“¿Por qué la cruz estorba a algunos?”, se pregunta el capellán del Santuario de San Miguel de Aralar, Alfonso Garciandía Goñi, entre la tristeza y la incredulidad. “La destrucción de símbolos religiosos -añade- es un indicativo de la temperatura moral de una sociedad”. Estas declaraciones, publica el Arzobispado de Pamplona y Tudela, se producen después de que unos desconocidos hayan cortado con herramientas dos de las tres cruces del camino de subida al Santuario de San Miguel de Aralar, durante la noche del sábado al domingo. “Es algo que produce pena y tristeza a todos aquellos que vivimos la fe y también en otros que, aunque no la profesen, respetan las ideas y credos de los demás”, indica el capellán del Santuario, señalando que “este es un daño pequeño, si lo comparamos con la situación de muchos miles de cristianos que sufren persecución y violencia, que cada día son asesinados en diferentes países del mundo solo por el hecho de ser cristianos y que ni siquiera son noticia”. El capellán espera una condena unánime a este ataque no porque se hayan tocado los símbolos de un determinado grupo, la Iglesia católica en este caso, sino porque “una sociedad sana muestra unanimidad a la hora de responder al mal”. El ataque, por otro lado, ha sido denunciado ante la Policía Foral.

No se trata sin embargo del primer ataque que sufre el Santuario en los últimos tiempos. El pasado 26 de octubre unos desconocidos pintaron la estrella de David y la palabra “Jude” en la puerta del Santuario, a la cual a continuación le prendieran fuego. El incendio fue descubierto por el vigilante que pernocta junto al Santuario, el cual se encargó de sofocarlo y dar aviso de lo ocurrido. Tanto la Guardia Civil de Alsasua como la Policía Foral y los Bomberos de Navarra tuvieron que intervenir para iniciar las investigaciones oportunas, así como para comprobar que el incendio estaba sofocado y no había peligro. La Iglesia subraya, no obstante todos estos ataques, que el Santuario de San Miguel de Aralar “seguirá siendo un lugar con las puertas siempre abiertas para acoger a los fieles, a los peregrinos y a los visitantes que se acerquen hasta un paraje que combina historia, devoción, leyenda y arte”.
Tanto los ataques como su reiteración, y esto es ya nuestro propio análisis de lo sucedido, indican la existencia de un caldo de cultivo de odio anticristiano que no cabe ignorar. En estos tiempos en que tanto se habla de los discursos del odio y de los ataques que sufren tales o cuales colectivos como consecuencia de esos discursos, parece no obstante que la preocupación es muy desigual según quién sea el atacado. Cuando los atacados son los cristianos, es escasa la preocupación sobre quiénes son los atacantes, cuál es el discurso que les ha llevado a convertirse en atacantes, y quién está difundiendo y esparciendo ese odio. Hay una cosa aún peor que los ataques a los que dan lugar los discursos del odio, y son los ataques y los discursos de odio que no dan lugar a mayor preocupación por odio al atacado. Al parecer hay odiados de primera y de segunda, por tanto también odiadores de primera y de segunda, y el odio a los cristianos no es una preocupación de primera.