O España o Cataluña, el falso dilema nacionalista

“No tuvimos empatía con los no independentistas”, así lo reconoce Carmen Forcadell, la expresidenta del Parlamento de Cataluña, en una entrevista concedida a Catalunya Ràdio el viernes pasado, desde la prisión de Mas d’Enric, donde cumple una condena de 11 años y seis meses de prisión por seedición.

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La frase precisa de Forcadell es: “No tuvimos empatía con la gente que no es independentista y que quizá no se sintió tratada de manera justa. Hay mucha gente que no es independentista que defiende las libertades y los derechos fundamentales y que si le das a elegir entre España y Cataluña elige España”.

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Bien. Nunca está de más recordar y puntualizar las cosas.

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Aquí no se condena a unos señores por votar. Aquí se condena a unos señores porque organizan un pucherazo ilegal en el que sale que el 90% quiere la independencia, y en razón a ese referendum y ese resultado crean una república, se sacan de la manga unas leyes, invalidan los derechos de la población catalana y declaran la independencia. Cuando hay unas elecciones de verdad, resulta que el apoyo real es el 47%. Los demócratas son quienes combaten el golpe, no quienes lo apoyan. Y eso sin entrar siquiera a discutir si cualquiera puede constituirse unilateralmente en sujeto de derecho en un país y votar lo que quiera. Pero es que ni aún bajo su propia lógica son otra cosa que antidemócratas y golpistas. Cuando se juega con estas cosas, además, sólo un idiota pensaría que no hay consecuencias. Que no se exacerban los sentimientos de la gente. Que no puede haber violencia. Lamentablemente ser idiota no exime de la responsabilidad por jugar a declarar repúblicas independientes y desencadenar la violencia consiguiente. Que tampoco era un juego. Pensaban que había una posibilidad de que el estado no se atreviera a reaccionar y si colaba pues colaba. Por eso quizá pusieron a Pedro Sánchez, a ver si con este cuela.

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Nacionalismo es nación lo que apendicitis a apéndice, que diría el filósofo

Volviendo a las palabras de Forcadell, contienen uno de los nudos fundamentales del nacionalismo. La idea de que hay que elegir. O sea renunciar. O Cataluña o España. O vasco o español. O Maiorga o Ramírez. O Koldo o Martínez. O Bakartxo o Ruiz. Tienes que renunciar a una parte de lo que eres. Es más, tienes que odiar una parte de lo que eres. A papá o a mamá, a uno de los dos lo tienes que matar.

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Todo esto es un disparate pero es la base del nacionalismo. Es mentira que haya que elegir entre España o Cataluña, entre vasco o español, entre papá y mamá. No sólo se puede elegir las dos cosas, sino que es absurdo no elegir las dos cosas. El nacionalismo es una idea que resta. El nacionalismo sitúa a la gente ante un falso dilema. El nacionalismo conduce a las personas a automutilarse y renunciar a una parte de lo que son de manera totalmente innecesaria. También totalmente artificial. Somos círculos concéntricos. No hay un problema ni un enfrentamiento real. El nacionalismo es un problema artificialmente creado, una problematización irracional que te fuerza a restar pudiendo sumar. Como si te pudieras enriquecer restando en vez de acumulando. Como si fueras más tú renunciando a una parte de lo que eres. Como si entrar en conflicto con una parte de lo que eres fuera mejor que abrazarla. Como si amputarse miembros no generara dolor.

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La buena noticia para Forcadell es por tanto que está muy bien que ahora empatice con esa parte de la población catalana, por cierto mayoritaria, que no es nacionalista, pero que la cosa es todavía mejor: no tiene que elegir entre ser catalana y española, puede ser las dos cosas, no tiene sentido querer menos que todo, el coche y el apartamento en la playa. La mala noticia es que a lo mejor se da cuenta de todo esto un poco tarde y a lo mejor (aunque quién sabe) tarda un poco en volver a coger el coche y pasear por la playa. Pero es que estas cosas se piensan antes. Porque toda esa violencia que ahora ve y la hace llorar no es del todo ajena a su irresponsabilidad.

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