La historia la escriben los vencedores, o la reescriben, podría añadirse como corolario. Desde que la izquierda y el nacionalismo dominan el discurso su obsesión por reescribir la historia es notoria. Lógicamente, pues en la historia pretenden fundar su legitimidad. Todo lo que falta o estorba se estira o se corta, como en el lecho de Procusto. Da igual que se trate de la Guerra Civil, donde el PCE y el PSOE, contra su propia hemeroteca, tenemos que creernos ahora que defendían la democracia, o de la Navarra de 1521. Por eso a Asirón le estorba tanto la estatua de San Ignacio en Pamplona, como el Monumento a los Caídos. Ahora de hecho retirar la estatua de San Ignacio se ha convertido en una prioridad para el alcalde de Bildu: “el monumento a Íñigo López de Oñaz es un insulto a la Historia de Navarra, y a la memoria de quienes a lo largo de ocho siglos defendieron y sostuvieron su independencia. ”.
ADIÓS PAMPLONA | "La leyenda montada en torno a San Ignacio en Pamplona es una patraña". Monumento a Íñigo López de Oñaz y Loyola, por Joseba Asiron ✍️ @josebaasiron https://t.co/qCITqrHBPU
— Diario de Noticias (@NoticiasNavarra) October 26, 2025
Asirón defiende en un artículo publicado en el Diario de Noticias que “gracias a la labor de algunos buenos historiadores”, a los cuales no cita aunque los imaginamos, “sabemos que la leyenda montada en torno a San Ignacio en Pamplona es una patraña”. Según Asirón, sabemos que “Navarra había sido conquistada en 1512 a sangre y fuego. Y que la población de Pamplona quiso linchar a Loyola y los suyos por bombardear la ciudad. Y que los “franceses” del cuento eran en realidad tropas enviadas por el legítimo rey de Navarra para recuperar la independencia perdida”.
¿Hay algo de cierto en lo que dice Asirón?
No se trata de repasar ahora toda la historia de 1512, pero sí frente a las simplificaciones de Asirón de recordar que en aquel momento Navarra se encontraba en una triple encrucijada: entre los católicos y los cismáticos apoyados por el rey Luis XII de Francia, entre las potencias emergentes de Castilla y Francia, y entre las facciones beaumontesa y agramontesa que venían manteniendo una guerra civil dentro de la propia Navarra durante décadas. Tradicionalmente, la facción agromentesa venía apoyándose en Francia y la beaumontesa en Castilla. Desde los tiempos de la Guerra de la Navarrería había una parte de Navarra que se apoyaba en Francia y otra en Castilla. Irónicamente, la parte que se apoyaba en Castilla era la parte de los navarri, la parte vascófona, la parte norte de Navarra que ahora nutre de votos a Bildu. Esa era sin embargo la parte navarra que se apoyaba en Castilla para buscar el equilibrio frente a los agramonteses que se apoyaban en Francia. El hecho es que previa a la guerra con Francia o con Castilla había una guerra civil interna y que la incorporación de 1512 fue vista por por unos como una ocupación, pero por otros como una liberación. También es un hecho que las opciones eran apostar por una potencia o por otra, pero no por la independencia. Obviamente no existe una Navarra independiente al sur de Francia. En realidad Navarra, a pesar de los intentos del nacionalismo vasco de diluirnos en la CAV, existe como sujeto político y administrativo dentro de España, como no existe en absoluto en la parte francesa, difuminada por completo en el Departamento de los Pirineos Atlánticos.

Por lo que respecta a Asirón y a su fobia a San Ignacio de Loyola, al que ni siquiera llama así, básicamente todo lo que dice el alcalde en su escrito es mentira. O por lo menos discutible. Desde luego para Asirón lo diferente a su discurso no es discutible sino una “patraña”, pero vayamos al meollo de la cuestión.
