Acabamos de celebrar a nuestro patrón, San Francisco de Javier. Un modelo de peso, de esos que dejan huella, capaces de marcar el talante de generaciones. Y acabamos de comprobar por una muestra lo que nos presenta a cambio el gobierno del kanbio a modo de eusko-symbol. Este año han entregado la medalla de oro de Navarra a un buen hombre que como físico será brillante, y como poeta pasable, pero que como político resulta un peligro para Navarra.
Ha dicho este señor, en el contexto pantanoso de un discurso identitario y ombliguista, que los salmones no necesitan fronteras. Menuda chorrada. Los navarros no somos peces. Ni siquiera los vasco-navarros lo somos. Menudo científico si no se ha dado cuenta de ello. Ha dicho también que todas las ideas de Navarra son compatibles pero digo yo que la idea de una Navarra sin fronteras no puede llevarse bien con la idea -mil veces más científica- de que Navarra es lo que es. Una Navarra sin fronteras sería como un círculo cuadrado. O como un azucarillo que se disuelve.
¿Qué es lo que pasa realmente con las fronteras? ¿Qué problema tienen estas personas con las fronteras? ¿Es que alguien puede creerse esa tontería de un país sin fronteras en el contexto del nacionalismo exacerbado? Por supuesto que ese señor, y especialmente esos políticos que le jalean quieren fronteras. Lo que pasa es que quieren otras fronteras. Y quieren además que el control de esas fronteras esté en manos de los suyos.
Busquemos referentes por Navarra. Volvamos a los modelos auténticos. Francisco de Jaso era navarro y patriota. Si se hizo internacional, si llegó a ser el patrón universal de las misiones, no fue porque quisiera disolver las fronteras de Navarra sino solo porque supo relativizarlas cuando tomo la opción de servir a un Ideal supremo. He ahí un modelo a seguir. Por Navarra.