Moralejas de la crisis

Hemos padecido la peor crisis de las últimas décadas. España casi ha tenido su particular 1929. Puede que estemos empezando a salir de ella, puede que no. Sea lo que sea, de poco habrá servido lo que hemos padecido si no extraemos alguna conclusión valiosa. Si  entendemos por qué ha pasado lo que ha pasado y cómo, en el futuro podremos evitarlo.

¿Por qué estamos como estamos?

¿Autericido o gasticido? Que nadie se equivoque. Nadie se arrruina siendo austero. A nadie le cuesta pedir un crédito si gana más de lo que gasta. Si luego hemos tenido que recortar ha sido porque antes nos hemos quedado sin dinero y sin solvencia. Y quienes nos han dejado sin dinero y sin solvencia han sido los que luego más han protestado por los recortes que se han tenido que acometer por esa falta de dinero y solvencia.

Deuda

Y cuando se nos acabó el dinero para seguir gastando por encima de nuestras posibilidades, empezamos a pedir prestado. Los ingresos fiscales del estado, las autonomías y los ayuntamientos empezaron a desplomarse a partir del año 2007. Y sin embargo, sus presupuestos siguieron creciendo. Cada vez había una brecha mayor entre sus gastos y sus ingresos. Pero trataban de mantener a toda costa el gasto para no tener que afrontar la impopularidad de ningún recorte. La diferencia entre gastos e ingresos la cubrieron con deuda. Decían que no pasaba nada. Que endeudarse era necesario. Que era mejor endeudarse que recortar. Que todo estaba bajo control. En mayo de 2010 el estado español hubiera quebrado en los mercados si no hubiera existido una acción conjunta de las grandes potencias para empezar a comprar deuda española. Desde entonces vivimos con respiración asistida y, llamémoslo como queramos, en la práctica estamos intervenidos.

Planes de estimulo

No sólo gastamos por encima de nuestras posibilidades. No sólo nos endeudamos en vez de ajustar los gastos cuando empezaron a caer los ingresos. Además pensamos que sería una gran idea poner en marcha un gasto suplementario para poner en marcha todo tipo de planes de estímulo. A escala estatal el Plan E, pero aquí en la Comunidad Foral tuvimos nuestro propio Plan Anticrisis y nuestras propias subvenciones para comprar desde coches a televisores. Todos esos planes, primero, no sirvieron para evitar la crisis; segundo, distorsionaron aún más el mercado reasignando artificialmente el consumo y, tercero, incrementaron aún más nuestro déficit y nuestro endeudamiento.

PGE-GASTOS-INGRESOS

Impuestos

Cuando todo falló y ni teníamos el dinero ni ya nadie nos lo prestaba para seguir gastando, el último intento de mantener el gasto fue subirnos los impuestos. A más impuestos, menos recortes. O eso pensaron nuestros políticos. No fueron conscientes de que subiéndonos los impuestos en plena crisis terminarían de hundir el consumo. El resultado es que la crisis económica se agravó e inmediatamente, como consecuencia, el paro aumentó y la recaudación disminuyó.

Recortes

Para cuando empezamos a recortar, habíamos llevado las cuentas del país a la quiebra, nuestra deuda era descomunal, nadie nos prestaba dinero y con las subidas de impuestos y la crisis de liquidez se había llevado al país a una depresión económica. Los recortes no son la causa de la crisis, son su consecuencia. Cortar una pierna no es la causa de la gangrena, es su consecuencia.

Crash inmobiliario y bancario

El estallido de la burbuja inmobiliaria, aunque no sólo él, desencadenó un auténtico crash bancario. El valor de los créditos concedidos estaba demasiado cerca del valor de las cosas (o las casas) que se compraban con esos créditos. A veces, el valor del crédito estaba incluso por debajo, pero se confiaba tanto en que la cosa comprada aumentara su valor que se concedía el crédito para comprarla. Cuando las cosas compradas a crédito empiezan a perder valor, el tamaño del crédito sigue siendo el mismo. El problema es que cuando se concede un préstamo por importe 100 para comprar una casa de valor 100 hay un equilibrio en las cuentas del banco. Pero cuando se ha prestado 100 para comprar una cosa cuyo valor baja a 75 el banco tiene un agujero contable de 25. Y nadie presta a un banco que tiene un agujero contable. Y si al banco no le prestan, el banco a su vez no puede prestar. Y ya tenemos colapsados los bancos y el sistema de crédito.