El texto del sacerdote e historiador José María Recondo, titulado “Iñigo de Loyola en la fortaleza mayor de Santiago”, deja claramente documentado lo sucedido. El valor de San Ignacio en la batalla no merece la pena ni detenerse a discutirlo, pues es algo de lo que sólo duda Asirón. Respecto al resto de cuestiones apuntadas en el artículo del alcalde, es falso que los defensores bombardearan indiscriminadamente Pamplona por pura maldad. Al contrario, se alcanzó un acuerdo antes de la batalla para no tener que bombardear Pamplona. El acuerdo quedaba condicionado precisamente a que los franceses no bombarderan la fortaleza desde el lado de Pamplona.
“El día 19 se mantenía inquebrantable la decisión de luchar en la fortaleza, conociéndola el Concejo, que buscaba, con Herrera, el modo de no dañar a la ciudad con la artillería. Para ello de los cuatro lienzos de la fortaleza, el que daba a la ciudad, sería excluido prácticamente de la «ofensa» y «defensa», buscándose previamente de los franceses el acuerdo de no atacar por el frente de la ciudad. Miguel de Herrera accedió a la petición del Concejo, a condición de que guardasen su palabra los franceses. Era, pues, firme hasta este momento el propósito de defender la fortaleza contra el francés, sin perjuicio de la ciudad, normalmente prendida entre dos fuegos (128)”. BOISSONADE, pág. 549.
¿Qué sucedió? Pues que los franceses, Dios los bendiga, incumplieron el trato y comenzaron a bombardear la fortaleza desde Pamplona en cuanto entraron en la ciudad:
“La artillería francesa, contraviniendo los designios del Concejo, había situado sus piezas al lado de la ciudad”. (145) Testimonio del Duque de Nájera en Pérez Arregui, pág. 84.
Una de las posiciones desde las que se bombardeaba la fortaleza, ahora iglesia de San Ignacio, era la torre de San Nicolás:
“A dos puntos de la fortaleza dirigieron especialmente sus fuegos los sitiadores. Castigaron la puerta de la fortaleza y jugaron por alto descoronando las almenas. Posiblemente bombardearon también sañudamente el lienzo del poniente, desde la torre de San Nicolás «torre muy alta y muy fuerte y muy grande», dominando con ventaja la altura de la fortaleza” (147). La ventaja de posición dominante de la torre de San Nicolás determinó a Rena años más tarde a recortar su altura. Cfr. Idoate, pág. 12.
También es falso, como afirma Asirón, que tras rendirse la fortaleza los pamploneses intentaran linchar a los defensores. Fueron las tropas francesas, a causa de las inesperadas bajas sufridas y el empecinamiento en la defensa (pese a la desproporción de fuerzas), las que intentaron atacar a los sitiados tras rendirse. Fueron a su vez los navarros agramonteses los que salvaron a los prisioneros de los franceses, y no a la inversa.
“Cuando los rendidos abandonaron la fortaleza, los soldados de la infantería francesa, irritados por las pérdidas de varios de sus compañeros, cargaron ferozmente matando y desvalijando. Andrés de Foix hubo de lanzar su caballería para atajar el mal y puso a salvo a los castellanos. Las hostilidades y encarnizamiento habían hecho peligrar las vidas de los rendidos. Noblemente había intercedido por sus adversarios Pedro de Peralta. Junto a él encontraríamos quizá mezclado en este acto de clemencia a Miguel de Xavier, por aquellos días conmilitón del hijo del Mariscal de Navarra” (163). Revista «Príncipe de Viana», números XLVIII y XLIX, 1952, pág. 473.
https://www.culturanavarra.es/uploads/files/pv118133/RPVIANAnro-0062-pagina0039.pdf
Falso es asimismo que los franceses del “cuento”, según Asirón, eran en realidad tropas enviadas por el legítimo rey de Navarra para recuperar la independencia perdida. Cualquiera mínimamente objetivo sabe que el ejército que entró en Navarra en 1521 y cercó Pamplona no era una ejército navarro sino francés, enviado por el ya entonces rey de Francia Francisco I, al mando de un francés, teniendo como segundo a otro francés y con tropas francesas y mercenarios de otros países. A ese ejército francés, eso sí, se sumaron tropas navarras agramontesas.
