La familia sagrada

La familia, lo mismo que la religión, o infancia, o la amistad, o el comercio, es una de esas cosas que pervivirán hasta el final de la historia por encima y a pesar de leyes inicuas y gobiernos absorventes. Pero la constatación de su naturaleza y su fortaleza original no exime de una responsabilidad gravísima a todas las instancias que hacen lo que pueden, día y noche, por socavar sus fundamentos y mangonear en sus entresijos. Una cosa es que la familia, como ente ideal, sea borrada de la faz de la tierra, que nunca lo será. Y otra diferente el que existan, y cada vez más, innumerables personas que sufren lo indecible porque no les queda mas que una familia rota, o débil, o vuelta al aire por culpa de decisiones concretas de personas y grupos concretos que han decidido legislar, orientar y manipular con el objetivo declarado de fomentar una sociedad de individuos aislados.
Entre las instituciones que defienden la familia es paradójico que sea la Iglesia la número uno. Al fin y al cabo el ascenso en el escalafón eclesial siempre suele llevar aparejada una ruptura física con todos los lazos familiares porque según su Fundador: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica». (Lc 8, 19-21). Y sin embargo ¿quién defiende la indisolubilidad del matrimonio sino el catecismo? ¿quién afirma la patria potestad en la educación de los hijos sino los católicos? ¿quién habla continuamente de Dios Padre, Virgen Madre, Hijo de Dios, Sagrada Familia, padres, madres, hermanos, padrinos más que la Iglesia de Roma? ¿por qué será que bodas, bautizos, comuniones y funerales son eventos a la vez religiosos y familiares?
Si la familia resiste con fuerza, si aún queda gente cuerda, si se soporta el paro, no es precisamente por que se respete el Derecho Público Cristiano. No es porque haya permanecido vigoroso el Derecho Foral. Es, además de por la inercia de las cosas, porque la Iglesia ampara con decisión la institución familiar. Al César lo del César y a Dios lo que es de Dios.

Jerónimo Erro

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CLAVES EN OPINIÓN

9 respuestas

  1. NO podemos pasar por alto que la responsabilidad de esas rupturas es casi en el 90% de naturaleza personal, particular, privada de los cónyuges.

    Por muy malvados, incompetentes, necios y amorales que fueran nuestros legisladores (o virtuosos, recuerde Ud. las leyes de los emperadores Augusto y posteriores contra el divorcio y la política del hijo único de las familias romanas), nadie se divorcia porque se lo imponga ZP.

    Hay personas que se divorcian porque tienen serios motivos, tales como soportar a un cónyuge alcohólico, agresivo, jugador, infiel, workholic, o porque los proyectos vitales divergen de forma irremediable.

    Lo que ahora tenemos es igualdad jurídica (lo que no me negará que es un bien) y la mayor libertad para elegir, dentro de lo humanamente posible (la libertad humana siempre está restringida).

    Ocurre que en el fragor del combate, uno no siempre actúa de la mejor manera, o sirviendo los más altos intereses. Y que la educación ética de la sociedad en su conjunto deja m ucho, mucho que desear.

    Por supuesto, está bien que la Iglesia mantenga un punto de referencia, pero para mí incurre en un error, y es situarlo exclusivamente como inflexible referencia heterónoma, y sin relación con las circunstancias de cada caso. Me explico: nose puede deecir que «No al divorcio», pero si voy al arzobispado y tramito una nulidad, me la concedan (en uno de los casos que refiero en el párrafo tercero). La Iglesia tiene que dejar claro que el bien indudablemente es el matrimonio, y que este conlleva sacrificios, pero tiene que señalar igualmente los limites del sacrificio, y respaldar la libertad de anular o divorciar (que es lo mismo). La Iglesia, precisamente porque defiende el bien querido por Dios para los hombres, ha de insistir en la formación ética, permitir el debate, y dejar de regular cual legislador, la realidad.