Rescate

El punto anterior nos ayuda a entender por qué los bancos acabaron teniendo un agujero en los balances, por qué nadie prestaba a los bancos y por qué estos, a su vez, no podían prestar a nadie. Aquí es donde las opciones se limitaron a dejar quebrar los bancos o rescatarlos. Digamos de antemano que ninguna de las dos opciones resultaba incruenta. En cualquier caso, si tenían un agujero había que taparlo para que pudieran seguir funcionando. Y para eso había que poner dinero. A poner ese dinero lo llamamos rescate. Y no se ha rescatado a los bancos, como suele repetirse, sino que se ha salvado más bien el dinero que la gente tiene en los bancos. Sin el rescate bancario, hubiera llegado un momento en que la gente no hubiera podido retirar el dinero de su cuenta: el corralito. Es algo de lo que no se hablaba para no desatar el pánico, pero estuvimos muy cerca de ello en su momento.

Crowding out

Lo que acabamos de explicar aclara un poco la cuestión de por qué se rescató a los bancos. No se trataba de salvar al banco en sí, sino a los depositantes. Se consideró que era menos costoso rescatar a los bancos que poner todo el dinero que hubiera hecho falta para garantizar los depósitos. Por su parte, muchas personas se han preguntado por qué hemos tenido que poner miles de millones para rescatar a los bancos y luego vamos a pedir un crédito a los bancos rescatados por nosotros y no nos lo conceden. En buena medida la culpa es del estado. Al tratar de seguir manteniendo el gasto, el estado se ha seguido endeudando y endeudando. Cuando los bancos tenían que decidir a quién prestar, por un lado estaba el estado y por otro las familias y las empresas. Como para el banco es más seguro prestar al estado que prestar a las familias y empresas (porque nadie rescata a las familias y a las empresas cuando tienen problemas), todo el crédito disponible se lo ha llevado el estado. Los que se oponían a los recortes o decían que era bueno que el estado gastara para sostener la economía han dejado sin crédito a las empresas y las familias.

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Todo lo anterior nos permite concluir que estamos donde estamos por un exceso de gasto, de deuda y de impuestos. Que el mejor plan de estímulo hubiera sido bajar los impuestos y que el estado no acaparara todo el crédito. Que los recortes, como decíamos, no son la causa de la crisis sino su consecuencia. Que cuando caen los ingresos no sólo el sector privado tiene que ajustar los gastos, sino que lo mismo tiene que hacer el estado. Y que esto es algo que hay que hacer desde el principio y no cuando se ha llevado al país a la ruina y ya no queda otro remedio.

La causa de la causa

En el origen de toda burbuja especulativa, siempre hay una política de tipos de interés demasiado bajos. Con los tipos de interés demasiado bajos el crédito tiende a dispararse. Cuando el crédito se dispara los precios aumentan. Aumenta el precio de los bonos públicos y privados, aumenta el precio de las acciones, aumenta el precio de las casas y aumenta el precio de los artículos de consumo, pero también aumenta la recaudación fiscal y con ella el tamaño y el gasto del estado: la burbuja ha comenzado.

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Al cabo de un tiempo el exceso de crédito aleja mucho los precios del valor real de las cosas. Un día la burbuja se pincha (por las hipotecas subprime, o cualquier otra gota que colme el vaso) y resulta que las cosas que avalaban los créditos pasan a valer mucho menos que los créditos. Y entonces se desencadena el tsunami. Eso sí, a unos les afecta más que a otros y unos afrontan la ola con decisiones más sensatas que otros, las cuales pueden mejorar o empeorar la situación en que se encuentra cada uno. A nosotros nos ha tocado lo peor y hemos tomado las decisiones más insensatas. No sería poco que, al final, por lo menos supiéramos en qué nos hemos equivocado.

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Un comentario

  1. Ante un Estado omnipotente, pocos españoles desean ser empresarios. Y menos aún desde la chapuza de accesión en 1986 a las Comunidades Europeas. Se desmanteló entonces el sistema proteccionista sin devaluar compensatoriamente la peseta. Prácticamente toda la industria se abandonó por ello en manos de las multinacionales y el empresario español puso su inversión sólo en los sectores donde no hubiera competencia internacional (construción, inmobiliario y servicios).
    Para colmo, la adopción del EURO con una moneda sobrevaluada encareció irresponsablemente nuestros costes, empeorando nuestra competitividad.
    Pocos españoles quieren ya ser empresarios en los sectores de riesgo (donde hay competencia internacional).

    Ver “ESPAÑA, una economía asfixiada” http://www.lebrelblanco.com/articulos/

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