La triste guerra de Ucrania

No es que haya guerras alegres, pero la de Ucrania se está convirtiendo, o la estamos convirtiendo, en una guerra particularmente estéril, sangrienta y sin sentido. En estas fechas en que se cumple el segundo aniversario del inicio de las hostilidades, o al menos el segundo aniversario de esta última etapa de las hostilidades, lo cierto es que el balance diario ya no es noticia, pero el drama es constante e incluso creciente.

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¿Por qué ya no es noticia la Guerra de Ucrania? Porque ya no hay movimientos en el frente. Los hombres llevan aproximadamente desde septiembre de 2022 muriendo sobre las mismas líneas del mapa, con avances o retrocesos insignificantes por ambas partes. La guerra se encuentra estancada, sentenciábamos hace meses, y efectivamente sigue estancada.

Hace unos días Zelensky reconocía 31.000 militares ucranianos muertos en el transcurso de la guerra. La cifra de heridos, lógicamente, será el doble o el triple de ese número. Por parte rusa se ignoran los números, pero hace también unos días The Economist, basándose en los análisis de dos medios rusos que registran los obituarios en las publicacines rusas y los registros hereditarios, cifraba el número aproximado de soldados muertos rusos en una horquilla entre 66.000 y 88.000.

Interesa tener en cuenta que la población rusa es de 143 millones de habitantes y la ucraniana de 43,7 millones. La edad media de ambas poblaciones es similar. Puesto que la cifra de soldados rusos muertos sería significativamente superior, el castigo en relación al total de la población sería similar.

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El problema con la situación actual es el que ya veíamos venir en análisis anteriores. Estamos apoyando a Ucrania lo suficiente para que no pierda, pero no lo bastante para que gane. Por tanto el estancamiento es estructural y no circunstancial. Si Rusia empezara a predominar, enviaríamos más armas a Ucrania. Si Ucrania puede aguantar, no le vamos a enviar más. Los F-16 o los misiles de largo alcance no van a llegar. Nada que pudiera romper significativamente el balance va a llegar desde Occidente a apoyar a los ucranianos. Porque Occidente tiene sus propios intereses en el asunto.

Occidente no quiere que Rusia gane, y no va a dejar que Rusia gane, y le interesa que Rusia se desgaste y se desperdicie en frente. La economía rusa se ha convertido en una economía de guerra que quema todos sus recursos en el frente de manera ineficiente. La juventud rusa se desangra en el frente, empezando por las regiones más remotas de Rusia pero llegando la escabechina poco a poco a la juventud blanca y urbanita de las zonas occidentales de Rusia con mayores estándares de vida. De todo el material que el ejército ruso tenía antes de la guerra para amenazar a Occidente, la mayor parte es ahora chatarra retorcida y oxidada diseminada por los vastos pastos de Ucrania. Putin quería hacer una demostración de fuerza y sólo ha conseguido llevar a cabo una demostración de debilidad. Por conseguir, Putin ha conseguido hasta reflotar presupuestariamente a la OTAN y arrojar a Suecia y Finlandia a sus brazos. Pero derrotar a Rusia es una película distinta. Para eso haría falta dotar a Ucrania de armas que pudieran golpear a Rusia muy en el interior de su territorio, destruyendo fábricas, instalaciones eléctricas, centros de gobierno, centros de comunicaciones, carreteras, puentes, cuarteles, estaciones… Un ataque masivo sobre el interior de Rusia, como el que haría falta para secar el frente ruso en Ucrania, podría poner contra las cuerdas a Putin y realmente no queremos ver a un tipo como Putin desesperado y acorralado.

El estancamiento es por tanto muy triste y muy injusto para Ucrania, pero no especialmente para nosotros. Es por ello que el escenario que podría incubarse poco a poco es precisamente que Ucrania empiece a resignarse a este escenario, en el que no se le va a dejar perder pero tampoco ganar. Un acuerdo de paz sobre esta base implicaría reconocer las fronteras de facto actuales. No sería una victoria de la justicia ni una derrota total, como se podía temer al inicio de la contienda. Sería el final de la sangría. Sería el momento en que Ucrania, a cambio de sus renuncias, podría ingresar en la OTAN y la UE así como recibir armamento para asegurar el territoio que aún conserva y su soberanía nacional. Y sobre todo sería quizá la única paz posible. Porque las alternativas realistas no son la victoria rusa o ucraniana, sino la prolongación indefinida del conflicto sobre las mismas líneas del mapa y un continuo y estéril goteo de vidas humanas.

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