En qué quedamos, señor presidente: ¿la verdad es la autopercepción o la realidad?

De entre todas las cosas graves que ha hecho Pedro Sánchez una de las menos malas no será haber tomado el nombre de Aristóteles en vano, precisamente porque el primer sacrificio en el altar del sanchismo fue la verdad. La verdad es importante, tanto que fue lo primero que hubo que matar.

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Viene todo esto a cuento de la entrevista que hace unos días el presidente concedía al diario El País, en la cual citaba a Aristóteles y su famosa máxima de que la verdad es la realidad. Eso sí, Sánchez sólo cita la verdad para masacrarla, asegurando que la verdad (y la realidad) es el resultado de las elecciones del 23J y que esa realidad es la demanda de una ley de amnistía.

Por el contrario, la realidad y la verdad es que Sánchez se presentó a las elecciones diciendo precisamente que no habría amnistía, y que por tanto el PSOE está haciendo exactamente lo contrario de lo que le prometió a la gente y lo que los votantes avalaron en las urnas. ¿Para qué miente un político? Para conseguir más votos. Sánchez dijo que no habría amnistía porque pensaba que así conseguiría más votos que diciendo que habría amnistía, por tanto estamos ante un fraude electoral en toda regla. Esa es la verdad. Esa es la realidad.

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Si algo caracteriza el discurso de la izquierda actual es la liquidación de la verdad. Lo importante no es la realidad sino la percepción de la realidad. Por eso se maquillan las cifras de paro sacando del recuento a todos los parados discontinuos. Lo importante tampoco es el déficit de las cotizaciones sociales y la consiguiente deuda de la Seguridad Social, esa desagradable verdad, sino seguir subiendo las pensiones a coste de esa deuda y ese déficit. Si el gobierno sube las pensiones constantemente debe ser que todo va bien. Arriba las apariencias y abajo Aristóteles.

Pero la izquierda va mucho más allá.

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A fin de cuentas siempre esperamos que los políticos mientan bastante o que las cifras oficiales sirvan más para ocultar la realidad que para mostrarla, pero es que a lo que nos enfrentamos ahora es a una ofensiva directa y frontal contra la verdad, o contra la realidad. El cimiento de esta ofensiva es que la autopercepción se encuentra por encima de lo real. Así, por ejemplo, ser hombre o mujer no depende de la realidad sino de la autopercepción. Aristóteles y la realidad sólo llegan hasta la puerta del vestuario. Si un hombre se autopercibe mujer tiene que poder ducharse desnudo sacudiendo su pene entre las mujeres.

A la vista de la noticia anterior, la pregunta es cómo se cambiarían más cómodas las mujeres en su vestuario, delante de un hombre que se autopercibe mujer o delante de un mirón que se autopercibe ciego. Pero simplemente estamos llegando a la reducción al absurdo de un desprecio por la verdad y la realidad que data de mucho tiempo.

El aborto es otra práctica normalizada que parte de la negación de la realidad. Porque la realidad es que un aborto es la eliminación de un ser humano. Sin embargo, no hemos normalizado el aborto porque el eliminado no sea humano, sino porque el aborto se ha realizado dentro un plazo arbitrario. La semana 14 por ejemplo. Pero depende el país puede ser la semana 10 ó la 12. Como si un niño español empezara a ser humano en un momento distinto que un niño danés o portugués. Pero hemos elegido vivir de espaldas a esta verdad, porque desmiente la autopercepción de lo maravillosos que somos como sociedad. O sea, no podemos cargarnos a cientos de miles de niños por ser inoportunos e indeseados y seguir considerándonos maravillosos, así que una vez más elegimos nuestra autopercepción sobre la cruda realidad. Y si apostamos por la autopercepción frente a la realidad en lo mayor, cómo no vamos a imponer esta apuesta también para todo lo que es menor.

Las consecuencias sobre esta sociedad de nuestra apuesta radical por la autopercepción frente a la realidad es que vivimos en una pompa de jabón, en un universo de instagrán, instalados en la propaganda, confiados en promesas que el gobierno nunca podrá cumplir, encaramados sobre una prosperidad ficticia alentada por déficits, deudas y desequilibrios que no se podrán sostener, tambaleándonos sobre una alfombra bajo la que los cadáveres no dejan de amontonarse, braceando entre los despojos de una sexualidad fluida que ni siquiera apuesta entre verdad y mentira, sino entre verdad y ridiculez. Adiós heteropatriarcado welcome refugees. Nada se podrá evitar hasta que llegue la gran explosión, si no se produce un gran ccambio, precisamente porque al negarnos a ver la verdad y a reconocer los problemas estos no se podrán solucionar antes de un desmoronamiento general. Hace 2.400 años que Aristóteles dijo que la verdad es la realidad. El infantilismo de «progreso» nos ha regresado a un momento anterior.

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Un comentario

  1. El iletrado Sánchez, en vez de remontarse hasta Aristóteles para referirse a la verdad, tiene mucho más cerca en el tiempo a una persona llena de sabiduría. El Papa Benedicto XVI, decía: «La verdad no se determina mediante el voto de la mayoría».

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