    Nuestra sociedad padece una grave carencia moral, pero eso no se resuelve «desde arriba» sino suscitando una respuesta de cada persona, desde una conciencia bien formada.

  2. «Sin acritud» spurgus ¿qué quiere decir «workholic» e «..inflexible referencia heterónoma,..»? Lo he preguntado por aqui y me han dicho que se lo pregunte a Pitagorín, que es profesor de instituto y militante de base que hace méritos en el arte de la palabreria y que es seguro que lo sabe pues es dado a este tipo de frases pero hoy no ha venido asi que me quedo con la duda.
    De lo que no dudo es de que ahora no tenemos igualdad jurídica (¡que se lo pregunten a uno de aqui que ha tenido que recurrir al abogado de oficio y ha perdido el pleito! No ha tenido suerte el hombre, no ha podido pagar al mejor abogado) y tampoco dudo de que divorcio no es lo mismo que nulidad ni en el mundo civil ni en el eclesiástico (¡que se lo pregunten a mi primo que tiene anulado civil y eclesiásticamente su matrimonio! Dile tu que no, que es divorciado y verás cómo te lo deja bien clarito ¡con la pelma que da con el tema de la diferencia entre lo uno y lo otro! Y con papeles ¿eh? Que todos los saca con tal de darte la pelma con el tema de que divorcio NO ES igual que nulidad).

  3. Desde que la entonces tercera autoridad del Estado dijera eso de «manda huevos» (d. Federico Trillo para desmemoriados) digamos que su uso se ha hecho más permisible.

    Pues eso: «Manda huevos» sr. Spurgus que el divorcio y nulidad son lo mismo. Pues mire y por tomar un ejemplo alejado del mundo de las «pérfidas sotanas» (entiéndase como un leve toque de humor) como es el Código Civil ese que ha modificado el Sr. Rodríguez Zapatero.

    Pues miro el articulo 85 y dice que el matrimonio se extingue por el divorcio (y la muerte claro). Pero resulta que el artículo 73 dice que existe la nulidad del matrimonio civil. «Manda huevos». Si resulta que hasta el laicísimo sr. Rodríguez Zapatero hace distingos como los obsoletos clérigos católicos.

    Ahora resulta que hasta el Código Civil habla de la nulidad del matrimonio cuando ha existido una ceremonia de matrimonio pero solo tiene de matrimonio el envoltorio porque jamás hubo matrimonio y que el divorcio es una disolución de un matrimonio que ya existía y se equipara a la muerte.

  4. Vaya, qué cosas: uno me reprocha usar términos que (él) desconoce, y el otro, no ser preciso.

    Mire montañés.- si preguntara Ud. el significado de las palabras tal vez podría responderle, pero creo que para eso está el diccionario y la lectura, que le aconsejo vivamente.

    Itúrbide.- Ya sabemos los dos qué es el divorcio y qué es la nulidad. Pero ¿verdad que entiende que yo me refiero al uso que hace la iglesia de la nulidad? Es que al final, salvo casos escasísimos de error en la persona, o vicio en el consentimiento, etc.. todo no es más que un divorcio. No me voy a referir a los casos de folclóricas bien listas a las que se concedieron nulidades, y que todos conocemos. Los casos son innumerables. La «nulidad» no es más que un «divorcio» de la Iglesia, y déjese Ud. de murgas. Con pasta y un abogado hábil, voilá, ya tiene ud deshecho un matrimonio sagrado e indisoluble.

