¡Bravo Pedro! Así se hace, aprendiendo de los mejores, de «la Merkel»

Este fin de semana, la canciller alemana Angela Merkel se ha desplazado, invitada, a la zona del Parque Nacional de Doñana, por el «okupa» de la Moncloa, es decir, por el socialista Pedro Sánchez, a quien muchos recibieron a grito limpio de rechazo en las costas de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).

En esta reunión, que le habrá servido como un suculento plato de alta gama gastronómica para alimentar su soberbio ego, por «reunirse con la Merkel, que no es una cualquiera«, ambos abordaron cuestiones relacionadas con los flujos migratorios norafricanos: sí, lo que nos tienen terminantemente prohibido considerar como invasión musulmana.

Ahora bien, ¿en qué quedaron? Aparte de reforzar la posición del establishment frente al Grupo del Visegrado y los nuevos gobiernos italiano y austriaco, se acordó destinar más dinero de las arcas públicas a los Estados marroquí y tunecino, mientras que España no se comprometió a nada que suponga acabar con su política de puertas abiertas.

Pero en esto no solo hay que criticar al totalmente reprobable artífice de la culminación de la radicalización del PSOE. La dirigente teutona fue, en su día, una firme partidaria de la apertura de puertas a los llamados «refugiados», y no parece estar dispuesta a solucionar el problema del serio riesgo de islamización que sufre Alemania.

La inseguridad se ha disparado en un país históricamente muy seguro, de gente muy civilizada. Las chicas ya tienen miedo a salir solas de noche (aunque sea para recurrir a transportes públicos como el autobús y el metro) por temor a que «manadas musulmanas» las violen -y bueno, recordemos lo que ocurrió en la Nochevieja de Colonia, de 2015 a 2016.

También ha habido ya unos cuantos de atentados yihadistas en el país en cuestión, aparte de considerables cantidades de operaciones policiales antiyihadistas. Por otro lado, existen ya varias zonas «no-go«, en las que rige la ley islámica (Sharía) y los cuerpos de seguridad alemanes no pueden entrar. Hasta una «policía moral islámica» existe, en un país donde más del 6% de la población es musulmana.

Mientras, aparte de cierta rebelión interna en la Unión Cristianodemócrata (CDU) liderada por los socialcristianos bávaros de la CSU, el partido liberal-conservador e identitario Alternativa por Alemania (AfD) no deja de ascender en las encuestas, pronosticando algunos que se convertiría ya en la segunda fuerza más votada (de hecho, actualmente es la principal fuerza opositora a la Gran Coalición.

Es más, podemos atribuir a Merkel parte de la petulancia de la eurocracia hacia el grupo del Visegrado en materia migratoria. Por cierto, la élite política teutona respalda las amenazas del politburó bruselense contra la soberanía de Hungría y Polonia, países cuyos dirigentes se oponen, entre otras cosas, a abrirle la puerta a los inmigrantes musulmanes.

Así que Pedro Sánchez no ha aprendido de nadie excelente (de hecho, si Merkel fuera Orbán, otro gallo habría cantado), sino de una globalista que está más comprometida con las apuestas de George Soros (igual que él, que se reunió poco después de tomar el poder) que con lo necesario para preservar los valores cristianos europeos, gracias a los cuales disfrutamos de bastantes libertades civiles.

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