Que un hotel u otro establecimiento realice un test de satisfacción a sus clientes entra dentro de la lógica de las cosas. Se trata de que el cliente, por ejemplo, esté a gusto en el hotel. La cosa resulta un poco más pintoresca cuando es la policía, en este caso la Ertzaintza, la que pregunta a los detenidos sobre lo satisfechos que salen del calabozo. Más que nada porque, a diferencia de los hoteles, los calabozos tampoco son un lugar destinado a procurar especiales satisfacciones a sus inquilinos. Por definición, casi podría pensarse lo contrario. Una cosa es que los detenidos reciban un trato digno y otra que tengan que salir deseando volver de lo bien que han estado. Los hoteles quieren eso, los calabozos no, salvo que estemos locos.
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La iniciativa resulta más chocante si cabe porque esta encuesta de satisfacción no se les hace en cambio con carácter sistemático a los ciudadanos que no han sido detenidos, para ver si están contentos o no con el servicio de recogida de basuras, las listas de espera, los colegios, o la forma en que les ha tratado el funcionariado cuando salen de realizar un trámite administrativo cualquiera. Ya puestos, el test de satisfacción para medir la labor de la policía a lo mejor habría que hacérselo antes a las víctimas del delito, a ver lo satisfechas que están con la policía, los tiempos de respuesta, su actuación, la seguridad ciudadana, la labor de los jueces, la reincidencia, la cuasi impunidad de muchos delitos… O sea, a lo mejor está bien empezar a introducir test de calidad en todos los servicios públicos y hasta abrir un trip advisor de la cosa pública y los políticos, pero resulta un poco extraño empezar por los detenidos como primer colectivo a tener satisfecho.
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