No sí es no, sexualmente hablando

Los políticos tienen que competir constantemente en el noble arte de sacarse conejos de la chistera para ser los más sociales, los más progresistas, los más ecologistas y, ahora es lo que toca, los más defensores de las mujeres. Y todo el que no es el más defensor de la mujer es un fascista y un genocida de mujeres. Sin matices. Es un signo de los tiempos y particularmente de los tiempos políticos. Es en este contexto en el que ha nacido y se ha debatido en la campaña electoral el paso siguiente al “no es no”, que es el “no sí es no”. O sea, que todo lo que no es consentimiento explícito es violación.

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El “no sí es no” es uno de esos artilugios electorales que nos venden para generar una total adhesión o la adscripción al bando del terrorismo machista, aunque formalmente se presenta como la fórmula para acabar con toda posible confusión respecto a la existencia de un abuso sexual. ¿Es así en realidad?

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La verdad es que la ocurrencia de que la mujer tenga que responder sí explícita y verbalmente a una insinuación sexual es algo que parece difícil que pueda funcionar fuera del marco teórico de los ideólogos de progreso. Es decir, el primer problema de cualquier cosa que se diga o no se diga en la intimidad de la pareja sería probarlo. O sea, el problema no es ya que la mujer diga o no diga sí, sino cómo probar que ha dicho sí o no lo ha dicho, porque a falta de otros elementos será la palabra de uno frente a la de otro.

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En consecuencia, de nada sirve asumir que es violación todo lo que no sea un sí explícito si no existe una constancia de que ha existido o no ese consentimiento explícito. Naturalmente podríamos asumir que la declaración de la mujer prevalezca sobre la del hombre a este respecto, pero entonces lo que estamos proponiendo realmente es esto, no que “no es no” ni que “no sí sea no”, sino que el relato de la mujer prevalezca salvo prueba en contrario sobre el del varón.

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Para saber si ha habido un “no es no” o un “no sí es no”, por consiguiente, lo que haría falta no sería sin más decir que este debe ser el criterio a aplicar, sino establecer un protocolo de verificación de que se ha dicho que no o no se ha dicho que sí. Salvo otorgar con carácter general una presunción de credibilidad del 100% a la mujer, la alternativa tendría que ser, por ejemplo, desarrollar una aplicación para los teléfonos móviles destinada a grabar los encuentros sexuales y poder someterlos a un escrutinio judicial en caso de discrepancia, o establecer un protocolo administrativo previo al acto sexual en el que se haga constar mediante rúbrica o firma electrónica el consentimiento explícito y documentado de la mujer. Y es que el problema no sólo es establecer que “no sí es no”, sino probar que hubo ese sí en caso de discrepancia y a falta de otro tipo de elementos probatorios. Eso por no señalar cuál es el alcance de un sí y si cada avance en el marco de una relación sexual tiene que ir precedido de una consulta documentada sobre el apoyo de cada mano en cada momento y parte del cuerpo del otro, o si hablamos de un sí genérico y cuantas preguntas y cuántos síes serían adecuados y recomenables para una relacion sexual estándar aceptable desde un punto de vista de progreso.

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En definitiva, o en el fondo no se propone nada o, lo que realmente se está proponiendo, es que la acusación de cualquier mujer a cualquier hombre sirva como prueba para condenarlo por abuso o violación.

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Obviamente todos queremos proteger a nuestras mujeres, madres, hijas, hermanas, amigas o primas, pero también a nuestros maridos, padres, hijos, amigos, hermanos y primos. De momento nadie ha probado que haya un género que siempre diga la verdad y otro que siempre mienta. Aunque casi, aseguran algunas feministas. Incluso en ese caso, un «casi» nunca podría bastar para destruir con carácter general la presunción de inocencia de todo un género.

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Volviendo al principio, da la impresión de que nos encontramos ante una propuesta que carece del mínimo rigor jurídico e intelectual, aunque haya a quien le pueda dar igual si su propósito no es buscar la eficacia jurídica o intelectual, sino la eficacia electoral, estableciendo un criterio que por absurdo que sea marca una separación entre todos los que lo aceptan y los partidarios de la cultura de la violación.

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Por otra parte, España es uno de los países de Europa, ergo del mundo, en el que menos agresiones y crímenes sexuales se cometen. No obstante, se supone ahora que eso es muy malo, porque lo que realmente significa es que no se denuncian las violaciones. O sea, que hay que alegrarse al ver cómo suben las estadísticas de las violaciones y felicitarse cuanto más se sube en el ranking como uno de los países con más agresiones sexuales.

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Huelga decir que en el fondo de todo esto no estamos inventado nada. Las agresiones sexuales ya son delito, como no podría ser de otro modo. Probar los delitos y destruir la presunción de inocencia siempre es necesario e inevitablemente a veces complicado. Con carácter general, sin embargo, la policía y la Justicia investigan adecuada y eficazmente los delitos que se cometen. Podemos discutir, si acaso, endurecer la pena contra tal o cual conducta si, cuando los jueces determinan que tales o cuales hechos encajan en tal o cual supuesto penal y les corresponde tal o cual pena, consideramos que esa pena es insuficiente.

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