O sea, que no basta con ser legal. Eso es lo que nos grita la Navidad, aun desde sus luces neutras y sus estrellas agnósticas de hielo. El hecho de que exista un reducto en estos días del año en los que se afirma con tal contundencia la necesidad de seguir unos misteriosos «mandamientos» extralegales tiene que ser algo muy frustrante para todos esos Mr. Scrooge de la vida, servidores farisacos de la ley y del sistema. La Navidad es de hecho una ciudadela, un último reducto del cristianismo en el que las palabras amor o caridad, llenan de sentido todas nuestras acciones y nos señalan el buen o mal rumbo de la vida de cada cual. Afirmar la necesidad del amor, de la caridad, de la Navidad, es lo mismo que proclamar las limitaciones tacañas del sistema no tan perfecto que padecemos. Supone reconocer, a regañadientes y sin saber qué hacer para evitarlo, que existe una cuarta dimensión fuera de las ordenanzas estrechas que las normas sociales nos imponen a cada momento. Así pues, con la esperanza puesta en el espíritu de las navidades futuras les deseo de todo corazón: ¡FELIZ NAVIDAD!