Bixente, que así le llaman sus amigos, lleva una vida normal, come habitualmente en un restaurante cercano al bufete y se pasea por Pamplona con toda impunidad. Mientras tanto, los familiares de Uláyar todavía sufren las humillaciones del entorno terrorista y el propio Ayuntamiento de Echarri-Aranaz ha colocado unos contenedores de basura en lugar exacto donde fue tiroteado Don Jesús. Para que nadie olvide lo que ocurrió allí y la infamia que aún pervive, reproducimos aquí un relato del calvario que sufrió y todavía sufre la familia de Jesús Uláyar:
27 de enero de 1979, en la localidad navarra de Echarri Aranaz. Salvador Ulayar recuerda la escena, a las puertas de su casa, como si fuera ayer. «Me encontraba junto a mi padre, cuando vi cómo un encapuchado se le acercó, separó las piernas y vació el cargador». Jesús Ulayar murió en el acto. Lo recuerda, y le duele, como si hubiera ocurrido hoy mismo: «La pistola era negra mate, sin brillo». Salvador, que entonces tenía 13 años, corrió hacia su madre. «Nos hemos quedado sin padre», le dijo. Después, intentó seguir al pistolero, «hasta que dobló una calle y ví que no podía hacer nada». Entre tanto, su hermana se resistía a admitir la tragedia. «Le cogía del brazo y se lo estiraba, gritando, aita (papá) despierta». Fue la primera estación del vía crucis familiar.
Tras la detención de los miembros del «comando» asesino, vecinos de Echarri Aranaz, un pequeño pueblo «donde nos conocemos todos», HB convocó asambleas para exigir la libertad de todos ellos y calumniar a su víctima. «Mis tías Martina y Petra se presentaron en una de estas asambleas para defender la memoria de mi padre». No les dieron opción.
Fueron insultadas, amenazadas y agredidas. Fue la segunda estación del vía crucis.
«Dejadles, ya se cansarán». El Ayuntamiento tomó el relevo y desplegó en su fachada pancartas a favor de los asesinos. «Una situación paranoica», como la describe Salvador. Ante las protestas y denuncias de la familia Ulayar, los vecinos no batasunos, pero deseosos de no irritarles, les aconsejaban «dejadles, ya se cansarán». Pero lejos de cansarse, el Ayuntamiento nombró a los cuatro asesinos «hijos predilectos». Tercera estación del vía crucis familiar.
Hace algo más de 10 años el asesino salía de la cárcel. Un hermano de Salvador, José Ignacio, paseaba por el pueblo en compañía de su mujer e hijo de dos años, cuando se cruzó con Vicente Nazábal, el encapuchado que años atrás se acercó a su padre, abrió las piernas y vació el cargador de una pistola negra mate, sin brillo. Cuarta estación. Eres un asesino», le dijo el hijo de la víctima. El etarra, que acababa de salir de prisión, alzó la pierna, le llamo hijo de puta y le dio una patada a la altura del pecho. «Fue lo primero que hizo tras reinsertarse», afirma Salvador para quien el calvario de las víctimas no
toca fin.
El candidato que tiene contratado a este asesino puede ser el próximo Vicepresidente o incluso Presidente del Gobierno de Navarra.