Si nosotros no somos perfectos, porque somos humanos, reconozcamos que no podemos pedir a los políticos que sean unos superhéroes, unos auténticos caballeros andantes llenos de virtudes. Los políticos suelen ser parecidos a los ciudadanos a los que representan, a ciudadanos mediocres, les suelen corresponder políticos mediocres. Sabemos que no podemos conseguir un cielo en la tierra, porque nosotros mismos cometemos fallos todos los días. Pero reconozcamos que en cuestión de valores y de servicio a la cosa pública, tuvimos mejores mimbres durante los primeros años de la Transición, cuando la gran mayoría de nuestros políticos acudieron a la política llenos de ideales, con aceptable formación y convencidos de que hacían un servicio a la comunidad, contando con el apoyo de unos votantes ilusionados, con la recién estrenada democracia.
Nuestra sociedad democrática con el paso del tiempo, se ha ido deteriorando: por el mal comportamiento de muchos de sus personajes públicos; por el incorrecto funcionamiento de las propias instituciones. La clave estuvo en el abandono del interés general, al trabajar exclusivamente por el interés partidista. El sistema se ha ido atrofiando: la separación de poderes está muy debilitada, a causa de que la politización que todo lo impregna; Tanto la justicia, como las altas instituciones, ya no cumplen bien con su papel moderador, y equilibrador de poderes. El ciudadano de a pie, ha quedado a los pies de los caballos, de esas gigantescas administraciones, influenciadas por los lobbys más poderosos, estos sí que continúan ejerciendo su poder, a través del aparato estatal. Aquí está, junto con la corrupción, el origen del profundo desapego respecto a los políticos.
Junto a lo malo, conviene no olvidar que hay muchas cosas buenas, cosas que verdaderamente hacemos bien, aunque no sean noticiables. Demasiadas cosas buenas pasan inadvertidas: como que la gran mayoría de españoles cumplen con su trabajo de manera diligente y eficaz; la familia en general sigue funcionando muy bien, gracias al amor de los padres hacia los hijos, y viceversa; las ayudas de los abuelos españoles, son más altas que en cualquier otro país, posibilitando que la crisis se sobrelleve relativamente bien. También funciona básicamente bien la solidaridad ciudadana: por la abundante donación de órganos, por el papel de los misioneros, por Caritas, por el Banco de Alimentos, por el Proyecto Hombre, por el empuje del movimiento Provida, por la buena labor de nuestro ejército en misiones en el exterior, etc. Como son los buenos momentos de la vida: las relaciones amorosas, los paseos por el monte, el cultivo de las amistades, las comidas, las fiestas, etc. Esta es la realidad agridulce de la vida.