La izquierda no es una ideología sino un ramillete de ocurrencias, una colección arbitraria de mantras aceptados tan sólo porque en un momento dado resultan populares, una acumulación de contradicciónes que en la práctica serían imposibles de aplicar todas a la vez. Cualquier cosa que se intente edificar con los ladrillos asimétricos y defectuosos de la izquierda se encuentra condenada a desmoronarse, pero por otro lado la izquierda tampoco defiende sus premisas para triunfar en la construcción, sino tan sólo para llegar al poder. El problema es, aparte de a veces sacar democráticamente a la izquierda del poder, todo lo que la izquierda deja arrasado a su paso en su camino para llegar al poder.
Un ejemplo de ese arrasamiento lo hemos podido apreciar en los últimos tiempos, con una constante minusvaloración del papel de la mujer como madre. No se trataba sólo de que la mujer pudiera elegir libremente sobre la maternidad, sino que la maternidad fuera una opción peor vista que la no maternidad. La izquierda ha creado un estatus de desigualdad entre las mujeres y el peldaño más bajo de ese estatus es el del ama de casa, la mujer que renuncia al trabajo fuera de casa para cuidar a su familia, por más que ese trabajo pudiera ser una elección libre y deseada sin ningún tipo de imposición. La liberación de la mujer era no tener hijos para poder entregarse sin reservas al mercado laboral. Si pese a todo tenía hijos, sólo se le podía perdonar esta decisión si seguía trabajando. El mercado laboral capitalista era para los anticapitalistas liberador, cuidar a la familia no.
Hete aquí la sorpresa sin embargo que, ahora que la izquierda ha convertido en una especie de consenso social la preeminencia del trabajo sobre la familia, y ahora que ha convertido al ama de casa en una categoría infravalorada y desprestigiada, va la izquierda y te dice que el trabajo no vale nada. Que el trabajo que te liberaba del hogar, del matrimonio y de la maternidad, resulta que no era una liberación. Por el contrario, resulta que el trabajo era una forma de esclavitud y opresión, y que el trabajo hay que abolirlo. ¿Con qué cara se deben estar quedando todas las mujeres, ya con una edad, que haciendo caso al pensamiento dominante han entregado su vida al mercado laboral frente a la vocación familiar?
Afortunadamente para la izquierda no es una empresa. Si los discursos de la izquierda fueran productos puestos en el mercado y vendidos por una empresa, sería denunciada constantemente por las asociaciones de consumiudores, ya fuera por publicidad engañosa, por vender artilugios sin garantía, por llenar el mercado de productos averiados o por incluir en sus productos todo tipo de componentes defectuosos. La izquierda sería una empresa arruinada y sepultada por las demandas. Por suerte para la izquierda no es una empresa sino una mera maquinaria vaporosa encargada de producir discursos escacharrados
Un comentario
Muy buen artículo y completamente cierto.
Hacía falta decirlo.
Hacia falta abrir los ojos de la gente, de las mujeres. Engañadas y «esclavizadas», en una sociedad que las aparta de su función mas sublime y necesaria.
Ojalá lo lean muchos.