El 2 de mayo es el 7 de noviembre

Gasear a la gente que se manifestaba contra el sanchismo no sólo fue antidemocrático sino estúpido. La demostración la tuvimos ayer, cuando como reacción una multitud se echó a la calle en Madrid, rebasando por mucho el espacio disponible en Ferraz y derivando en una gran marcha por la Gran Vía. Siguió habiendo concentraciones por toda España, pero lógicamente la más visible fue la de la capital.

De esta manifestación se había desmarcado el PP, pero lo cierto es que estas movilizaciones tienen ya un carácter que desborda el partidismo, son una auténtica revolución popular, como el 2 de Mayo, se podría pensar.

Se equivoca el PP tratando de distanciarse de la supuesta radicalidad de estas concentraciones, mucho más aún si la causa de este distanciamiento es que la policía lance gases lacrimógenos a los concentrados. Es decir, que no piense el PP que sobre sus concentraciones no pueden llover también botes de humo si le conviene a la izquierda porque no es así como funciona la cosa, no es así como funciona el sanchismo. No te lanzan gases porque seas un radical, te llaman radical porque te lanzan gases.

Obviamente ayer sí hubo violencia al final de la manifestación, pero precisamente por eso se pudo ver la diferencia con la víspera. En este caso hasta se pudo poner cara perfectamente a los responsables de esa violencia. La nazi chiflada que se hizo famosa hace un tiempo con sus desvaríos, pero que por otro lado se confiesa socialista y odiadora de VOX, se subió a una marquesina a profanar una bandera que no es la suya, y con su grupito de secuaces enmascarados se dedicó primero a enrarecer y después reventar el final de la espectacular concentración. De hecho, no sólo es que la multitud que se manifestaba contra el sanchismo lo hizo ejemplar y pacíficamente, sino que abucheó y recriminó los intentos de estos sujetos de parasitar la concentración.

Efectivamente debemos hablar de violencia parásita por parte de unos sujetos que, por un lado, si convocaran una manifestación por ellos mismos sólo movilizarían a cuatro gatos, y que por otro le hacen el juego al sanchismo y a los altavoces mediáticos del sanchismo, convirtiendo las concentraciones en la caricatura de esas concentraciones que el sanchismo intenta hacer pasar por la realidad. Y la realidad es que es el PSOE, mientras exige el rechazo de la violencia a los no violentos por un lado, pacta la amnistía y la impunidad de los auténticos violentos por otro.

Por lo demás, es sorprendente y a la vez no lo es contemplar la magnitud de esta movilización popular contra el sanchismo. Es un baño de realidad para el sanchismo. La realidad es que, atendiendo a los resultados electorales de julio, sin Cataluña el PSOE y Sumar tienen 9 millones de votos, frente a los 10,36 del PP y VOX. Por eso la izquierda ha perdido prácticamente todas las comunidades autónomas. Excepto unas pocas comunidades autónomas, existe una gran mayoría social que no es sanchista, de ahí el éxito de las manifestaciones y la indignación popular. El PSOE está gobernando totalmente de espaldas a esa clara mayoría social fuera de Cataluña. Incluso en Castilla La Mancha, el último feudo importante del socialismo, García-Page gobierma con el 45% de los votos. Eso sí, García-Page consigue mantener el poder en Castilla La Mancha a base de presentarse ante su electorado como el sanchista menos sanchista de todos el sanchismo. De hecho, en las generales, en Castilla La mancha el PP y VOX superan el 56% de los votos. No puede sorprendernos mucho por tanto la marea en toda España contra el sanchismo, porque en casi toda España el sanchismo es absolutamente minoritario.

En una democracia, la mayoría da derecho a gobernar, pero no da a la mayoría el derecho a que no exista la minoría, a que la minoría tenga que estar callada, a que no pueda protestar o a que no se pueda manifestar. La mayoría de Sánchez, además, es una mayoría real pero no una mayoría natural. Está pactando con toda la derecha nacionalista a cambio de la amnistía, la autodeterminación y la condonación de la deuda. Está pactando con toda la izquierda nacionalista a cambio de las herramientas para que el próximo golpe de estado tenga más posibilidades de éxito. Tratan de impedir que la gente proteste en la calle, pero tienen el Congreso cerrado y los debates sobre el futuro del país se llevan a cabo extraparlamentariamente, alegalmente, opacamente, negociando con delincuentes y sin oposición en Waterloo, en vez de en el Parlamento.

La concordia de la que hablan los socialistas se limita a los que pueden darles un voto para mantenerles en el poder, a todos los demás gas. No le pueden exigir a porrazos a la mayoría social de este país que deje de protestar. La izquierda tiene que asumir que donde no hay oposición no es en las democracias, sino en las dictaduras, que la oposición tiene derecho a oponerse, y que el respeto al derecho ajeno es la paz.

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