El nuevo pentapartito «autoexcluye» a las víctimas de ETA

La distancia entre el gobierno foral y las víctimas de ETA es inversamente proporcional a la distancia entre el gobierno foral y Bildu. No es de extrañar por tanto que Anvite y la Fundación Tomás Caballero hayan abandonado el Plan de Convivencia del Gobierno de Navarra. A decir verdad, esto de los planes de convivencia gubernamentales es un invento de los que siempre, y eso siendo generosos, nadaron entre dos aguas. Recuérdese, por ejemplo, el encontronazo en Leiza en el homenaje a Juan Carlos Beiro entre Maria Chivite y la viuda de Beiro. El mismo encontronazo por cierto, y por las mismas razones, que Maria José Rama había tenido la legislatura pasada con Uxue Barkos. En cualquier caso el pacto sellado con Bildu, y esto no es una forma metafórica de expresarse, ha sido la gota que ha colmado el vasco de estas dos organizaciones de víctimas de ETA, que consideran que “en estas circunstancias no concurren los mínimos exigibles” para seguir formando parte del Plan de Convivencia. Las gacelas se autoexcluyen, dice la progresía tras meter al tigre en la sala.

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Lo cierto es que para pactar con Bildu hay que blanquear a Bildu, de hecho lo estamos viendo constantemente en los últimos tiempos, y mucho más que veremos. Es totalmente lógico. Pactar con el diablo te desgasta y produce escándalo, ergo hay que mejorar la imagen del diablo. Si Bildu es malo la imagen de tener a Bildu como socio no puede ser buena, así que hay que empezar a lavar a Bildu. Y si las manchas no salen habrá que pintarlo. Lo que haga falta por el sillón que corresponda, en Diputación o en Moncloa. ¿Y se extrañan los socialistas de que las víctimas se aperciban de esta lógica y les repugne?

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Por otro lado, para pactar con Bildu hay que ver a las víctimas de ETA como Bildu, con los ojos de Bildu. Esto también es muy lógico, por no decir necesario, imprescindible para el acuerdo. O sea, si tú ves a Bildu con los ojos de las víctimas de ETA y pactas con Bildu eres un autentico malvado. Es decir, sólo empezar a mirar a las víctimas de ETA con los ojos de Bildu, bajo las premisas de Bildu, según el relato de Bildu, te puede permitir pactar con Bildu sin sentir que eres un auténtico hijo de puta. Seguro que las víctimas de ETA también son muy conscientes de la inevitabilidad de este proceso como consecuencia del pacto con Bildu, ¿cómo van a aplaudirlo?

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Desde luego la convivencia, buen título para un plan-trampa, casi tan bueno como “proceso de paz”, es una cosa deseable y maravillosa. Lo que pasa es que sólo por el nombre que se les pone no se puede saber si un «proceso de paz» o un «plan de convivencia» son una cosa maravillosa o un horror intolerable. Es decir, también podemos etiquetar como “caseras” o “artesanas” unas croquetas congeladas. El nombre es maravilloso, pero vamos a probar las croquetas.

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Para empezar, la izquierda abertzale no ha expresado el más mínimo arrepentimiento ni realizado la más mínima condena específica a la violencia de ETA. Ha condenado todas las violencias, que es como condenar todas las violencias de la Segunda Guerra Mundial, poniendo al mismo nivel la de los nazis que la de los aliados. Ha declarado que la violencia provocó sufrimiento o que el dolor provocado no fue deseable. O sea, que la violencia nacionalista provocó ese dolor pero sin regusto, sin alegría, solo porque era su deber provocarlo. Seguramente lo mismo podrían reconocer Hitler, Stalin o Al Capone respecto al dolor que provocaron. Desde luego la izquierda abertzale sigue sin llamar asesinos a los asesinos, al contrario, les sigue considerando presos políticos y los ongi etorris a los héroes de la bomba lapa y el tiro en la nuca se han duplicado este año. Por no hablar de Alsasua. Normalidad sería que Esparza, Abascal o Casado pudieran ir un sábado por la noche a un bar de Alsasua sin que pasara nada. La izquierda abertzale sólo ha cambiado de estrategia. Ha descubierto que, si tiene que elegir, con sus escaños puede conseguir mas que con sus pistolas. O que tras usar las pistolas durante décadas el terreno ya está lo bastante despejado para jugar con ventaja sólo en las instituciones, pero sin rechazar su pasado. ¿Cómo se explica el monopolio público de su simbología sin un cierto grado de violencia? ¿Por qué siguen existiendo los “txabales” y se les apoya en vez de desactivarlos? A favor de la izquierda abertzale hay que decir que ni siquiera disimula demasiado. El que disimula es siempre el que se ha vendido.

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