Nos están tomando los nazionalistas a los navarros como a los siete cabritillos del cuento infantil. Suavizan su voz, blanquean sus patas y harán todo lo que genere su mente lobuna con tal de que les abramos la puerta. Y no todo es culpa del señor lobo, que el peligro más sibilino lo tenemos en alguno de nuestros compañeros cabritillos. El último capítulo de su siempre cambiante estrategia consiste en aparecer como los máximos defensores de los fueros. Torcieron la historia de 1512 para pintarnos a los hermanos vascongados como solidarios de los navarros en vez de cómplices del desmochador de castillos Cisneros. Se esforzaron en reinventar una ikurriña navarrista con el carbunclo en rojo y amarillo. Reivindican ahora un concepto foral adulterado ocultando que el fuero público de Navarra, por definición, supone un pacto para la convivencia indisoluble de nuestro antiguo reino con el resto de Las Españas. No entraré ahora a señalar las flaquezas que introdujo en nuestras instituciones el harakiri foral de 1982 pero el hecho cierto es que los restos de la Ley Paccionada de 1841 mas ese «amejoramiento» son los restos del naufragio foral. Es lo que nos queda y lo que nos permite ser el rey tuerto foral en este pais de los ciegos autonómicos. No caigamos en la trampa tampoco esta vez. Bastante lío tenemos para entendernos con Madrid como para empezar una aventura incierta con Bilbao. No es que me preocupe demasiado, por cierto, pero por si acaso se lo cuento a los lectores más jóvenes, que los mayores ya estamos curados de espanto.