El estado de alarma genera un estado creciente de tensión social. Esto es un hecho que se evidencia más y más cada día que pasa. Es por otra parte algo lógico. Nadie puede esperar tener a la población más de dos meses bajo un cuasi arresto domiciliario, como en Madrid, y que eso no genere cuestionamientos y mucha tensión. Uno de los cuestionamientos que brota bajo este estado de cosas es el de si se está perdiendo la libertad para criticar al gobierno. Esto que empezó en muchas personas como una pequeña paranoia ha ido creciendo y tomando carta de naturaleza conforme pasaban los días y pasaban las cosas. Desgraciadamente todo lo que va sucediendo viene a confirmar las peores sospechas en vez de a disiparlas. Ayer mismo sin ir más lejos tuvimos manifestaciones, contramanifestaciones y escraches. Merece la pena detenerse un momento a reflexionar sobre ello.
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Protestar contra el gobierno con el estado de alarma se ha convertido para los ciudadanos en un problema, un problema con el que el gobierno está encantado que se encuentren los ciudadanos. Dentro del estrecho cauce que les ha quedado a los ciudadanos para hacer públicas sus protestas se encuentran las caceroladas, los paseos-protesta como sustitutivos de la manifestación y poco más. Con un perro muerto en la crisis del ébola ya había en España personas totalmente incapaces de expresar su enfado con el gobierno de puertas para adentro de su casa, pues imaginen ahora con 30.000 muertos o quién sabe cuántos y un constante rosario de errores, contradicciones, rectificaciones y decisiones catastróficas. Si tenemos más muertos y más contagiados que los demás algo hicimos peor o más tarde que los demás, y si el gobierno ha hecho las cosas peor qué menos que pedirle responsabilidades políticas y protestar. Pero el PSOE y Podemos no lo ven así y tienden últimamente a no permitir todo lo que no coincide con su visión.
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Dentro del creciente malestar ciudadano ayer sucedió que un grupo de personas fue a escrachear a los Iglesias-Montero a su palacete comunista de Galapagar. La verdad es que no está bien acosar a la gente en su domicilio. Lo que estaba mal que hiciera Pablo Iglesias está igual de mal que se lo hagan a él y exactamente por la misma razón. Bien es cierto que Pablo Iglesias o los miembros de Podemos son los últimos legitimados para poder denunciar el escrache en Galapagar. Sin embargo, dejando sentado que es malo y rechazable que se escrache al vicepresidente y a su familia en su casa, la reacción del vicepresidente fue si cabe más grave y peor aún. Pablo Iglesias reaccionó a la protesta advirtiendo de que la extrema izquierda puede cercar los domicilios de Ayuso y Abascal.
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Pablo Iglesias tuvo ayer la oportunidad de hacer una reflexión autocrítica y reconocer que los escraches que él ha apoyado y llamado “jarabe democrático”, e incluso realizado él mismo, constituyen un error, envenenan la convivencia, generan una espiral de violencia y traspasan los límites democráticos del respeto al rival. Sin embargo, el líder de Podemos no rechazó los escraches y los acosos domiciliarios en general, sino los que le hacen a él. No pidió por tanto perdón por los escraches hechos a los demás. Su ética no se basa en el respeto, sino en la capacidad de enviar matones a las casas de los demás. Que esto lo diga el vicepresidente del gobierno expresa con claridad la grave amenaza a la que se enfrenta España en este momento.
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De hecho, otro grave episodio vivido ayer fue la proliferación de conatos de enfrentamiento entre detratores y defensores del gobierno. Las caceroladas y las protestas podrán gustar más o menos, considerarse más o menos justificadas, pero cuando el gobierno manda a la policía contra ellas y no sólo eso, sino que aparecen grupos progubernamentales que intentan impedirlas, ¿a qué distancia empezamos a estar de una dictadura real? La respuesta para que el círculo quede definitivamente cerrado es que el vicepresidente sugiera la aparición de fuerzas parapoliciales para rodear las casas de los lideres de la oposición. En definitiva, si una multitud rodea la casa de un vicepresidente puede ser algo rechazable, pero es mucho menos grave a que una multitud vaya a rodear las casas de los líderes de la oposición a instancias del vicepresidente. Lo primero es un ataque personal rechazable, lo segundo es una amenaza en toda regla a la libertad desde el poder.
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La libertad para criticar al gobierno cada día más en peligro
Que los españoles que protestan contra el gobierno, además de tener que enfrentarse al acoso policial, tengan que enfrentarse también al acoso de los partidarios del gobierno que intentan impedirles que protesten, merece también una seria reflexión. Aunque en lugares como el País Vasco o Navarra es algo que ha llegado a estar increíblemente normalizado, no existe el derecho de contramanifestación. Es decir, existe el derecho a manifestarse, pero no el derecho a contramanifestarse. El derecho a contramanifestarse de unos implicaría la negación del derecho a manifestarse de otros. La contramanifestación es una practica fascista. No tiene otro fin que garantizar a los violentos el control de la calle. Existe el derecho a que unos hagan una manifestación a favor del gobierno y otros hagan una en contra, pero no que la manifestación de los unos consista en impedir la manifestación de los otros. La policía debería cargar contra las contramanifestasciones e identificar a sus responsables. No podemos estar yendo hacia un país en el que las casas de los líderes de la oposición están rodeadas por los partidarios del gobierno, la gente no puede protestar públicamente contra el gobierno, la policía acosa a los ciudadanos que protestan y grupos de progubernamentales se conducen violentamente contra quienes protestan contra el gobierno. Nos equivocamos si no nos tomamos muy en serio todo lo que está sucediendo.
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