La derecha sí castiga en las urnas la corrupción

Uno de los tópicos políticos en España es el de que el votante de izquierdas es más exigente que el de la derecha. Lo cierto es que la izquierda nunca pierde ocasión de despreciar a los votantes de derechas, cuando la experiencia muestra más bien que es el votante de izquierdas el más acrítico. Sirva como ejemplo lo que está sucediendo con el sanchismo. Aparte de toda la montaña de corrupción que se va a acumulando en el entorno de Pedro Sánchez, el presidente del gobierno ha mentido reiteradamente a los españoles, diciendo que no pactaría con Podemos, o con los golpistas, o con Bildu, o que no habría amnistía. Las encuestas, por no mencionar las elecciones de 2023, indican sin embargo que todo esto ha tenido poco coste político en el bloque que representa el sanchismo, y específicamente en el voto que apoya al PSOE. A fecha de hoy todavía en las encuestas el apoyo al POSE, aunque menguante, sigue siendo inaudito. ¿Qué sucede por el contrario con la derecha?

Pedro Sánchez utilizó el caso Gurtel y los papeles de Bárcenas para desalojar en 2018 a Rajoy del gobierno mediante una moción de censura. A estas alturas está bastante claro, sin embargo, lo poco que les importa la corrupción ni a Pedro Sánchez ni a sus socios. Otra cosa es la carga de la corrupción sobre el electorado de la derecha. En 2019 hubo dos convocatorias de elecciones generales, y en ellas quedó claro que el electorado de la derecho no perdona los casos propios de corrupción como lo hace la izquierda.

Está claro que todo el mundo castiga la corrupción ajena, pero lo interesante es ver cómo se castiga la corrupción propia. Castigar la corrupción ajena y no la propia no es estar contra la corrupción, es otra cosa. No existe eso de tener dos varas de medir para la corrupción o una doble moral, tener una doble moral o una para ti y otra para el vecino es lo mismo que no tener ninguna moral. En este sentido la derecha es mucho más coherente que la izquierda. Se puede comprobar que el castigo electoral que se llevó el PP en las elecciones de 2019 a raíz de la explosión del caso Gurtel fue absolutamente monumental. En las generales del 28 de abril del 19, tras la moción de censura, el PP pasó de 137 diputados a 66. Es decir, el PP se quedó en menos de la mitad de los diputados. Mínimo hitórico del PP en las urnas. El castigo por la corrupción fue brutal y ejemplar. Un castigo similar en la izquierda supondría que ahora mismo el PSOE de Pedro Sánchez debería rondar los 50 diputados en las encuestas. ¿Cuál es entonces el electorado bovino y acrítico, el de la derecha o el de la izquierda? ¿Tiene algo que ver el nivel de corrupción del PSOE o la negativa a asumir responsabilidades política con el hecho de que el PSOE sabe que tiene un electorado poco exigente? ¿Hay por tanto una parte de responsabilidad por parte del electorado del PSOE y la escasa exigencia a sus representantes en el nivel de corrupción en la política nacional?

Si en el mundo real y a la hora de la verdad el votante de izquierda es mucho menos crítico y exigente que el de la derecha, también podemos entender que el votante de izquierdas se encuentre mucho más polarizado y sea mucho más agresivo. El sanchismo apuesta por la polarización porque funciona, igual que no asume responsabilidades políticas porque sabe que su electorado no se las exige y que los casos de corrupción pagan un bajo precio. ¿Cómo se explica que el votante de izquierdas sea feroz con los casos de corrupción de la derecha pero gelatina con los casos de corrupción de la izquierda? Por la polarización. La polarización es la herramienta que utiliza el sanchismo para no pagar un precio electoral por los casos de corrupción. La polarización es también la herramienta que le ha permitido a Sánchez llegar al poder cambiando indultos por votos y pactando con filoetarras y chavistas.

A más polarización y más amenaza fascista, más gordo el sobre de soles, lechugas y txistorras

No es casualidad que el maestro de la polarización fuera Santos Cerdán. Nada de lo hecho por Cerdán hubiera sido posible sin inventarse una amenaza fascista. Necesitaba una amenaza fascista para justificar los pactos que permitieron llevar a Chivite al poder en Navarra y necesitaba llevar a Chivite al poder en Navarra para forrarse a través de Servinabar. Después sólo se trataba de trasladar el mismo esquema para convertir a Pedro Sánchez en presidente del gobierno de España y forrarse más. A más polarización y más amenaza fascista, más gordo el sobre de soles, lechugas y txistorras. Si el nivel de exigencia del votante sanchista con los suyos fuera igual que el nivel de exigencia de la derecha, el sanchismo estaría acabado hace tiempo.

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