El momento es ahora, el precio la libertad de expresión
Que todo el mundo, de izquierda o de derecha, puede atacar la libertad, es evidente. Lo que no está tan claro es si es posible que en algún momento la izquierda no sea un peligro para la libertad. Incluso cuando la izquierda ha combatido el autoritarismo de derechas, ha sido para reemplazarlo por su propio autoritarismo más que para defender la libertad. Y así llegamos al momento actual, en que la libertad de expresión se encuentra bajo un ataque brutal y sin precedentes a escala global.
Todas las principales dictaduras del mundo que son izquierdistas tienen en común la restricción del acceso a las redes sociales. Esto es lo que ya hemos visto en Cuba, Venezuela, China y ahora en Brasil y México. Pero también en Francia, y en los EEUU.
Naturalemente España no es una excepción a este ataque, por lo que de ningún modo podemos esperar que el Macrón que detiene al dueño de Telegram o el europeísmo woke que jalea a la censuradora Kamala vaya a poner freno a las leyes mordaza que prepara el sanchismo, para que no podamos hablar de Begoña, del hermanísimo, de la inseguridad, de la nacionalidad de los delincuentes, del aborto, del género como hecho biológico, de los beneficios penitenciarios de los que gracias a la izquierda disfrutan los enemigos de las mujeres, de la memoria histórica que no excluye las atrocidades y auténticos planteamientos del Frente Popular, de las maravillas de la Agenda 2030…
Uno de los problemas fundamentales de la izquierda en el siglo XXI es el de la pérdida del monopolio de la información. La izquierda controla casi abrumadoramente, y no ya en España sino en casi todo Occidente, los colegios, las universidades, las películas, las series, el mundo de la cultura, las televisiones, los periódicos, las emisoras, la publicidad institucional. Con todo ese poder en sus manos, era casi imposible crear una mayoría social que no fuera absolutamente izquierdista. Las redes sociales sin embargo, con sus defectos y sus virtudes, han venido a trastocar esa tiranía de la izquierda en los resortes de creación de opinión.
¿En qué medida la izquierda se está volviendo más y más agresiva en contra de la libertad de expresión? En la medida en que ve amenazado su poder, en la medida en que teme perder esa mayoría social impregnada de su visión del mundo. ¿Y dónde está el límite a esa agresividad? Es de temer, por lo que estamos viendo, que no haya ningún medio al que la izquierda vaya a renunciar para conservar el poder. La izquierda ha respetado más o menos una cierta capacidad de cuestionar su discurso en la medida en que lo ha considerado inofensivo para su predominio. De esta forma, además, un pluralismo levemente consentido mantenía la apariencia de que la izquierda no era incompatible con la libertad. Ahora sin embargo la izquierda por primera vez en mucho tiempo ve en peligro su poder si sigue tolerando que se puedan discutir abiertamente sus planteamientos en las redes sociales. La izquierda ha pasado a la ofensiva contra la libertad de expresión, lo ha hecho globalmente y está quedando evidenciado que el amor por la libertad de Kamala Harris, Pedro Sánchez o Macrón, no es mayor que el de Maduro, Putin, Raúl Castro o Xi JinPing. Simplemente para mantener el poder los primeros, hasta ahora, no necesitaban aplicar los mismos niveles de adoctrinamiento obligatorio y de represión. El delirio woke es que la amenaza para la libertad sea que el gobierno no tenga el control de todos los medios de comunicación.
Todo apunta a que nos encontramos frente a una encrucijada histórica fundamental. Como en toda encrucijada, hay una dirección que nos lleva a un abismo y a un empeoramiento sustancial de la situación. Pero al mismo tiempo, en toda encrucijada hay un camino que nos lleva a un sitio mejor. El nivel de represión y de persecución que está desatando la izquierda es a fin de cuentas una muestra de debilidad. Los buenos tiempos han sido aquellos en que han podido imponer sus planteamientos sin necesidad de establecer estos niveles de persecución. Los niveles de persecución que nos van adelantando significan que su predominio ya no es compatible con una apariencia de libertad. La mala noticia es que, si pueden, erradicarán la libertad de expresión para mantener su capacidad de control. La buena noticia es que aquí y ahora se está librando ante nuestros ojos una batalla para que ese escenario se pueda evitar.