Sordos con pinganillo

Muchas cosas malas se han dicho ya, seguramente casi todas, respecto a la introducción de un pinganillo en el Congreso para que los representantes de los españoles no se puedan entender en la lengua común. Siendo una imposición de los separatistas, desde luego no es una medida que se adopta para mejorar la convivencia y cohesionar o los españoles, o para desactivar a los propios separatistas. La imposición de los pinganillos la explicó ayer perfectamente Rufián, comparando el español en Cataluña con el urdu paquistaní.

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Para empezar, resulta que Rufián habla muy mal catalán. Rufián también habla muy mal inglés, pero peor aún el catalán, lo que no deja de ser llamativo en el más pintoresco defensor en el Congreso del separatismo catalán. Pero como este reproche se lo han hecho ya muchas veces, Rufián en vez de aprovechar estos años para aprender mejor el catalán lo que ha hecho es preparar una justificación. La excusa es que él, como descendiente de inmigrantes andaluces, habla catalán igual que los hijos de los paquistaníes que viven en Cataluña.

La verdad es que la excusa es bastante mala. Se puede comprender que un paquistaní hable mal el catalán, pero se entiende menos si siendo paquistaní y hablando mal el catalán se convierte en un catalanista furibundo, que no se toma el esfuerzo de aprender bien catalán pero se lo quiere imponer en cambio a los hijos de los demás.

Ser un separatista catalán descendiente de andaluces que no habla bien el catalán resulta también paradójico por otro motivo. Un nacionalista es alguien que supuestamente defiende sus orígenes, su lengua materna, sus raíces, su pasado, la cultura de sus ancestros que le convierte en lo que es en la actualidad. O sea, que Rufián con sus raíces de ser nacionalista tendría que ser un nacionalista español, más aún en un entorno que le intenta arrebatar ese poso cultural y negar su identidad. Pero es que además siendo español podría sentirse tanto español como catalán. La española es una identidad acumulativa, formada por círculos concéntricos. No hace falta escoger entre español y catalán, se puede ser 100% español y 100% catalán. No es preciso tener que renegar de papá ni de mamá. Por tanto Rufián, teniendo en cuenta lo que es y todo lo que tiene que negar de sí mismo, hace la peor y más absurda elección posible al convertirse en nacionalista catalán, automutilado y perseguidor de la gente como él.

La cosa es todavía más absurda, porque en la comparación que Rufián pretende construir es como si Cataluña formara parte de Paquistán, el urdu fuera oficial en Cataluña, Rufián fuera descendiente de paquistaníes, urduparlante y diputado en el parlamento paquistaní.  ¿Hay algo en la política lingüística que propone o en la capacidad de Rufián de hacer metáforas que presente algún asomo de lógica?

Desde luego lo que Rufián pretende crear es la ficción de que un español en Cataluña es como un paquistaní, que los catalanes son tan españoles como los paquistaníes, que el español no es una lengua propia de Cataluña, y que hay que tratar al español en Cataluña igual que al urdu. Para eso impone los pinganillos. No para fomentar la concordia, no en nombre de la multiculturalidad, sino por el contrario para crear una frontera lingüistica primero y política después. El pinganillo entre personas que hablan una lengua común no tiene por objeto facilitar la comunicación sino dificultarla. No tiene sentido para unir sino para desunir. Y no se entiende sin un claro poso de rechazo a la lengua común.

Por otro lado, y esto quizá no se ha dicho, lo peor del pinganillo a lo mejor es que crea la ficción de que los diputados acuden al Congreso a escucharse. Por el contrario, llevamos años viendo cómo se le hacen preguntas al gobierno que este no contesta. O sea, dice cosas tras las preguntas  pero que no tienen nada que ver con las preguntas. Los diputados llevan el discurso escrito. Muchas veces se limitan de hecho a leerlo. No necesitan ni escuchar ni responder al diputado al que interpelan, o por el que son interpelados. Nadie acude con la predisposición de poder ser convencido por el discurso del otro. Entonces el problema de fondo todavía es más grave que el de necesitar un traductor. El problema de base es que el Congreso se ha convertido en un diálogo de sordos. ¿Y para que necesita un sordo un pinganillo? ¿Para crear la ficción de que puede oír?

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