Sin duda una de las noticias de alcance en el día de ayer, tal como está el mundo, fue que las colibríes también sufren de acoso sexual. Las pobres hembras de esta especie de aves, como algunas militantes de la extrema izquierda, tratan de luchar contra la opresión heteropatriarcal haciéndose indistinguibles de los machos, según refería ayer El País.
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Aunque podría parece una extravagancia veraniega, lo cierto es que la noticia tiene su enjundia. Para empezar, la noticia desmonta de un plumazo la teoría de que la opresión masculina es un hecho cultural y aprendido. Por el contrario, quedaría demostrado que se trata de una situación común en la naturaleza y con un origen biológico. Seguramente los redactores de la noticia se han pasado tanto de frenada, tratando de presentar no ya a las humanas sino a todas las hembras de todas las especies del planeta como un género oprimido, que han terminado socavando los propios fundamentos de las tesis machofóbicas.
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Si el machismo es el resultado de una sociedad heteropatriarcal dirigida por la Iglesia y el capital, habría que preguntarse si las colibríes empezaron a estar oprimidas sólo después de Cristo, o si en las discotecas de colibríes se pinchan canciones de Amaral y Bustamente para que los colibríes banqueros puedan adoctrinar en el amor romántico a los jóvenes colibríes.
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Pese al delirio que puede parecer todo esto, el hecho es que toda la ideología de género se basa en la idea de que no puede haber machismo entre los colibríes. O sea, toda la ofensiva que está padeciendo el sector educativo para incorporar la ideología de género como la asignatura fundamental de los jóvenes se basa en la premisa de que la violencia de género es una consecuencia de la educación, y que educando en la ideología de género se acabará con la violencia de género. Pero si la desigualdad, el acoso o la violencia entre géneros existen en el mundo natural al margen de la educación, entonces decae la tesis de que todos los males son el resultado de una construcción cultural, o que todos los males se pueden eliminar controlando la educación. La pregunta entonces sería, ¿cuál es el sentido de dejar la educación en manos de la extrema izquierda y las feministas si parten de unos presupuestos equivocados? Aparte de intentar adoctrinar a todos los jóvenes para que les voten, ¿cúal sería el sentido o el resultado de dejar la educación en sus manos?
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Lo cierto es que la ideología de género, más allá de ser una teoría feminista, filosóficamente es una derivación absurda del estructuralismo y el idealismo radical. Paradójicamente la izquierda actual lo mismo se declara materialista radical que idealista radical. Para un materialista radical todo es biología y naturaleza y todo nuestro comportamiento se inscribe en ellas. Para un idealista radical todo es educación, cultura y construcción ideológica. Para un materialista un recién nacido es genética, para un idealista es una tabula rasa. Lo irónico del asunto es que o estamos determinados por naturaleza para ser violentos o machistas, o para poder elegir si somos o no violentos o machistas tenemos que ser algo más que materia y algo más allá de las leyes de la materia. Si creemos que los seres humanos somos como los colibríes la batalla contra la naturaleza y sus imposiciones biológicas está perdida. Si creemos que los humanos somos algo más que los colibríes y que no estamos determinados por la biología, entonces el problema no es que estemos determinados para hacer el mal, sino que somos libres para hacer el bien o el mal. Si estamos determinados para hacer el mal no podemos acabar con el mal. Pero si somos libres para poder hacer el mal, tampoco podemos acabar con el mal porque es el precio a pagar por la libertad.
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La ideología de género obligatoria e indiscutible en el colegio no conseguirá nunca por tanto acabar con el mal, tan sólo introducir otro mal.
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