Este pasado 18 de mayo, aniversario de nacimiento de San Juan Pablo II, los polacos fueron llamados a las urnas para elegir a quien, durante el próximo lustro, será el presidente de Polonia. Como era previsible, habrá una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados, el próximo 1 de junio. La rivalidad se dará entre el alcalde de Varsovia, el centro-izquierdista Rafal Trzaskowski, y el conservador Karol Nawrocki, director del Instituto para la Memoria Nacional.

Los resultados oficiales, en línea con los sondeos a pie de urna que se publicaron a comienzos de la noche del pasado domingo, apuntan al orden esperado, en relación a los tres primeros presidenciables. Pero eso no es lo más interesante, sino que más del cincuenta por ciento del voto escrutado apunta a una mayoría en bloque de la anti-izquierda.
En torno a un cincuenta y uno por ciento de los votos proviene de las opciones de Nawrocki, Mentzen (el economista conservador-libertario de Nueva Esperanza, en la Confederación), Grzegorz Braun (el intelectual tradicionalista católico que salió de la coalición de Bosak y Mentzen) y Marek Jakubiak (otrora diputado de la plataforma anti-política del rockero Pawel Kukiz).
Hay diferencias y rivalidades internas en todas estas corrientes: nivel de intervención del Estado en la economía, monarquía vs. república, geopolítica y formas de actuar en general. Pero, en general, coinciden en la inconveniencia del anticomunismo, en el freno a la ideología de género y la invasión multicultural y el replanteamiento del centralismo eurosoviético.
Es más, las opciones más favorecidas han sido las más rompedoras con las corrientes socialistas y progresistas que amenazan a distintos puntos del orbe, aparte de ser las más nítidas contra el modelo político centralista bruselense, la cultura de la muerte (Mentzen y Braun son políticos pro-vida) y el intervencionismo estatista, enemigo de la propiedad, la familia, la tradición y otros principios civilizatorios.
De hecho, más allá de que los apoyos a Mentzen y Braun hayan sido más elevados en la Polonia oriental (habiendo quedado segundo el primero en el voivodato de Subcarpacia y obtenido buenos resultados en Pequeña Polonia, Lublin, Santa Cruz y Bialystok), resulta que se han detectado, según las estadísticas de IPSOS, unos patrones interesantes.
El primero es un fracaso en toda regla para la ruidosa y minoritaria horda feminista que pretende imponer el exterminio de fetos en Polonia. El respaldo de las mujeres a los «supuestamente machistas y retrógrados» Mentzen y Braun es superior al que reciben candidatos de extrema izquierda woke como Zandberg, Biejat y Senyszyn. Además, es aproximadamente la mitad del que recibe Karol Nawrocki.
Otro patrón interesante es que el apoyo de la juventud polaca a la derecha ronda el cincuenta y dos por ciento, siendo el imbatible liderazgo, con más de treinta y cuatro puntos, para Mentzen. La popularización de la defensa de la propiedad y la libertad fiscal en los rallies cerveceros veraniegos fructifica bastante, si es que hay que hacer alguna puntualización alegre.
No se debe de olvidar que la misma encuestadora apuntaba también a una división muy reñida entre empresarios, lo cual es señal de que no todo empresario está abducido o secuestrado por el ideal mundo woke. Luego, en materia agrícola, parece que nadie está satisfecho con la Agenda 2030 y el Pacto Verde Europeo. Mentzen es el segundo candidato más apoyado por los agricultores y ganaderos (con los demás, superan el 60%).
Es cierto que se avecina un duelo reñido, similar al de 2020. Es cierto que no todos los votantes de la Confederación están satisfechos con la cleptoestatolatría del PiS, pero también es cierto que ahora es más evidente el latrocinio woke de Von der Leyen y se sabe cómo gobierna la coalición arcoíris, que solo se ve obstaculizada cuando lo dicta la minoría democristiana del PSL. Ahora hay que bloquearles a ellos.
Los ideales pro-Soros y pro-EURSS de Trzaskowski están en mayor descrédito. Basta con observar a los vecinos alemanes, donde la derecha nueva de la AfD se erige como opción líder y ha ocupado ciertos vacíos en la Alemania Oriental que otrora era comunista y atea (a diferencia de Baviera, más católica, donde aún tiene bastante fuerza la CDU/CSU).
Es más, los patrones estadísticos señalados, con brevedad, a lo largo del artículo, arrojan esperanza, y es que la «derecha dura» polaca es útil a corto y a largo plazo, aparte de servir de inspiración a movimientos políticos de otros países europeos (entre ellos, España). El wokismo no ha triunfado aún en Polonia como país (solo le falta perder completamente en las alcaldías metropolitanas).
Así pues, solo cabe rezar y confiar en que el 1 de julio no habrá ningún tambaleo en el castillo de naipes que pudiera llevar al lobby LGTBI al asalto de cierto palacete del casco antiguo de Varsovia. Polonia ha de convertirse en una buena potencia económica y seguir siendo uno de los países más civilizados y, sobre todo, seguros de Europa.