El 70,4% de las jóvenes navarras afirma haber sufrido violencia sexual. No es una cifra menor. Se trata de hecho de una cifra espectacular que da lugar a tamaño titular. Presentada esta afirmación así, rara sería la mujer navarra que no hubiera sufrido violencia sexual. Por consiguiente, raro sería el hombre que no fuera un agresor sexual, o unos pocos hombres serían los responsables de ejercer violencia sexual sobre casi todas las mujeres. ¿Pero hasta qué punto esto es real o a qué llamamos violencia sexual?

El problema con la violencia sexual es que bajo esta denominación, tal como se está utilizando, caben comportamientos de todo tipo. Por ejemplo, un piropo sería ya considerado violencia sexual, o sentarse en un banco con las piernas abiertas. Sin embargo, ¿es esto propiamente violencia? Si llamamos violencia a casi cualquier cosa, y equiparamos una violación con no sentarse con las piernas cruzadas, estamos dejando sin sentido a las palabras, que dejan de ser útiles para describir y clasificar adecuadamente las cosas. Se está pervirtiendo el lenguaje para victimizar a todo el género femenino y para criminalizar a todo el género masculino. Todo es violencia sexual y además prácticamente no caben grados, recibiendo todo el mismo etiquetado. Lo que antes podía ser una simple falta de educación o un comentario desafortunado, o ser alguien torpe y presumiblemente feo ligando, ahora es una agresión sexual en toda regla. ¿Por qué sólo si lo pregunta Broncano es risa?
Extender el concepto de violencia sexual hasta un punto que convierte en víctima a más del 70% de la población femenina nos lleva a además a otras consideraciones. O tenemos un problema muy grave de trato a la mujer, o tenemos un problema muy grave de criminalización del género masculino y de perversión del lenguaje. Sea lo uno o lo otro, no podemos aceptar sin más este hecho. Por otro lado, hablar de un 70% de víctimas de violencia sexual es ya casi como hablar del 100%. ¿Quiénes no serían víctimas de violencia sexual? En un clima en el que todas las mujeres son sistemáticamente “agredidas” verbalmente, ¿por qué un 29% no recibiría nunca una agresión de ese tipo? ¿Por carencia total de atractivo? ¿Por no salir jamás a la calle? ¿Por no considerar agresión lo que el otro 70% si considera violencia? ¿Es entonces una cuestión subjetiva?
#Bertín #Despatarre #Manspreading #Piernas. pic.twitter.com/1h8OoAkUcO
— Andrea Futaugas (@Futaugas) April 8, 2025
El caso además es que el titular del Noticias se basa en una encuesta llevada a cabo por el Instituto Navarro de la Juventud. ¿Cabe sospechar que cuando el mencionado organismo encarga una encuesta quiere llegar a esa conclusión? En este sentido, comprobamos que bajo el etiquetado de violencia sexual, el 64,9% de los comportamientos contemplados se refieren a situaciones verbales, incluyendo halagos, piropos o lenguaje vulgar. Desde este punto de vista, cabe pensar que cualquier hombre podría provocar el escándalo de cualquier tertulia de mujeres, no digamos en otras épocas, siempre que fueran lo bastante puritanas. Lo «progre» en otra época hubiera sido escandalizar a las viejas y señoronas. ¿Es entonces el feminismo actual una nueva forma de puritanismo? ¿Cuál es el límite del lenguaje vulgar y ofensivo para alguien lo bastante puritano? ¿Hay algo que pueda ser vulgar o torpe pero no ser violencia sexual o absolutamente todo lo vulgar ya es directamente violencia sexual? ¿Y qué es vulgar y qué no es vulgar? ¿Existe una respuesta universal?

Si nos fijamos en la formulación de la pregunta, lo que en realidad observamos es que es el encuestador, por no decir el Instituto Navarro de la Juventud, el que califica como violencia o abuso sexual los piropos o el lenguaje vulgar. Es decir, los encuestados contestan si han escuchado alguna vez un piropo o lenguaje vulgar, pero es el encuestador quien califica eso como violencia sexual.
Cuando Wyoming dió un beso en la boca a traición a Montañez, allá por 2009, recordáis si pasó algo?😏#XplicaSeAcabó pic.twitter.com/gKzwEBMLV4
— gUalTrApA ⚖️🇪🇸𝕏 (@gualtrapa) August 26, 2023
Finalmente, no es despreciable en la encuesta el porcentaje de hombres que también habrían sufrido esa misma violencia, aunque de eso no haya titular, pero si las mujeres víctimas de “toques inapropiados” dicen ser un 32,8%, el de hombres víctimas de esos mismos toques asciende a un no despreciable 17,2%. El problema es si, para construir el relato de la lucha de sexos, la única forma segura de cometer un acto de violencia sexual (y eventualmente no ser perseguido por ello) es no relacionarnos, no dirigirnos la palabra, no hablar con desconocidos, no salir de casa, no hablar en todo caso más que del tiempo. Hasta hace poco, lo que le pasaba al que era torpe o bruto ligando, o que estaba aprendiendo, era que no se comía una rosca o que se llevaba un terrible zasca, ahora puede ser acusado de ser un agresor sexual y un violento. Naturalmente no se trata de justificar comportamientos efectivamente violentos, amenazantes o constitutivos de acoso, sino de evitar la tentación de convertir todo en violencia sexual para evitar la dificultad y el trabajo de determinar qué es violencia sexual y qué no. O de evitar que el lenguaje se pervierta sólo para alimentar cierto discurso de enfrentamiento social y polarización del que algunas formaciones políticas y chiringuitos ideológicos, a falta de otra cosa, parecen pensar que se pueden aprovechar.