    Vamos a ver si lo digo sinq ue se ofendan. mientras que la nulidad civil contempla cinco motivos:

    la canonica multiplica los motivos, o mejor dicho, los matices. Asi resulta nulo el matrimonio canonico si: Si uno de los cónyuges ya estaba casado por la Iglesia, si alguno de los contrayentes carecía de uso de razón, si teniendo uso de razón carecía de la necesaria discreción de juicio, si conociendo las obligaciones esenciales del matrimonio, con discreción de juicio, y, aún queriéndolas cumplir, por una causa de naturaleza psíquica -que no ha de ser necesariamente una enfermedad- no fuera capaz de cumplirlas (guardar fidelidad, llevar una vida sexual normal, alimentar y educar a los hijos, etc), si alguno de los contrayentes se casó bajo engaño o dolo, si alguien se casó por miedo, coacción o con falta de libertad suficiente, si alguno de los contrayentes emitió un consentimiento simulado, etc.

    Fíjense si hila fino y es comprensiva la Iglesia: si un cónyuge casa libremente y con pleno uso de razón, y entiende los deberes de fidelidad que le incumben, pero alega una causa de «naturaleza psíquica» que no hace falta que sea una enfermedad mental, le impide ser fiel, ya tiene un bonito matrimonio nulo, es soltero y puede casarse si le place por la Iglesia.

    Pero si ese señor que no se puede o no se quiere contener (adviertan que al final es su palabra, claro) se divorcia porque se va con otra/otras, eso es divorcio, y es malísimo e inaceptable. El fulano queda excomulgado, su cónyuge (que lo será por siempre, para la Iglesia) no podrá casarse sin incurrir en grave pecado, e incluso apartamiento de la Iglesia.

    Miren, para mí, eso es infumable. Si lo dice Ud. como si lo dice el Papa de Roma.

    ç

  5. Sr. Spurgus no renuncio al debate. He de pedirle disculpas porque no me había enterado que me había replicado. Pero mientras no lleguemos a un callejón sin salida en la discusión no rehuiré del debate.

    Reconozco que es difícil llegar a un punto de acuerdo desde puntos de partida tan lejanos. Yo como creyente asumo la verdad revelada por Cristo de la cual la Iglesia Católica es su depositaria (lo cual no significa que tenga certificado de santidad). En cambio vd. tiene un punto de vista alejado de esas premisas.

    Vd. sostiene, yo creo que equivocadamente, que las nulidades canónicas son un divorcio encubierto. Y para ello apela a la realidad práctica.

    Empezaré por lo teórico. El divorcio en la legislación civil implica la ruptura del vínculo decretado por la autoridad estatal. Lo habitual era que dicha ruptura fuese causal (motivos de divorcio). Hoy en día en España creo que no existe el divorcio sino más bien el repudio (se ha evitado la palabreja por su connotación machista) solo limitado por la espera de un año desde la celebración del matrimonio. Llegados a este punto convendrá conmigo que la Iglesia católica no admite el repudio.

    Respecto a su tesis principal de que la falta de fidelidad entre los cónyuges en el matrimonio cristiano es causa de nulidad discrepo. En las legislaciones civiles lo es. En la canónica no. Y su explicación es sencilla. Si el mandato divino es que el matrimonio es de uno con una para siempre, el hecho de que alguien ponga cuernos no invalida el vínculo. Lo que ha ocurrido es un incumplimiento de obligaciones. Pero los hombres no pueden romper el vínculo por mucho que se empeñen. Y mire se ha olvidado de un dato. No lo he consultado con el nuevo Código Canónico ya que no soy canonista, pero se olvida que la Iglesia SI rompe vínculos matrimoniales en los casos en que el matrimonio pone en riesgo la fe de uno de los cónyuges.

    Del plano teórico al práctico. Efectivamente hecha la Ley hecha la trampa. Es lo que pasa con las leyes. Pero mire en un tema que afecta a la moral lo que vale es la conciencia. Sí se puede engañar a los hombres (Curia y clérigos incluidos) pero no se puede engañar a Dios. Cada uno sabrá en su interior lo que ha ocurrido. La Iglesia si puede analizar el ámbito externo y por ello puede hacer un proceso. Como todo proceso humano cabe el error, la trampa y hasta la corrupción. Pero eso no convierte un hecho inmoral en algo moral. Le aseguro que no me gustaría estar en el pellejo de alguien que ha hecho esa trampa. Y donde no habrá trampa ni cartón es cuando comparezca ante Dios.

