Ayer se produjo en el Parlamento Europeo una situación peculiar. O mejor dicho, ayer pasó algo en el Parlamento Europeo que puso de manifiesto el absurdo en que se incurre en la mayoría de los parlamentos de los países de la unión de manera habitual.
El Parlamento Europeo reconoció por mayoría la legitimidad de Edmundo González como presidente de Venezuela, lo cual es una estupenda noticia, pero con preocupantes matices. La izquierda voto casi en bloque contra este reconocimiento, que sólo fue apoyado por el grupo popular y los grupos de patriotas y conservadores. Cinco socialistas portugueses se apuntaron también al vagón de la dignidad. Es decir, casi medio Parlamento Europeo evitó posicionarse contra la dictadura comunista de Maduro y por tanto a favor del presidente democrático legítimamente elegido por los venezolanos. Esta es la izquierda que tenemos no ya en España, sino extendida por casi toda Europa. Interesa tener esto en cuenta a la hora de no fiar grandes esperanzas en las ayudas que puedan llegar desde la UE para frenar la deriva autoritaria que sufre España. Toda la izquierda europea que se pone de canto frente a Maduro mucho menos aún será combativa contra el sanchismo.
Otro elemento preocupante de la votación de ayer es lo vivido con el grupo de los liberales, los cuales por un lado se supone que en teoría rechazan la dictadura de Maduro, pero por otro lado se niegan a rechazarla cuando en ese rechazo coinciden con la que la izquierda denomina como la extrema derecha. Si partidos como el de Abascal, Le Pen o Meloni dicen que el Sol sale por el este, los liberales tienen que votar en contra o abstenerse. Si Abascal o Meloni dicen que hay que conceder una ayuda a las viudas, a los ancianos o a los huérfanos, eso no puede apoyarse porque lo proponen Abascal o Meloni. Si Abascal o Meloni condenan la dictadura comunista de Venezuela, los liberales tienen que rechazar esa condena tal y como les indican los comunistas. Porque esa es otra, coincidir con Melenchón, con Podemos, con Die Linke o Bildu no es un problema. No sólo es que a la extrema izquierda defensora de las dictaduras izquierdistas no haya que aplicarle un cordón sanitario, sino que de hecho es la extrema izquierda la que inventa y decide a quién se aplica el cordón sanitario. De este modo la extrema izquierda se convierte en una fuerza determinante en todos los parlamentos europeos pese a su carácter minoritario. Lo increíble es que la propia derecha o los liberales, a los que la extrema izquierda además a menudo también llama fascistas y les impone el cordón cuando puede, entren en esta estrategia y se autodestruyan con gusto. Ultras por lo visto son los que defienden la democracia en Venezuela, no los que apoyan a Maduro.
El cordón sanitario es una burda estrategia de la extrema izquierda para intentar eliminar de las elecciones a un 10%, un 20% o incluso un 30% del electorado. De este modo la izquierda gana siempre. Son más finos y sutiles que Maduro, pero en el fondo esta cancelación de un cuarto o un tercio del electorado, solo por un extremo de la escala política, no deja de ser otro tipo de pucherazo. Por lo demás, la idea de que no se puede votar algo que es justo y es cierto sólo por no coincidir con tal o cual grupo o partido, sólo porque este ha sido previamente tildado por la extrema izquierda como de extrema derecha, inevitablemente lleva a una contradicción sin sentido. Al final eso sería como dar el poder de decisión a Meloni o Abascal. Imaginemos que, para tomar el pelo a los miembros del grupo liberal, Abascal o Meloni empiezan a votar sistemáticamente a favor de todas las propuestas del grupo liberal. ¿Qué haría entonces el grupo liberal? ¿Votar en contra de sus propias propuestas para no coincidir con Meloni o Abascal? ¿Votaría la izquierda en contra de sus propias propuestas si Abascal o Meloni empezaran a apoyarlas para evitar una coincidencia? Claro que no. Esta autolimitación acomplejada sólo es de aplicación al grupo popular o al grupo liberal.