… y «¡Viva el Rey!» o «¡Viva la Reina!», dicen en las películas sus súbditos entre el desconsuelo y la esperanza. Cuando se muere un banquero importante -más importante al parecer que muchos reyes porque ya se sabe que en este «estado de derecho» no es preciso gozar de cargo público para recibir la visita de los embajadores- topamos también con una dinastía. Y resulta que estas cosas suceden incluso bien avanzado nuestro futurista siglo XXI. O sea, que no parece cosa tan medieval como afirman algunos esta de la herencia funcional. Por el contrario, cuando uno es un mandamás y va cumpliendo años resulta difícil sustraerse a la costumbre de pensar en la familia. Algo tendrá la familia cuando es capaz de resistir una tensión semejante y salir triunfadora pasando por encima de consejos de administración, asambleas de accionistas y votaciones democráticas. En el Banco de Santander reina ahora la hija. En El Corte Inglés, definitivamente, el sobrino. Así va girando la rueda de la vida en una mezcla deslavazada de brillos marcianos y óxidos atávicos. Revolucionarios del mundo ¡desengañaos! No hay nada nuevo bajo el sol aparte del trigo y la cizaña. Lo viejo o lo nuevo, la costumbre o la moda, no son criterios que sirvan para conseguir un fruto limpio de polvo y paja. Lo bueno y lo malo es lo único que importa. El viejo juicio ético de las cosas. Y si la herencia familiar y el espíritu monárquico -tan naturales y tan sencillos- resisten así contra todos los vientos será por algo.