> N. C. En los últimos años, más de un club deportivo de Pamplona ha pasado por un período de conflictos. Cosas de la madurez y el cambio generacional. Si han seguido la prensa este verano, habrán comprobado que en esta ocasión le ha tocado al Club Deportivo Larraina. Fruto de las divergencias internas en torno al papel de la sección de water polo, se celebró una concurrida asamblea general tras la que salió elegida una nueva junta directiva. El nuevo equipo de gobierno defiende la idea de que aunque el water polo ha sido y es muy importante en la historia del club, sus intereses no deben primar por encima de las necesidades de los demás socios. La postura no es compartida por los miembros de la sección, que hasta el cambio contaban con el apoyo absoluto de la anterior junta. Los nuevos directivos, de acuerdo con el apoyo masivo que recibieron, tienen el compromiso de asegurar la viabilidad del club y garantizar que el resto de las actividades no estén supeditadas a lo que precise el water polo. En coherencia con ello, han tomado una serie de medidas que no agradan a quienes defienden el estatus anterior de la mencionada seccion. En cualquier caso, y ahí comienzan la controversia, han decidido resolver los problemas con discreción para no convertir los problemas de Larraina en un asunto discutido por toda Pamplona. Por el contrario, los descontentos han creído que podrían recuperar los poderes perdidos a base de armar ruido, airear el conflicto en los medios locales y servirse de los foros en Internet. Incluso han puesto en práctica actuaciones menos edificantes de las que les informaremos en próximas entregas. Como resultado, se ha generado en la opinión pública la idea de que ha tenido lugar una especie de golpe de Estado por el que los socios más veteranos y rancios de Larraina se han hecho con el poder con el propósito de frenar cualquier intento de renovación. Sin embargo, el diagnóstico no es tan sencillo. Estén atentos a nuestros boletines.