De un tiempo a esta parte desde prácticamente todos los sectores, de izquierdas, de extrema izquierda, de centro y de centro derecha, a todos los que no siguen los dictados de lo políticamente correcto los tildan de ultras. Tanto es así que es su propio sectarismo el que les impide analizar y comprender lo que pasa a su alrededor. Vivimos en un mundo con tecnologías avanzadas al servicio de la información pero la situación es paradójica, porque tenemos un nuevo problema: tanto por el exceso de información, como por su fácil accesibilidad, como por culpa de lo políticamente correcto, como por culpa de la moderna censura, hoy seguimos viviendo en un mundo profundamente desinformado.
Los que tanto presumen de la conquista del derecho a la información, del derecho a una información veraz se han convertido en su inmensa mayoría en fieles seguidores de la “secta” de lo “políticamente correcto”. Llevamos muchos años permitiendo que sectores de la izquierda hayan tomado posiciones claves, gracias a ganarse a su causa a amplios sectores de las derechas que les han permitido montar una nueva inquisición desde los medios de comunicación, desde organismos internacionales, desde ongs, etc, todo ese mundo fuertemente subvencionado por la totalidad de los ciudadanos pero que sirve a los intereses de una minoría, que desde la izquierda potencian un discurso: primero dominador en la batalla de ideas, para después llevarlas al derecho positivo y hacerlo de obligado cumplimiento para todos los demás.
Al principio no fuimos conscientes, pensábamos que desde el statu quo les dejaron campo libre por la obsesión por el dinero que tienen los poderosos y por su vagancia innata para defender ideas, todo ello posibilitó que todos los poderosos del mundo apoyados en lobby económicos dejaron el campo libre a las nuevas ideas a cambio de asegurarse un mercado global desde el cual multiplicar sus beneficios. Pero llego el momento y ahora es cuando a los cristianos o católicos que seguimos pensando como siempre, en el tema del aborto, eutanasia, etc., nos llaman ULTRAS católicos, a todo el que se opone a la globalización ramplona a costa de perder señas de identidad propias, los llaman ULTRAS nacionalistas de extrema derecha, a todos lo que no comulgan con estos planes los llaman ULTRAS amigos de Putin, ultra católicos, defensores de la trasnochada familia tradicional.
Pero apenas dicen nada del Yihadismo, les interesa mucho la utilización de los refugiados musulmanes para socavar a la Europa cristiana, ellos declararon como enemigo principal de Occidente a Putin (que aparte de defender los intereses de Rusia, está contra el LGTB y por el apoyo a la tradición ortodoxa rusa) y utilizan todo el poder que pueden desde la ONU, desde la Comisión Europea para desprestigiar a todo el que se les opone. Cada vez son más las personas que se rebelan contra lo políticamente correcto. Desde los medios de comunicación aunque influyen no dominan la personalidad y la conciencia de millones de ciudadanos. Su sectarismo les impidió enterarse de lo del Brexit, ni tampoco de lo que dicen y sienten los húngaros y los polacos, ni impidieron que la mitad de los estadounidenses votaran a Trump. Ni que en Austria sean el 47% de ciudadanos que no quieren lo de ellos.
No lo dicen claramente pero saben que el poder moral de la Iglesia Católica es un obstáculo fuerte para sus planes, por ello utilizan toda su potencia de fuego para disminuir su autoridad, descalifican sistemáticamente a todos los que no apoyan su credo sobre la homosexualidad, el aborto, ante tanta atrocidad económica que ha desmontado mucho tejido social, expulsando a muchos millones del sistema. Pero sí, sí según ellos nosotros somos los ultras, olvidan que somos gente normal no abducidos por pensamiento débil y venenoso de su credo. Ahora que no les funcionan sus mantras, en la medida en que personas de carne y hueso no se dejan moldear por estos nuevos ingenieros sociales. Ahora que se visualizan sus silenciosas conquistas. Ahora que cada vez somos más a los que no nos importan sus etiquetas, les contestaremos con sensatez y con nuestras verdades. La clave de nuestro tiempo es la batalla política cultural.