El camino de ida y vuelta del caso de Juana Rivas pone en evidencia la irracionalidad y hasta el supremacismo de género de cierto discurso feminista, que realiza juicios paralelos automáticos o da y quita razones tan sólo en virtud del género del acusado o la acusadora. Tras convertirse en un icono de las #metoo #aquiestatumanada #yositecreohermana, la Justicia tanto española como italiana nos ha contado una historia muy distinta de Juana Rivas a la que nos contaban los medios y los colectivos feministas. El resultado es que Juana Rivas ha perdido la patria potestad de los hijos, la cual le ha sido concedida al padre, que las 8 denuncias desde 2016 contra el padre han sido archivadas y calificadas de “inverosímiles” por la Justicia italiana, y que a quien la Justicia española procesará es a Juana Rivas por secuestrar-sustraer a sus hijos.
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Los colectivos feministas no sólo tomaron partido sin matices por la acusadora en un caso complejo y en el que ninguno de los progenitores seguramente es demasiado modélico. De este modo al final le hicieron un flaco favor a Juana Rivas animándola a seguir por una senda que la llevaba hasta el pozo en el que ahora se encuentra. Si nos retrotraemos al origen del caso y su estallido mediático, Juana Rivas podía ser obviamente una mujer maltratada… o no, o sí pero no sólo. Para eso las sociedades civilizadas tienen un sistema judicial donde las cosas hay que probarlas e investigarlas, todas las partes son escuchadas, existe un proceso y unos jueces más o menos objetivos que atienden a las pruebas presentadas, a las declaraciones de las partes y los testigos, al criterio de expertos y peritos… Esperar a que la Justicia se pronunciara era y es una medida elemental de prudencia. En este caso, además, coincide el criterio de la Justicia española y el de la Justicia italiana. El caso es complicado y tanto el padre como la madre, por desgracia, parecen haber llevado a cabo comportamientos de los que deberían avergonzarse, particularmente ante sus propios hijos. Porque aunque la madre parece culpable de unas cuantas cosas, el padre no queda por ello exculpado de todo. Naturalmente son siempre muchos los que prefieren el tuit inmediato de un ingenioso iletrado a una sentencia de trescientas páginas redactada por expertos dentro de un año. Pero esa prisa no es por un mayor amor a la Justicia sino por pura pereza intelectual y hooliganismo. Y seguramente la Justicia también se equivoca y comete injusticias, pero no tantas como las horas justicieras, las redes sociales y las tertulias.
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En medio del maremagnum de despropósitos en torno al caso de Juana Rivas brilla ahora con luz propia el dislate de Tere Sáez, la diputada navarra de Podemos conocida, entre otras cosas, por ser la desahuciadora antidesahucios. Pues bien, hace una año Tere Sáez llegó a utilizar las redes sociales para ofrecer a Juana Rivas su colaboración en el secuestro de los hijos, nada menos.
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Por si Juana Rivas no hubiera tenido ya de por sí suficientes problemas, sólo le faltó una pequeña legión de consejeras y consejeros empujándola a secuestrar-sustraer a sus hijos. Los resultados de tanto consejo bienintencionado están ahora a la vista para la aconsejada.
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Podría pensarse que, pasado un tiempo, cuanto mayor es un error más fácil debería ser reconocerlo. Por el contrario, suele suceder que un error pequeño se reconoce más fácilmente que uno mayúsculo. Es como si al que ha dicho que 2+2=23.568 le costara más reconocer que se ha equivocado que al que sólo dijo que 2+2=4,1. Justo por la enormidad del error resulta más duro para el orgullo aceptar que uno pudo cometerlo. Si además ocurre que mucha gente le acompaña a uno primero en el error (#metoo), y después también en la incapacidad para reconocerlo, aumenta la dificultad para superar el error. Esperemos al menos, para futuros casos de este estilo, mayor serenidad por parte de todos.
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