Por enésima vez acabamos de escuchar a un político mandamás uno de esos razonamientos aparentemente indiscutibles y realmente mezquinos. Ante las críticas al proyectado Museo de los Sanfermines ha dicho Miguel Sanz, como si fuera una obviedad mayúscula, que el Museo de los Sanfermines «ha de ser una cuestión que indudablemente ha de generar economía».
¡Qué cosa más triste! Yo no niego que hasta la poesía más sutil o el arte más vigoroso puedan traer aparejados beneficios económicos. El Quijote, por ejemplo, pudo haber sacado de pobre a don Miguel (el de Cervantes, claro) y no lo hizo. Pero no me digan que no resulta un tanto obsesivo este recurso visceral y casi instintivo a los supuestos logros económicos que tratan de inculcarnos los políticos cada vez que argumentan. Y lo peor es que la costumbre se contagia y que la frase convence. Si al final resulta que montamos el museo de los sanfermines «para generar economía», ¿quién nos garantiza que no estemos celebrando los sanfermines para lo mismo? Ya sabemos que las fiestas de Pamplona se pasaron al verano para coincidir con las ferias, y me parece santo y bueno porque, insisto, no niego la dimensión económica de la vida. Pero lo que nos está pasando es de libro. Tenemos el signo del euro en vez de pupilas en los ojos. Somos más materialistas que Carlos Marx. A este paso celebraremos el cumpleaños de los niños porque «genera economía» en la industria juguetera y de chucherías. O haremos funerales por todo lo alto para «generar economía» en el sector de las pompas fúnebres. Suponiendo que fuera partidario de montar un museo sanferminero un hombre normal diría: «me apetece mucho enseñar los recuerdicos de las fiestas a los turistas y amigos que vengan por acá». Por el contrario resulta enfermiza (y me recuerda a la maldición del rey Midas, el que se moría de hambre porque convertía en oro todo lo que tocaba) esta tendencia a reducirlo todo a las categorías de «económico» o «antieconómico». Si, seguramente soy un ingenuo… pero antes ingenuo que ruin.
18 respuestas
Cuando he dicho que Vd. escoge «como en un supermercado», en materia de religión, estaba pensando, por ejemplo en un bonito libro que se llama «Catecismo de la Iglesia Católica». No me parece que tenerlo como libro de cabecera sea menos adulto que saltárselo a la torera. Le reto a que me cite uno solo de sus puntos con el que yo no esté de acuerdo o asuma pacíficamente. Por mi parte lamento decirle que he descubierto alguno que a Vd. no parece convencerle mucho. Es la diferencia entre la ortodoxia y la hererodoxia. No se trata de que uno sea mejor o peor que el otro. Se trata sencillamente de que ser católico es a Dios gracias una cosa bastante definida y no un mero sentimiento voluble.
Los ortodoxos «estamos en posesión» de la verdad.
Yo soy (me siento) ortodoxo.
Constato que Ud. no está de acuerdo conmigo en algunos casos.
Luego Ud. es heterodoxo y su fe es voluble.
¿Cómo sabe que no es Ud. el heterodoxo?
¿cómo está tan seguro de estar en la verdad?
Yo nunca utilizaría esa expresión de «estar en posesión» de la verdad así que no se porqué la pone entrecomillada como si fuera alguna afirmación mía. Prefiero decir que «me adhiero» a la verdad.
Por otra parte, para saber dónde están la ortodoxia y la heterodoxia no me lo pregunte a mí. Eche un vistazo al Catecismo de la Iglesia Católica, a las encíclicas, a los documentos pontificios y conciliares, a las homilías y enseñanzas de los santos y los doctores de la Iglesia, a los escritos doctrinales de apologética con los que la Iglesia lleva dos mil años corrigiendo toda clase de errores. ¿Cuántas páginas arrancaría Vd.? ¿Cuántos tachaduras haría si pudiera? Yo ninguna, por eso estoy tan seguro de estar en la ortoxia católica.