de la ley es el propio hecho de empezar a considerar a los animales como sujetos de derecho, así como a difuminar desde el punto de vista jurídico la distinción entre animales y personas.

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En este sentido los animalistas tienen toda la razón al considerar la ley insuficiente y cuestionar por qué hay que distinguir entre perros de caza o perros pastores y perros mascota, o ya puestos entre perros y conejos, o perros y perdices, o gatos y ciervos. ¿En base a qué reconocerles derechos a unos animales y no a otros? Y la pregunta esencial: ¿en base a qué reconocerle derechos a un animal?

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En el fundamento del derecho o tenemos la libertad y la dignidad de la persona o no tenemos nada. El ser humano tiene una dignidad peculiar y una libertad que acompaña a esa dignidad. Por eso el derecho, cualquier derecho, pivota en torno a la figura del ser humano o no existe. Hay quien piensa que el ser humano es una plaga para el planeta y que la extinción del ser humano es la única opción segura para garantizar el ecosistema. El hecho, sin embargo, es que sin ser humano de por medio lo que no existe es el derecho. O sea, los animales no establecen relaciones jurídicas entre ellos. El derecho no existe en la naturaleza eliminando el factor humano. No hay posibilidad de establecer una relación contractual entre el ñú y el cocodrilo. Ni siquiera un humano puede firmar un contrato de alquiler con los ratones de su piso. Esta propia ley de la que estamos hablando no es el fruto de las reivindicaciones de los animales. No se ha pactado con un comité negociador animal. Los representantes de los animales no han convocado una rueda de prensa para expresar su valoración. Los animales ni siquiera saben que hay una ley de protección animal y si lo supieran sería igual porque otra de las claves de la peculiaridad humana y de la condición necesaria del derecho es la libertad.

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Es decir, la libertad es una condición necesaria para poder perfeccionar algo así como un contrato civil o para poder hacer efectivo un código penal. Si no tengo más remedio que cumplir o un incumplir un contrato porque no soy libre, no tiene sentido el propio contrato. Si no tengo más remedio que cometer o no cometer un delito, tampoco tiene sentido prohibir o sancionar un comportamiento. No se me puede obligar a hacer lo imposible. No tiene sentido regular, prohibir o sancionar lo que tiene que suceder de una forma necesaria aunque no se regule, se prohíba ni se sancione. O las cosas se pueden hacer o no hacer por elección, o en derecho casi nada tiene sentido empezando por el concepto de responsabilidad.

Tratar de igualar a las personas con los animales es por tanto un error, pero es además un error peligroso. En un barco que se hunde no podemos dudar entre salvar a los niños o a los perros. La vida de Echenique vale más que la de una rata aunque Echenique se empeñe en lo contario. Nos indican que los derechos de los animales son iguales a los de las personas al mismo tiempo que legislan sobre la castración de los animales o la cantidad de información que debe llevar el chip obligatorio que se les implante. Si igualamos los derechos de las personas con los de los animales siempre igualamos por abajo y en intolerable detrimento contra las personas, lo que nos lleva al siguiente punto.

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Ya sabemos que la izquierda tiende a recortar derechos a todo el que no piensa como ella. De hecho cada vez es más peligroso para los derechos de uno empezar a pensar cosas distintas de las que piensa la izquierda y decirlas en voz alta. Como los animales no piensan es por ello comprensible que a la izquierda le interese tanto reconocerles sus supuestos derechos, precisamente porque los animales no son libres y no piensan y no molestan. Lejos de ser un inconveniente, esto convierte a los animales en sujetos políticos perfectos para la izquierda. El problema para la izquierda son las personas, su capacidad de razonar, su libertad y sus derechos. Los animales irracionales y sin libertad por el contrario se ajustan perfectamente al modelo izquierdista, al dirigismo estatal, a la híper planificación y al termitero 2030. Tú no pienses ni hagas nada por ti mismo y a cambio te reconoceremos un pequeño catálogo de derechos. Eso sí, a cambio de negarte tus derechos fundamentales derivados de tu peculiaridad sobre el mundo no ya animal sino material: la dignidad y la libertad.

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Todo lo anterior no quiere decir en absoluto que esté bien maltratar a los animales, pero una vez más esto es algo que tienen mucho más que ver con la libertad y la dignidad de los seres humanos, y por tanto con su capacidad para ser no sólo objetos de derecho sino sujetos de derecho que con los propios animales. Apagar un cigarrillo en el ojo de un gato está mal para empezar porque quien hace tal cosa podría no hacerla y también porque algo así degrada su dignidad como persona y lo desliza hacia la faceta monstruosa de su naturaleza. Porque esa es otra de las diferencias radicales de los seres humanos con los animales. Un lobo puede comerse una oveja o un oso hormiguero puede sólo con su nombre poner en jaque al animalismo, pero únicamente un ser humano puede convertirse en un monstruo.

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2 respuestas

  1. Todo el artículo me parece estupendo. tiene toda la razón y firmo todos los argumentos.
    Pero se me ha ocurrido que falta uno.
    ¿No será que los «izquierdas» saben que son animales (peligrosos), y están curándose en salud por si un día nos damos cuenta y los inscribimos en esa «casta»?
    Se están preparando la cama por si acaso.

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