La consejera de Economía y Hacienda, Elma Saiz, lo reconoció ayer abiertamente: se espera una caída de la recaudación fiscal en Navarra de 800 millones de euros. El dato, prácticamente el 20% de los Presupuestos de Navarra, es abrumador.
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Un agujero de 800 millones de euros equivale a más del 100% de toda la partida de Educación en los Presupuestos Generales de Navarra, o el 75% de la partida de Sanidad. El boquete es sencillamente descomunal y esto siempre que el agujero previsto no acabe siendo incluso mayor. Para resumir, Elma Saiz podría haber comparecido para sencillamente anunciar que la administración foral va a quebrar. Nos ahorramos tiempo y lo entendemos mejor.
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Partiendo de la experiencia acumulada que ya tenemos con nuestros políticos, lo que podemos esperar que hagan ahora es que sigan su instinto y preparen una salvaje subida de impuestos. “A los ricos”, nos volverán a mentir.
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Para empezar, los declarantes navarros con una base liquidable de más de 300.000 euros no llegan a los 300, que pagando cerca de la mitad de lo que ganan representan un ingreso a las arcas forales que no llega a los 60 millones de euros. Aunque les quitáramos el 100% de lo que ganan, recaudaríamos otros 60 millones frente al agujero de 800 millones que anuncia el gobierno. ¿De dónde va a sacar Chivite los otros 740 millones que le faltan para pagar todo lo que ha presupuestado? ¿De los 285.000 navarros ocupados que en realidad ya serán muchos menos? ¿Le va a quitar 3.000 euros a cada navarro ocupado en las actuales circunstancias? A lo mejor Chivite querría, pero es que no va a poder hacerlo. No va a ser posible que tanta gente le pague tanto. Pero es que además la economía está cayendo a plomo y al subir los impuestos terminarán de estrangularla por completo, lo que ahondará la recesión y la caída de la recaudación en vez de resolverla. Todo esto ya lo vimos con Zapatero. Es como si un comerciante, viendo caer sus ventas, tratara de arreglarlo subiendo los precios. El desastre está asegurado.
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Podemos estar bastante seguros de que a Chivite le va a resultar imposible conseguir ni una pequeña fracción de los 800 millones que necesita para cuadrar las cuentas. Alternativamente, más tarde o más temprano tendrá que pensar en meter la tijera al gasto público de una manera atroz. En realidad va a ser curioso ver a la extrema izquierda hacer buenos a Montoro o a Barcina. Hasta la semana pasada nos estaban diciendo que, como ahora gobiernan ellos, de esta crisis íbamos a salir sin recortes. Desde luego la última partida que recortarán será la de todos los medios que tienen pagados, a ver si tras hacer todo lo que van a tener que hacer evitan resultar electoralmente empalados.
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Lamentablemente para Navarra, o para el conjunto de España, es la izquierda la que gobierna en la crisis que se nos echa encima. Al igual que ha sucedido con la crisis sanitaria, esto significa que primero se reaccionará tarde (ya se está reaccionando tarde), cuando se reaccione se reaccionará tomando todas las medidas equivocadas y cuando se rectifique y se empiece a tomar el rumbo correcto e inevitable la situación será mucho peor de lo que podía hacer sido. Aunque sea muy malo para el país, la derecha en cambio puede dar gracias a estar en la oposición. Así podrá recrearse en contemplar cómo se descubre la impostura y la izquierda pisotea el discurso que ha estado repitiendo durante los últimos diez años. Si esta crisis le hubiera tocado a la derecha, la izquierda política y mediática estaría llamándole asesina, rodeando el parlamento y escrachando a sus líderes. Todo eso que se evitan ahora los líderes de la derecha. Cuidado porque, llegado el momento, no es descartable que la izquierda trate de abandonar voluntariamente el poder para encajarle el marrón a la derecha, como también vimos que hizo el PSOE de Zapatero. La izquierda sólo sabe pedalear cuesta abajo. Cuando empieza el siguiente puerto, para no sudar le pasa la bici a la derecha. A lo mejor, para acabar para siempre con su demagogia, es una buena idea que España vea cómo pedalean Pedro Sánchez y Pablo Iglesias cuesta arriba.
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Puesto que conseguir el dinero para tapar el agujero es imposible, la opción más realista y probable será la de pedir el rescate. Bien es cierto que un rescate se puede camuflar con más o menos habilidad y ponerle otro nombre más bonito, pero al final los rescates suelen tener al menos dos características esenciales: te tiene que salvar otro con su dinero y el que te salva con su dinero te pone unas condiciones para que se lo devuelvas, para que le devuelvas al menos una parte o, como mínimo, para no tener que volver a salvarte al día siguiente. Y esto además si el rescatador tiene músculo financiero para salvarte, que habrá que ver si es así según sea más o menos profunda a escala global la crisis del coronavirus.
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Alternativamente la extrema izquierda podría dejar de pagar la deuda, salirse del euro o declarar la Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas, pero al final del día seguiría sin tener el dinero para seguir pagando ni remotamente el actual gasto público. Librada a su propia suerte, fuera de la UE y únicamente con sus recursos, España podría mantener sólo una fracción del gasto público. Por eso la izquierda radical aceptó el rescate en Grecia. El rescate implica recortes durísimos en salarios públicos, pensiones o número de funcionarios, pero la alternativa fuera del rescate son recortes todavía más drásticos.
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Naturalmente la situación actual sería mucho mejor y exigiría menores recortes futuros si durante todos los años pasados se hubiera limitado el gasto público, se hubiera moderado el número de funcionarios, se hubiera reducido la exagerada brecha salarial entre el empleo público y el privado, se hubieran equilibrado las cuentas, se hubiera detenido el aumento de la burocracia gubernamental y la multiplicación de ministerios, consejerías y altos cargos. Se hubieran eliminado televisiones públicas. Se hubieran auditado radicalmente las subvenciones. Se hubiera reducido el número de sociedades públicas perfectamente prescindibles. Se hubiera acabado con los chiringuitos ideológicos. Se hubiera evitado hacer demagogia con las pensiones. Se hubiera promovido la autofinanciación de partidos y sindicatos. Habríamos tenido que esforzarnos más en el pasado, pero por no haber hecho los deberes en el pasado tendremos que sufrir y esforzarnos diez veces más en el futuro.
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