    En resumen la Iglesia no admite la ruptura del vínculo si este ha llegado a existir. Es decir no admite el divorcio vincular.

  6. Itúrbide.- Está claro que es un tema de conciencia. Naturalmente que sí.

    Pero como sabe Ud. muy bien, un juez no puede entrar a juzgar la conciencia moral del que actúa, si le engaña o no, No sé como puede dictaminar, en base a un recto razonamiento y a una prueba digna de tal nombre, si R.J tenía al casar con su primer marido carecía de discrección de juicio, po por una causa de naturaleza psíquica -que no ha de ser necesariamente una enfermedad- no fuera capaz de cumplir los deberes del matrimonio.

    Yo no lo veo. Me parece sumamente difícil que un juez civil dictase nunca una sentencia de nulidad o de divorcio sobre ese supuesto de nulidad. Si embargo, los tribunales eclesiásticos lo dictan. Hacen magia, invocan el poder del altísimo, y llegan a saber (supongo que por testigos) que X era adulta, tenía uso de razón, pero «no tenía discrección de juicio». Hace diez, o quince, o cuarenta años.

    Mire: sobre el papel se aguanta todo. Y Evidentemente una prueba pericial psicológica y unos testimonios se preparan para convencer a los jueces con una mínima fachada probatoria. Pero eso es jugar. Los jueces no pueden saber (salvo casos de manifiesta falta de capacidad mental) si X tenía capacidad de juicio o no. Y si nos ponemos a hilar fino (y a fe que los abogados lo hacen en las causas, que para eso los pagan sus clientes) podemos encontrar fallos de discrección, juicios de valor equivocados, ideas fantasiosas, equivocadas, infantiles, o incapacidades sobrevenidas en casi cualquier matrimonio.

    Me parece por eso poco serio (no por Ud. sino por la institución canónica de la nulidad, mucho más laxa y generosa en las causas de nulidad que la civil) que se trate de presentar el divorcio como la suma de los males, y la nulidad canónica como «otra cosa». Las distinciones son técnicas, de abogado, de canonista, dicho sea con todo respeto.

    El derecho no se puede convertir en un juez moral de una pareja que quiere divorciarse. eso como dice Ud. es cosa de la conciencia de cada cual (NO de la Iglesia pues no es la guardiana de nuestra conciencia). Un Juez ha de poner término a un problema práctico, y espero que convendrá conmigo en que mantener unidos a dos cónyuges que no se quieren NO es una opción.

    Naturalmente que el repudio es moralmente odioso. No creo que haya una falta de amor más imperdonable entre personas que la que lleva a uno a «echar» al otro de su vida. Pero el amor no se puede mantener a la fuerza, ni sobre la base de un control de la conciencia (eso lo hará cada quien, y Dios). Si mi esposa me repudiara, ¿qué sentido tendría mantenerla a mi lado por la fuerza de la ley? Bueno, eso es otra discusión. NO me extiendo.

  7. En resumen: Aunque reconozco que efectivamente, el fundamento de nulidad y divorcio es distinto, como muy bien dice Ud., sigo creyendo que la nulidad eclesiástica es un divorcio encubierto, pues los motivos de nulidad que se prevén son tan subjetivos e indemostrables que, en definitiva, permiten al Tribunal Eclesiástico hacer lo que quiera.

    Y Añado que tiene que haber una puerta de salida, llámese nulidad eclesiástica con un gran abanico de causas y suaves requisitos probatorios, o llámese divorcio más o menos «a la carta».

    Y sostengo asimismo (como Pereira) que tiene que haber divorcio/nulidad laxa porque, al margen de lo que consideremos mejor o virtuoso o posible, el matrimonio pende de la voluntad de los cónyuges. Cuando falta esta voluntad, por los vicios morales que Ud. quiera (pero que el afectado no quiere combatir) lo principal es dar una solución justa, rápida, y eficaz.

