Tras 10 largos años de espera, la sentencia del “caso De Miguel” vuelve a poner una vez más en evidencia la corrupción que carcome a la izquierda y al nacionalismo tanto o más que a cualquier otro sector ideológico. En este caso es el PNV el afectado, pero venimos de la sentencia de los ERE en Andalucía y no hay día que no se publique algún escándalo relativo a la extrema izquierda comunista-podemita.
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Todos estos casos deberían abrir los ojos a muchos españoles primero respecto a la profunda afectación de la izquierda y el nacionalismo en lo referente al problema de la corrupción. Segundo respecto al hecho de que aquí se denuncia la corrupción o se lapida al rival no por amor a la virtud, sino por utilización política y periodística de la corrupción. El tercer asunto respecto al que estos casos deberían abrir los ojos a muchos españoles es acaso el más interesante y tiene que ver con un sofisma cuya falsedad se viene evidenciando día tras día, pero que se encuentra fuertemente arraigado entre algunos sectores ideológicos. Este sofisma es el de que la corrupción es una consecuencia de las ideas que defiende cada uno y característica de las formaciones de derechas. Respecto a este mismo caso De Miguel, sin ir más lejos, hace algún tiempo Urkullu aseguraba en el parlamento vasco “¿Sabe por qué tenemos las manos limpias? Primero porque la corrupción no encaja con nuestra cultura y nuestros valores políticos y sociales”. Como si no todo el mundo estuviera contra la corrupción. Como si la corrupción fuera cosa de los insignificantes mortales que no comparten la cultura y los valores de Urkullu.
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La corrupción “ideológica”
El discurso que se viene inoculando hace mucho tiempo a cuenta de Gurtel, Bárcenas y los casos del PP, es que la corrupción era una consecuencia más o menos lógica a ser de derechas, igual que la violencia contra la mujer, supuestamente, es también una consecuencia lógica de no ser progresista y no abrazar la ideología de género. A fin de cuentas uno de los principios esenciales de la izquierda es el del buen salvaje, la idea de que el mal es algo que no surge de las personas ni de su libertad sino de la educación, el entorno y la sociedad, y por supuesto la ideología.
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Una variante nacionalista del sectarismo y demonización izquierdista del contrario es que la corrupción era una lacra española. Que había que independizarse de España porque era un país de corruptos. Que el gen vasco (o catalán) no estaba contaminado por ese tipo de impurezas y había que preservarlo. En la Arcadia vasca independiente sin contaminación española todo mal desaparecería por ensalmo. Particularmente si en la Arcadia vasca independiente se imponía además el pensamiento único de progreso y se erradicaba todo resto de formaciones como PP, VOX o Ciudadanos.
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En realidad, la sociedad vasca ha mostrado a lo largo de las últimas décadas y hasta hoy a la dos y cuarto que se encuentra aquejada por algunos malos tan graves como específicos. La sociedad vasca es una de las menos libres de Europa. En la sociedad vasca es difícil en muchos sitios decir lo que se piensa, y si se dice puede haber consecuencias violentas. En la sociedad vasca es complicado celebrar un acto político o un mitin para cualquier partido no nacionalista o no aliado de los nacionalistas. En la sociedad vasca los terroristas son o héroes o, para los más moderados, sufridores de un trato tan inhumano y desproporcionado que les hace pasar de verdugos a víctimas. La sociedad vasca es una sociedad profundamente enferma pero se suponía que al menos no era corrupta y que era poco menos que inmune a esa lacra. Pues bien, como era de temer, ahora se comprueba que además de intolerante y violenta es al menos tan corrupta como cualquiera.
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