El ejército de Putin lleva una estrella roja como insignia

La verdad es que no esperábamos el ataque ruso. No en este siglo. Si no había un loco a ningún lado de la línea no tenía sentido el conflicto. Pues bien, parece que había un loco. Rusia ha atacado Ucrania en principio para apoyar a la población pro-rusa de las regiones independentistas. Pero lo ha hecho años después de que estas ya proclamaran su independencia y se estableciera un statu quo de independencia de hecho. Putin no sólo ha roto ese statu quo más o menos pacífico, salvo incidentes localizados y esporádicos, para lanzar un ataque a gran escala contra Ucrania. Rusia reconoce su pretensión de ocupar las zonas pro-rusas, pero para hacerlo ha lanzado como mínimo ataques aéreos generalizados sobre objetivos militares y estratégicos en todo el territorio de Ucrania. Está por ver que las tropas rusas no invadan toda Ucrania. Ahora le sería muy fácil a Putin alegar cualquier respuesta a su ataque para lanzarse sobre todo el territorio, si es lo que ambiciona. Irónicamente Putin sigue el patrón de la Alemania nazi de Hitler en los Sudetes, es sólo que pensábamos que no veríamos en 2022 algo como aquello. Putin ha advertido de que cualquier interferencia tendrá consecuencias “como nunca se han visto”; hace unos días hacía ostentación de su capacidad nuclear. Ahora acompaña su agresión a Ucrania de una retórica del tipo “Nos esforzaremos por desmilitarizar y desnazificar Ucrania”. Como siempre la cuestión no es a ver quién dice ser nazi o antinazi, sino quién se comporta realmente como un nazi. Es una lástima que, representando un cierto contrapeso frente al discurso globalista y el pensamiento único obligatorio, su alternativa consista también en esto.

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Lo cierto es que el talante totalitario de Putin se encuentra fuera de toda duda. Quien se opone a Putin acaba detenido o recibe una tarta de polonio. Su militarismo y desprecio por las vidas humanas antes de esto admitía pocas dudas, ahora ninguna. Pero aunque se comporte como un nazi lo cierto es que se trata de un comunista. Más allá de otras disquisiciones, los aviones rusos que hoy bombardean Ucrania llevan la estrella roja como insignia. A nadie se le escapa lo peligroso que es un tipo con una esvástica, pero seguimos sin querer entender lo peligroso que es un tipo con una estrella roja o con una hoz y un martillo. Hoy más si cabe se evidencia que son símbolos de la opresión, el terror y la guerra.

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Con toda probabilidad Putin, como Hitler, cuenta con la pasividad de Occidente. El loco siempre cuenta con la ventaja inicial de ir más allá de lo que esperan o lo que consideran posible las personas en sus cabales. Las consecuencias económicas, no digamos militares de un conflicto, resultan apabullantes. Como primer elemento de inquietud tenemos el gas, con el que por otro lado Putin tiene casi asegurado el control sobre Alemania. Putin no teme las represalias económicas ni el descontento popular en la propia Rusia porque Rusia no es una democracia. El mandato de Putin no depende de la satisfacción de los rusos y en Rusia no hay posibilidad de crítica libre hacía sus acciones en tiempo de paz, no digamos ante un estado de guerra.

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Desde luego Putin es malo pero no tonto. Ha visto muchos signos de debilidad en los últimos tiempos, el último de ellos la huida estrepitosa de Afganistán. Se ve fuerte, ve débil a Occidente, piensa con razón que Ucrania nos pilla muy lejos y cuenta con que somos perfectamente conscientes de que oponérsele militarmente implica consecuencias mucho más temibles a corto plazo que lanzar un aluvión de condenas, pronunciar un torrente de discursos huecos y acabar dejándole hacer. Si, por otro lado, China ve que Rusia se puede merendar Ucrania, Xi Jinping seguramente tomará nota de que también él se puede merendar Taiwan sin que pase nada, o cualquier otro territorio en conflicto. El mejor escenario ahora mismo es seguramente que Putin, tras bombardear objetivos en toda Ucrania, se contente con ocupar sólo las regiones pro-rusas ya en control de los separatistas. La escasa capacidad de los ucranianos para defenderse o para atacar las zonas ocupadas puede favorecer este escenario, aunque ellos ya hayan sido atacados cuando menos desde el aire en todo su territorio.

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Otra derivada novedosa de este nuevo conflicto del siglo XXI, ya que si no militares puede haber una escalada de consecuencias económicas y comerciales, puede ser la informática. Hasta ahora no se ha librado ninguna guerra en la que la red también fuera un campo de batalla. No ya por el mero manejo de la desinformación y la propaganda, sino por el ataque contra webs, redes, sistemas bancarios, etc. Irónicamente, cuanto más desarrollado se encuentra un país más vulnerable puede ser a este tipo de ataques. Ilustramos este análisis de urgencia con las imágenes de algunas webcams de Kiev en tiempo real. Cómo echamos en falta aquellos dorados tiempos en los que nos aburría la actualidad.

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Un comentario

  1. La batalla en la red es posible que no se esté dando porque Rusia quiere manda runa imagen de que no está provocando matanas entre la población civil además que presumir de una tecnología militar con gran precisión a la hora d eabatir sus objetivos militares. Todo muy al estilo NWO, preparemosnos para los de siempre hablando de los refugiados y de como la derecha no piensa en los refugiados

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