En Pamplona han decidido no «trabajar» su escaño el día 29. En Madrid han decidido «trabajar» por la huelga. Y tanto una como otra opción parten y comparten un mismo error de concepto: el de considerar trabajo lo que es -o debiera ser- sencillamente un servicio. Claro que todo servicio es trabajoso. Y vale que el desgaste del servicio se ha de compensar con unas dietas justas. Pero esa mentalidad del «currela parlamentario» me suena a excusa de cara dura. Afirmar que representar a la gente en el parlamento es un trabajo y que como tal merece un salario supone acartonar cínicamente el sistema, blindar la casta política y menospreciar a los verdaderos políticos de carrera que son los funcionarios. Hacemos mal al institucionalizar el puesto a los políticos representantes -los gobernantes son otra categoría diferente-. Porque la representación debiera ser, por definición, algo mucho más ágil, más ligero, más libre.