En las últimas horas se han producido dos dimisiones de dos personas que, una en Gran Bretaña, otra en la CAV, han estado encabezando la toma de decisiones, o por lo menos encabezando los grupos de expertos, en relación al coronavirus.
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El primer caso, el más cercano, es el del director de Emergencias del Servicio Vasco de Salud, Jon Sánchez, el cual ha dimitido tras haber sido denunciado por saltarse el confinamiento para acudir a su segunda residencia en Castro Urdiales (Cantabria), localidad situada a 35 kilómetros de Bilbao. Según relata la prensa, los hechos ocurrieron la noche del 20 de abril. Dos buenos vecinos del señor Sánchez en Castrourdiales vieron al susodicho entrar junto a una mujer a su vivienda. Como sabían que no estaba viviendo allí de forma permanente, llamaron a la Policía Local para denunciarlo. Dos agentes constataron que Sánchez se había saltado el confinamiento. Éste alegó que solo estaría un par de días en la localidad y que se había desplazado allí porque estaba a la espera de someterse al test del Covid-19, ya que en su trabajo se habían producido varios positivos y no quería contagiar a las personas mayores de su alrededor. El Servicio vasco de Salud -Osakidetza-, sin embargo, había puesto hoteles a disposición de su personal.
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El segundo caso nos lleva hasta Gran Bretaña y en concreto al epidemiólogo del Imperial College de London Neil Ferguson, cuyo criterio resultó al parecer determinante para endurecer las medidas iniciales contra el covid-19 en el Reino Unido y al que también se le llama en algunos medios el Fernando Simón británico. Ferguson ha dimitido también por saltarse las normas del confinamiento, con una mujer con la que se encontró al menos dos veces en su domicilio.
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Las dos noticias con las únicas dimisiones conocidas y relevantes de asesores sobre el coronavirus resultan llamativas porque, o aparecen mujeres de por medio, o tienen que ver con la ejemplaridad de saltarse el confinamiento. O sea, nos encontramos ante una pandemia frente a la que se han cometido errores garrafales, los cuales han llevado a retrasar medidas que hubieran evitado miles de contagios y de vidas, sin embargo los expertos no dimiten por haber metido miserablemente la pata, sino por haberse saltado el confinamiento por culpa de un lío. Es decir, a lo mejor está bien que dimitan por ello, pero no deja de resultar extraño que se valore más este tipo de faltas que los auténticos errores de bulto como expertos respecto a los que nadie ha asumido ninguna responsabilidad ni se espera que la asuma. Si el asesor británico es el Fernando Simón británico, por ejemplo, no es fácil entender que Simón no tenga que dimitir por haber dicho que a España no iba a llegar la pandemia, o que sólo habría unos pocos casos, o que no hacían falta más medios en los hospitales porque con el material que ya había para la campaña de la gripe era suficiente. En cambio, parece que tendría que dimitir inmediatamente si le pilla un fotógrafo dando un paseo a 1,1 kilómetros de su casa. Tanto rigor respecto a una cosa contrasta con la falta de exigencia respecto a la otra, siendo mucho más grave la otra. De este modo cumpliendo cuatro normas todos los responsables conservan el puesto, mientras que si fuera por el desastre que no han evitado no quedaría títere con cabeza.
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