    Empeñarse en mantener un matrimonio que los cónyuges no quieren salvar porque lo considera(n) equivocado, e impedirles a éstos, bajo pena de excomunión, vivir su afectividad con otra persona no me parece una opción razonable, desde el punto de vista. ¿Es un repudio? Si. Pero eso no se soluciona con la ley, sino con la educación.

  8. Spurgus, pues yo pienso que la indisolubilidad, que es lo que usted se quiere cargar, es precisamente la clave y esencia del matrimonio. Por tanto, creo que si se puede disolver será lo que sea, pero no será matrimonio.

    Argumenta usted que cuando una pareja no va bien lo suyo es divorciarse. Yo creo que cuando una pareja parte de la base de que se puede divorciar lo suyo es que vaya mal casi seguro.

    Pienso incluso que hasta civilmente, además del matrimonio de quita y pon como el que le gusta a usted, también debería ofrecerse la posibilidad de una modalidad de matrimonio indisoluble. O al menos un tipo de matrimonio civil que si uno lo rompiera ya no pudiera volver a elegir esa modalidad de matrimonio.

    Si por ejemplo yo quisiera formar una familia, siempre elegiría un matrimonio indisoluble.

    A lo mejor es que yo soy partidario del matrimonio indisoluble porque a) la familia me parece lo más importante del mundo, incluso más que la pareja b) soy muy selectivo. Lo de que soy muy selectivo como causa de pensar así, si usted lo piensa, es lógico. Si creyera como usted en un matrimonio de quita y pon sería absurdo ser selectivo con las parejas. Para un matrimonio de quita y pon vale cualquiera como pareja, está claro.

    Como hijo, también digo que a mí me llena de felicidad que mis padres no hayan tenido un matrimonio de quita y pon. Creo que en general los hijos siempre elegirían un matrimonio indisoluble para sus padres. Si no quieres tener hijos o pasas de pensar en ellos elije el matrimonio quita y pon, modelo Spurgus.

    Al contrario de lo que usted cree, Spurgus, yo creo que ser la única que defiende el matrimonio indisoluble es un gran activo diferenciador y un producto exclusivo de la Iglesia Católica. Si se tratara de un producto comercial, renunciar a él me parecería un malísimo consejo.

    Respecto a la nulidad canónica, lo que ocurre es que para usted la conciencia no tiene ningún valor. No me sorprende, ya que en repetidas ocasiones ha manifestado que para usted sólo vale lo legal. Blanco o negro le da igual, siempre que sea legal y por tanto circunstancial, relativo y mudable, como el matrimonio de quita y pon. Alguien que miente a la Iglesia para conseguir una nulidad es como alguien que va todos los domingos a misa para blasfemar interiormente. Es decir, una cosa bastante absurda e incoherente. Naturalmente la Iglesia no va a poner una valla y una máquina de la verdad en la puerta. Valore luego cada cual como considere oportuno casarse con alguien que tenga una nulidad canónica, porque si alguien miente para conseguirla sólo tiene sentido para engañar a un tercero, y este juicio ya no lo hace la Iglesia sino ese tercero. En todo caso lo que usted está poniendo en cuestión con sus argumentos, como mucho, es la nulidad canónica, y no la indisolubilidad del matrimonio.

    Me hace gracia también que, siendo usted tan partidario siempre de relegar lo religioso a lo privado, vedando a la religión el acceso a cualquier espacio público, luego trate continuamente y en todos los temas de que lo público invada lo religioso. De hecho, no teniendo ninguna obligación de ser católico y estando en desacuerdo en casi todo con los católicos, dedica usted cientos y cientos de líneas en este confidencial a decirle a la Iglesia Católica lo que tiene que hacer, o a decirle a la Iglesia que imite los usos civiles, algo que me resulta curiosísimo.

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