La presidenta del Gobierno de Navarra, María Chivite, acudirá este año a Madrid a los actos de celebración de la Fiesta Nacional y la Hispanidad, el 12 de octubre, incluyendo el desfile militar y la recepción del jefe del estado. A lo largo de toda la legislatura pasada la presidenta abertzale de una comunidad no abertzale no acudió ni un año a ninguno de estos actos.
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En principio habría que celebrar que Chivite haya revertido esta situación y volvamos a la normalidad y a la sintonía de la máxima institución foral con el sentimiento de la mayoría de la población. Sin embargo, existen varios motivos para matizar el aplauso.
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En primer lugar, da la impresión una vez más que durante esta legislatura vamos a asistir a un reparto de papeles en el que al PSN se le deja lo simbólico, pero las políticas reales siguen estando en poder del nacionalismo, y desde luego y a tenor de lo visto el PSN consolida las políticas nacionalistas e identitarias de la legislatura anterior en todo aquello que no paralicen los tribunales.
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En segundo lugar, cabría preguntarse si pactar con los enemigos de la nación (absolutamente todos los socios de Chivite) y celebrar la fiesta nacional es algo que habría que aplaudir o criticar. Es decir, ¿es aplaudible la hipocresía?
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Así pues por un lado resulta reconfortante ver a la presidenta del Gobierno de Navarra en la Fiesta Nacional, pero al mismo tiempo la satisfacción no puede ser total si pensamos que es mejor defender España y no ir a los actos festivos que no defender España e ir a los actos festivos. Por pedir, obviamente, lo óptimo sería defender España en las decisiones, los discursos, las políticas y las alianzas, y después además ir a los actos de la Fiesta Nacional. O sea, que el gesto de Chivite es como mucho la tercera mejor opción entre tres.
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