Conmemoracion de la victoria contra las tropas francesas en 1521 en Logroño, La Rioja, España. pic.twitter.com/3Zj2iRosbm
— Yelmo Rojiblanco. (@JYelmo) January 12, 2017
Evidentemente el objetivo de Francisco I no era liberar Navarra sino derrotar a Castilla, enfrascada e la Guerra de los Comuneros, y de hecho una vez tomada Navarra siguió el avance hasta Logroño, donde el ejército francés fue derrotado. A la vuelta de aquella derrota el ejército francés fue nuevamente derrotado en Noain, donde una vez más los navarros agramonteses estaban en un bando y los beaumonteses en otro. No había un bando navarro. Había navarros en los dos bandos. Los franceses, que eran el grueso del ejército, no vinieron a liberar Navarra sino que avanzaron mucho más allá hasta Logroño, y más hubieran avanzado, lógicamente, si hubieran podido. La parte de Navarra que quedó en manos de Francia, la Navarra de Ultrapuertos, tampoco quedó “liberada” sino sometida a la soberanía francesa.
Queda finalmente por señalar otra cuestión espinosa a la que Asirón no hace referencia en su escrito. Esa cuestión es que Ignacio de Loyola era guipuzcoano, y que el ejército castellano que entró en Navarra en 1512, o que la defendía de los franceses en 1521, se componía en gran medida de alaveses, vizcaínos y guipuzcoanos. Al igual que la incorporación no fue una guerra entre Navarra y Castilla, porque en 1512 había navarros en los dos bandos, en 1521 tampoco hubo una guerra entre navarros y castellanos, sino entre franceses y españoles, habiendo de nuevo navarros en los dos bandos. Respecto a los que caben dudas ni divisiones es respecto a nuestros queridos hermanos vascos que, como San Ignacio de Loyola, siempre estuvieron en el lado castellano. El ridículo absoluto es por tanto ir a celebrar la batalla de Noain con ikurriñas, de entrada porque en 1521 nadie sabía lo que era una ikurriña, y de salida porque todos los orginarios de la CAV estaban en la batalla del lado castellano. Seguro que lo que realmente molesta a Asirón de la estatua del guipuzcoano San Ignacio es justo el recuerdo de eso.
3 respuestas
Excelente acotación a las ficciones de Ansarón. Puede que deje a Pamplona huérfana de las estatuas conmemorativas de su historia, pero ésta seguirá siendo lo que siempre ha sido.
Dos precisiones adicionales. Para la Navarra de entonces la frontera con Álava y Guipúzcoa era la frontera con Castilla, también llamada la «frontera de los malhechores», y para los navarros las tropas invasoras provenientes de dichos territorios eran simplemente tropas castellanas. Durante muchos años los guipuzcoanos apreciaron tanto los cañones capturados a los navarros que los inscribieron en su escudo. Aunque hoy se avergüencen de ello y los han borrado de su escudo, no por ello han hecho desaparecer su antigua condición de lo que fueron : tropas castellanas invasoras del Reino de Navarra.
En el artículo se menciona a Juan Rena, personaje castellano de la época que entre otras cosas se encargó de las cuentas derivadas de aquella contienda. En el Archivo General de Navarra se conserva una importante documentación a la que se denomina con el nombre del personaje. Quien esté interesado podrá comprobar que una parte importante de las tropas que conquistaron el castillo de Maya estaba formada por navarros de la montaña. Entre ellos el Señor de Arbizu y sus mesnadas de la Barranca. Ahí están sus nóminas con sus soldadas.
Uno puede realizar hoy utópicas elucubraciones sobre una nueva patria fundada en una pretendida hermandad vasconica. Pero lo difícil es encontrar en el pasado hechos históricos que avalen dicha hermandad.
Estimado Alcibíades, gracias por su aportación y apostilla. Efectivamente hay que denunciar las ensoñaciones pseudo históricas y tergiversaciones para beneficio de discursos actuales.
Un saludo
Propongo un nuevo nombre para nuestro alcalde. Joseba Asimov, autor de historia ficcion….